SÍNODO DE LOS OBISPOS
XII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA PALABRA DE DIOS
EN LA VIDA Y EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA
LINEAMENTA
ÍNDICE
Porqué un Sínodo sobre la Palabra de Dios
Preguntas: introducción
Revelación, Palabra de Dios, Iglesia
Dios tiene la iniciativa. La divina Revelación se manifiesta como Palabra de Dios
La persona humana tiene necesidad de Revelación
La Palabra de Dios se entrelaza con la historia del hombre y guía su camino
Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne, la plenitud de la Revelación
La Palabra de Dios como una sinfonía
A la Palabra de Dios corresponde la fe del hombre.
La fe se manifiesta en la escucha
María modelo de recepción de la Palabra para el creyente
La Palabra de Dios, confiada a la Iglesia, se trasmite a todas las generaciones
Tradición y Escritura en la Iglesia: un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios
La Sagrada Escritura, Palabra de Dios inspirada
Una tarea necesaria y delicada: interpretar la Palabra de Dios en la Iglesia.
Antiguo y Nuevo Testamento, una sola economía de la salvación
La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia
La Iglesia nace y vive de la Palabra de Dios
La Palabra de Dios sostiene la Iglesia a lo largo de toda su historia
La Palabra de Dios penetra y anima, en la potencia del Espíritu Santo, toda la vida de la Iglesia
La Iglesia se alimenta de la Palabra de varios modosa – En la liturgia y en la oración
b – En la evangelización y en la catequesis
c – En la exégesis y en la teología
d – En la vida del creyente
La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia
La misión de la Iglesia es proclamar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne
La Palabra de Dios debe estar siempre al alcance de todos
La Palabra de Dios, gracia de comunión entre los cristianos
La Palabra de Dios, luz para el diálogo interreligiosoa – Con el pueblo judío
b – Con otras religionesLa Palabra de Dios, fermento de las culturas modernas
La Palabra de Dios y la historia de los hombres
La escucha de la Palabra de Dios como vida del creyente
«Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4, 12).
Toda la historia de la salvación demuestra que la Palabra de Dios es viva. Quien tiene la iniciativa en comunicarse es Dios, fuente de la vida (cf. Lc 20, 38). Su Palabra es dirigida al hombre, obra de sus manos (cf. Jb 10, 3), creado precisamente para ser capaz de responderle entrando en comunicación con su Creador. Por lo tanto, la Palabra de Dios acompaña al hombre desde la creación hasta el fin de su peregrinación en la tierra. Ella se ha manifestado en varios modos alcanzando el punto culminante en el misterio de la Encarnación cuando, por obra del Espíritu Santo, el Verbo, que estaba con Dios, se hizo carne (cf. Jn 1, 1.14). Jesucristo, muerto y resucitado, es «el Viviente» (Ap 1, 18), aquel que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68).
La Palabra de Dios es también cortante. Ella ilumina la vida del hombre, indicándole el camino a seguir especialmente a través del Decálogo (cf. Es 20, 1-21), que Jesús ha sintetizado en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37-40). Las Bienaventuranzas (cf. Lc 6, 20-26) constituyen el ideal de la vida cristiana vivida en la escucha de la Palabra de Dios, que escruta los sentimientos de los corazones, inclinándolos hacia el bien y purificándolos de aquello que es pecaminoso. Comunicándose al hombre pecador, que sin embargo está llamado a la santidad, Dios lo exhorta a cambiar la mala conducta: «Volveos de vuestros malos caminos y guardad mis mandamientos y mis preceptos conforme a la Ley que ordené a vuestros padres y que les envié por mano de mis siervos los profetas» (2 Re 17, 13). También el Señor Jesús hace la llamada en el Evangelio: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3, 2). A través de la gracia del Espíritu Santo, la Palabra de Dios toca el corazón del pecador arrepentido y lo lleva a la comunión con Dios en su Iglesia. La conversión de un pecador es causa de gran alegría en el cielo (cf. Lc 15, 7). En nombre del Señor resucitado la Iglesia continúa la misión de predicar Ala conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones» (Lc 24, 47). Ella misma, dócil a la Palabra de Dios, emprende el camino de humildad y de conversión para ser siempre fiel a Jesucristo, su Esposo y Señor, y para anunciar, con más fuerza y autenticidad, su Buena Noticia.
