CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 2 abril 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI recordó este lunes el segundo aniversario de la muerte de Juan Pablo II y, en particular, el «perfume» que su amor por Dios difundió por el mundo, especialmente en la hora de su muerte.
Al presidir en la plaza de San Pedro del Vaticano la celebración de la santa misa en sufragio de Karol Wojtyla, su sucesor comentó la página evangélica que presentaba la liturgia: el momento en el que María, la hermana de Lázaro, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos.
En plena Semana Santa, constató Benedicto XVI, este pasaje está lleno de «sugerencias espirituales», pues evoca «el luminoso testimonio que Juan Pablo II ofreció de un amor por Cristo sin reservas».
Como María, «el “perfume” de su amor “llenó toda la casa” (Juan 12, 3), es decir toda la Iglesia», declaró, entre los repetidos aplausos de los peregrinos, que eran casi 40.000.
«Nosotros, que estuvimos cerca de él, pudimos aprovecharnos, y por este motivo damos gracias a Dios, pero también pudieron beneficiarse cuantos le conocieron desde lejos, pues el amor del Papa Wojtyla por Cristo se desbordó, por así decir, en toda región del mundo, a causa de su fuerza e intensidad».
«¿La estima, el respeto y el afecto que creyentes y no creyentes le expresaron en el momento de su muerte no son acaso un elocuente testimonio?», preguntó.
«El intenso y fecundo ministerio pastoral, y aún más el calvario de la agonía y de la muerte serena de nuestro querido Papa dieron a conocer a los hombres de nuestro tiempo que Jesucristo era verdaderamente su “todo”».
«La fecundidad de este testimonio, lo sabemos, depende de la Cruz», que en la vida de Karol Wojtyla «no fue sólo un palabra».
«Especialmente con el avance lento, pero implacable de la enfermedad, que poco a poco le desnudó de todo, su existencia se hizo una oferta total a Cristo, anuncio viviente de su pasión, con la esperanza llena de fe de la resurrección».
«Desde hace mucho tiempo se preparaba para ese último encuentro con Jesús» y, «como su divino Maestro, vivió la agonía en oración». «Murió rezando. Verdaderamente se durmió en el Señor».
«El perfume de la fe, de la esperanza y de la caridad del Papa llenó su casa, llenó la Plaza de San Pedro, llenó la Iglesia y se propagó a todo el mundo», siguió recordando con emoción.
«Lo que sucedió después de su muerte fue, para quien cree, fue efecto de ese “perfume” que alcanzó a todos, cercanos y alejados, y les atrajo hacia un hombre que Dios conformó paulatinamente con su Cristo», aclaró.
«El querido Juan Pablo II», concluyó, «desde la casa del Padre –estamos seguros– no deja de acompañar el camino de la Iglesia».
Carteles con el letrero «Santo subito!» (¡Santo ya!) volvieron a verse en esa plaza, en la que se encontraba la religiosa francesa sor Marie Simon-Pierre, de 46 años, inexplicablemente curada del mal de Parkinson por intercesión atribuida a Juan Pablo II.