El sentido cristiano del progreso

Entrevista con el padre Thomas D. Williams

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ROMA, domingo, 11 marzo 2007 (ZENIT.org).- Un punto clave de la encíclica social del Papa Pablo VI «Populorum Progressio» subraya que la medida del progreso humano no se puede limitar sólo a lo material o tecnológico.

Lo afirma el padre Thomas D. Williams, legionario de Cristo, profesor de Doctrina Social Católica y decano de Teología de la Universidad «Regina Apostolorum» de Roma.

En esta entrevista con Zenit, el sacerdote estadounidense habla sobre el significado de la «Populorum Progressio» que cumplirá su 40 aniversario el mes próximo.

–¿Por qué fue tan importante la «Populorum Progressio»?

–Padre Williams: No sólo la «Populorum Progressio» fue la primera encíclica social promulgada después del Concilio Vaticano II, sino que fue también la primera de todos los tiempos en tratar de frente el tema del progreso humano y del desarrollo.

Pablo VI delineó también muchas de las intuiciones del Concilio para distinguir una idea auténticamente cristiana de progreso de la de otras ideologías.

–¿Qué ideologías?

–Padre Williams: La Ilustración tomó la idea de progreso como su leitmotiv, defendiendo un humanismo laicista que debería conducir a una era de razón, donde la religión sería reemplazada por la ciencia.

Junto a aportaciones positivas de la Ilustración, como una saludable separación entre Iglesia y Estado, el equilibrio de los poderes políticos y la promoción de las ciencias naturales, ésta tuvo también una dimensión marcadamente materialista y antirreligiosa. El hombre se convierte en su propio salvador, capaz de resolver sus propios problemas, y deja de tener necesidad de un Dios trascendente y personal.

Las ideologías del siglo XIX se construyeron sobre muchos aspectos de la Ilustración y llegaron a ver el progreso como un fenómeno necesario e inexorable, una expresión de evolucionismo darwinista. Este optimismo existencial consideraba que las cosas irían necesariamente mejor en la medida en que los seres humanos obtuvieran el dominio sobre el mundo natural a través de la aplicación de las ciencias naturales.

Añádase a la mezcla la filosofía del progreso dialéctico de Hegel, mediante el cual la sociedad progresa necesariamente a través del conflicto –tesis, antítesis y síntesis– y tenemos la perfecta puesta a punto para los trágicos experimentos totalitarios del siglo XX, que deberían ofrecer una especie de paraíso terrenal sin Dios. Excluyendo a Dios, acababan también pisoteando a la persona humana.

–¿Cómo difiere la idea cristiana de progreso de estas ideologías?

–Padre Williams: En primer lugar, como Pablo VI enseñó en la «Populorum Progressio», la idea cristiana de progreso no es meramente material o tecnológica. Necesariamente abraza a toda la persona humana en sus dimensiones social, moral, cultural y espiritual.

Pablo VI escribió: «El desarrollo del que hablamos aquí no puede limitarse sólo al crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser completo; debe promover el desarrollo de cada hombre y de todo el hombre». Si una sociedad no avanza en el bien, en la justicia y en el amor, ésta no avanza verdaderamente.

En segundo lugar, los cristianos no ven el progreso humano como un fenómeno necesario. Sólo porque tengamos ahora iPods y hornos microondas no quiere decir que somos moralmente o culturalmente superiores a las generaciones anteriores. Avanzar en el tiempo no garantiza que avancemos en virtud. No todo cambio es una mejora, y la regresión es tan posible como el progreso.

En tercer lugar, dado que el progreso no es automático, todos nosotros debemos responsabilizarnos de la dirección que toma nuestra sociedad. Nosotros no somos simplemente barridos por los vientos del cambio; cada uno de nosotros influye en la dirección que toma nuestra cultura. Nuestras elecciones del bien o del mal tienen un efecto en toda la humanidad.

Como cristianos, creemos que cada uno de nosotros tiene una vocación específica y una misión que cumplir. En este contexto, progreso significa hacer nuestra parte para hacer llegar el Reino de Cristo a la sociedad humana.

Finalmente, el progreso de la ciudad terrena no agota la condición humana. Independientemente de que progrese la sociedad humana, nuestra existencia temporal llegará a su final. Estamos llamados a la vida eterna en Cristo. El verdadero progreso debe tener en cuenta la dimensión espiritual del hombre y la vocación trascendente como hijo de Dios destinado al cielo.

–¿Pero no se da el peligro de «sobreespiritualizar» el desarrollo y olvidar las necesidades materiales reales del hombre?

–Padre Williams: Afortunadamente Pablo VI no cayó en esta trampa. Aunque advirtió contra un materialismo reductivo que comprende el progreso y el desarrollo de un modo exclusivamente material, insistió de igual manera en la importancia del desarrollo económico, especialmente para los países pobres.

Subrayó la necesidad de un esfuerzo coordinado por parte de todos para sacar a los países y pueblos subdesarrollados de su pobreza como parte esencial de su desarrollo integral.

–¿Cómo se puede calibrar el progreso real de una determinada cultura o sociedad?

–Padre Williams: Una sociedad progresa cuando se hace más humana. Pablo VI habló a menudo de un nuevo humanismo cristiano, centrado en la dignidad de la persona humana.

El progreso real de una cultura puede medirse por su logro del bien común, es decir las condiciones de vida social que permiten a las personas, familias y grupos lograr su bien verdadero e integral. La prosperidad material es un elemento del verdadero progreso pero no es el único ni el más importante.

–Usted acaba de publicar el libro en inglés titulado «Progreso espiritual: Conviértete en el cristiano que deseas ser («Spiritual Progress: Becoming the Christian You Want to Be»). ¿Dónde encaja la idea de progreso espiritual en el cuadro del desarrollo humano?

–Padre Williams: El subdesarrollo espiritual es incluso más común que el subdesarrollo económico en el mundo actual. Muchos se dan cuenta de que mientras sus vidas material, intelectual y social han crecido continuamente con los años, sus vidas espirituales se han quedado donde estaban cuando eran niños.

El propósito de este libro no es ofrecer un tratado teórico sobre la vida espiritual sino un texto más práctico y manejable para el crecimiento en la relación personal de cada uno con Cristo.

Presenta el abecedario de la vida espiritual: dónde vamos y, quizá más importante, cómo llegar. Muchos conceptos tales como santidad, voluntad de Dios, fe y humildad parecen muy etéreos para la gente hoy, y este libro pretende aterrizar estos conceptos y hacerlos tangibles y alcanzables.

Durante años he buscado un libro que combinara el contenido espiritual sustancioso con el lenguaje asequible. Quería ofrecer buen material a la gente que está empezando a tomar más en serio su vida espiritual. Dado que no encontré lo que buscaba, decidí escribirlo. Espero que responda a lo esperado.

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ZENIT Staff

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