La Palabra de Dios es además eficaz. Lo demuestran las historias personales de los patriarcas y de los profetas, así como también del pueblo elegido de la Antigua y de la Nueva Alianza. En modo totalmente excepcional lo testimonia Jesucristo, Palabra de Dio que encarnándose Apuso su Morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Él continúa anunciando el reino de Dios y curando a los enfermos (cf. Lc 9, 2) a través de su Iglesia. Ella cumple esa obra de salvación por medio de la Palabra y de los Sacramentos y, en modo particular, de la Eucaristía, fuente e cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, en la cual, por la gracia del Espíritu Santo, las palabras de la consagración se hacen eficaces, transformando el pan en el Cuerpo y el vino en la Sangre del Señor Jesús (cf. Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-23; Lc 22, 19-20). La Palabra de Dios es, por lo tanto, fuente de la comunión entre el hombre y Dios y entre los hombres, amados por el Señor.
El estrecho nexo entre la Eucaristía y la Palabra de Dios ha también orientado la elección del tema de la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, reforzando el deseo, presente desde hace tiempo, de dedicar la reflexión sinodal a la Palabra de Dios. Por lo tanto, después del Sínodo de los Obispos sobre La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, que ha tenido lugar desde el 2 al 23 de octubre de 2005, parecía lógico concentrar la atención sobre La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, profundizando ulteriormente el significado de la única mesa del Pan y de la Palabra. Tal tem
a refleja el deseo prioritario de las Iglesias particulares, dado a conocer por los Obispos, sus Pastores. En efecto, la elección del argumento de la próxima asamblea sinodal ha sido hecho en modo colegial. Según la praxis habitual, el Santo Padre Benedicto XVI había encomendado a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos consultar sobre la cuestión a todo el episcopado de Iglesia Católica. De las respuestas recibidas de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, de las Conferencias Episcopales, de los Dicasterios de la Curia Roma y de la Unión de los Superiores Generales, surgió como tema preferido la Palabra de Dios, con diversidad de matices y una notable variedad de aspectos. El abundante material ha sido analizado por el XI Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos que, de algún modo, representa la entera asamblea. En efecto, doce de sus miembros han sido elegidos por sus hermanos en el episcopado durante la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. En conformidad con lo previsto por el Ordo Synodi Episcoporum, otros tres miembros del Consejo han sido nombrados por Su Santidad Benedicto XVI. El resultado de una fecunda discusión en el seno del Consejo Ordinario ha sido sintetizado en una terna de temas que el Excmo. Mons. Secretario General ha sometido a la decisión del Sumo Pontífice.
El tema elegido por el Santo Padre, Presidente del Sínodo de los Obispos, fue dado a conocer el 6 de octubre de 2006. Luego, el Consejo Ordinario de la Secretaría General se dedicó a preparar los Lineamenta, documento que tiene la finalidad de presentar brevemente el estado de la cuestión sobre el importante argumento de la Palabra de Dios, indicar aspectos positivos en la vida y en la misión de la Iglesia, sin callar tampoco algunos aspectos problemáticos o por lo menos tales de ser objeto de profunda reflexión para el bien de la Iglesia y de su vida en el mundo. Con este propósito, los Lineamenta se refieren abundantemente a la Constitución Dogmática sobre la divina revelación, la Dei Verbum, y en particular siguen la visión elegida por los padres conciliares, es decir, la de colocarse en una actitud de religiosa escucha de la Palabra de Dios, para ser después capaces de proclamarla confiadamente (cf. DV 1). La relectura en clave pastoral de la Dei Verbum es acompañada por los sucesivos pronunciamientos del Magisterio de la Iglesia, cuya función es interpretar en modo auténtico el sagrado depósito de la fe, encerrado en la Tradición y en la Escritura.
Para facilitar la reflexión y la discusión sobre el tema a nivel de toda la Iglesia, el Documento es acompañado por un detallado Cuestionario relacionado con los argumentos tratados en los capítulos. A todos los organismos colegiales, anteriormente mencionados, se les ruega que envíen las respuestas a dicho Cuestionario antes del fin del mes de noviembre del presente año 2007. El Consejo Ordinario, con la ayuda de algunos válidos expertos, estudiará tal documentación y ordenará los temas de la misma en un segundo documento, tradicionalmente llamado, Instrumentum laboris, el cual será usado como orden del día de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar, Dios mediante, desde el 5 al 26 de octubre de 2008.
Desde el inicio la Iglesia vive de la Palabra de Dios. En Cristo, Verbo encarnado bajo la acción del Espíritu Santo, la Iglesia es «como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). La Palabra de Dios constituye también el impulso inagotable de la misión eclesial orientada ya sea hacia aquellos que se encuentran lejos como también hacia los cercanos. Obedeciendo al mandato del Señor Jesús y confiando en la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia se encuentra, por lo tanto, en permanente estado de misión (cf. Mt 28, 19).
Siguiendo el ejemplo de la Beata Virgen María, humilde Sierva del Señor, el Sínodo desearía favorecer el redescubrimiento pleno de estupor de la Palabra de Dios, que es viva, cortante y eficaz, en el mismo corazón de la Iglesia, en su liturgia y en la oración, en la evangelización y en la catequesis, en la exégesis y en la teología, en la vida personal y comunitaria, como también en las culturas de los hombres, purificadas y enriquecidas por el Evangelio. Dejándose despertar por la Palabra de Dios, los cristianos serán capaces de responder a quienquiera que les pida razón de su esperanza (cf. 1 Pt 3, 15), amando al prójimo no «de palabras ni de boca, sino con obras y según verdad» (1 Jn 3, 18). Cumpliendo las buenas obras, brillará delante de los hombres su luz, reflejo de la gloria de Dios, y todos alabarán al Padre nuestro que está en los cielos (cf. Mt 5, 16). La Palabra de Dios, por lo tanto, se difunde en toda la vida de la Iglesia, cualificando también su presencia en la sociedad como levadura de un mundo más justo y pacífico, carente de todo tipo de violencia y abierto a la construcción de una civilización del amor.
«La Palabra del Señor permanece eternamente. Y esta es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros» (1 P 1, 25). La reflexión sobre el tema sinodal se transforma en humilde plegaria para que el redescubrimiento de la Palabra de Dios ilumine siempre mejor el camino del hombre en la Iglesia y en la sociedad durante el peregrinaje, no pocas veces tortuoso de la historia, mientras espera con confianza «nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia»(2 P 3, 13).
Nikola Eterović
Arzobispo titular de Sisak
Secretario General
Vaticano, 25 de marzo de 2007
Porqué un Sínodo sobre la Palabra de Dios
«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,1-4).
1. «En el principio existía la Palabra» (Jn 1,1). «La palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (Is 40, 8). La Palabra de Dios abre la historia con la creación del mundo y del hombre: «Dijo Dios»(Gn 1, 3.6 ss.), proclama el centro de esa misma historia con la encarnación del Hijo, Jesucristo: «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1, 14), y la concluye con la promesa segura del encuentro con Él en una vida sin fin: «Sí, vengo pronto» (Ap 22, 20).
Es la suprema certeza que Dios mismo, en su infinito amor, quiere dar al hombre de todo tiempo, haciendo de su pueblo un testigo de ello. Es este misterio grande de la Palabra como supremo don de Dios que el Sínodo desea adorar, agradecer, meditar, anunciar a la Iglesia y a todos los pueblos.
2. El hombre contemporáneo muestra de tantas maneras ten
er una gran necesidad de escuchar a Dios y de hablar con Él. Hoy entre los cristianos se advierte un apasionado camino hacia la Palabra de Dios como fuente de vida y gracia de encuentro del hombre con el Señor.
No sorprende, por lo tanto, que a tal apertura del hombre responda Dios invisible, que Amovido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía».[1] Esta generosa revelación de Dios es un evento continuo de gracia.
Reconocemos en todo esto la acción del Espíritu Santo, que a través de la Palabra desea renovar la vida y la misión de la Iglesia, llamándola a una continua conversión y enviándola a llevar el anuncio del Evangelio a todos los hombres, Apara que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
3. La Palabra de Dios tiene su centro en la persona del Cristo Señor. Del misterio de la Palabra la Iglesia ha hecho una constante experiencia y reflexión a lo largo de los siglos. «Qué creéis que es la Escritura sino la palabra de Dios? Cierto, son muchas las palabras escritas por la pluma de los profetas; pero único es el Verbo de Dios, que sintetiza toda la Escritura. Este Verbo único, los fieles lo han concebido come semilla de Dios, su legítimo esposo, y, generándolo con boca fecunda, lo han confiado a los signos —las letras— para hacerlo llegar hasta nosotros».[2]
El Concilio Vaticano II, con la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum, compendia el Magisterio solemne de la Iglesia sobre la Palabra de Dios, exponiendo su doctrina e indicando su puesta en práctica. Ella, en efecto, lleva a cumplimiento un largo camino de maduración y de profundización, marcado por las tres Encíclicas Providentissimus Deus de León XIII, Spiritus Paraclitus de Benedicto XV, Divino Afflante Spiritu de Pío XII;[3] camino, incrementado por una exégesis y por una teología renovada, enriquecido por la experiencia espiritual de los fieles y oportunamente citado en el Sínodo de los Obispos del 1985[4] y en el Catecismo de la Iglesia Católica. Después del Concilio, el Magisterio de la Iglesia universal y local ha promovido con insistencia el encuentro con la Palabra, en la convicción que ésta «producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual».[5]
La Asamblea Sinodal se ubica, por lo tanto, dentro del gran respiro de la Palabra que Dios dirige a su pueblo, en estrecha relación con los precedentes Sínodos de los Obispos (1965-2006), en cuanto alude al fundamento mismo de la fe e intenta actualizar en nuestro tiempo los grandes testimonios de encuentro con la Palabra que encontramos en el mundo bíblico (cf. Jos 24; Ne 8; At 2) y a lo largo de la historia de la Iglesia.
4. Más específicamente, este Sínodo, en continuidad con el precedente, desea iluminar el intrínseco nexo entre la Eucaristía y la Palabra de Dios, puesto que la Iglesia debe nutrirse del único «Pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo».[6] Es éste el motivo profundo y al mismo tiempo el fin primario del Sínodo: encontrar plenamente la Palabra de Dios en Jesucristo, presente en la Escritura y en la Eucaristía. Afirma San Jerónimo: «La carne del Señor es verdadero alimento y su sangre verdadera bebida; es éste el verdadero bien que nos es reservado en la vida presente, nutrirse de su carne y beber su sangre, no solo en la Eucaristía, sino también en la lectura de la Sagrada Escritura. En efecto, la palabra de Dios, que se alcanza con el conocimiento de las Escrituras, es verdadero alimento y verdadera bebida».[7]
Pero antes de proceder, es oportuno preguntarse, a distancia de más de 40 años del Vaticano II, qué frutos ha dado el documento conciliar Dei Verbum en nuestras comunidades, cuál ha sido su real recepción. Indudablemente, en relación a la Palabra de Dios, han sido alcanzados muchos resultados positivos en el pueblo de Dios, como la renovación bíblica en ámbito litúrgico, teológico y catequístico, la difusión y práctica del Libro Sagrado a través del apostolado bíblico y del dinamismo de las comunidades y movimientos eclesiales, la disponibilidad creciente de instrumentos y subsidios de la comunicación actual. Sin embargo, otros aspectos permanecen todavía abiertos y problemáticos. Graves aparecen los fenómenos de ignorancia e incertidumbre sobre la misma doctrina de la Revelación y de la Palabra de Dios; es notable el alejamiento de muchos cristianos de la Biblia y persiste el riesgo de un uso incorrecto de la misma; sin la verdad de la Palabra se hace insidioso el relativismo de pensamiento y de vida. Se ha hecho urgente la necesidad de conocer integralmente la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios, de ampliar, con métodos adecuados, el encuentro con la Sagrada Escritura de parte de todos los cristianos y, al mismo tiempo, de abrirse a nuevos caminos que el Espíritu sugiere hoy, para que la Palabra de Dios, en sus diversas manifestaciones, sea conocida, escuchada, amada, profundizada y vivida en la Iglesia, y así se transforme en Palabra de verdad y de amor para todos los hombres.
5. El objetivo de este Sínodo es eminentemente pastoral: profundizando las razones doctrinales y dejándose iluminar por ellas, se desea extender y reforzar la práctica del encuentro con la Palabra como fuente de vida en los diversos ámbitos de la experiencia, proponiendo para ello a los cristianos y a cada persona de buena voluntad, caminos justos y cómodos para poder escuchar a Dios y hablar con El.
Concretamente, el Sínodo se propone, entre sus finalidades, contribuir a iluminar aquellos aspectos fundamentales de la verdad sobre la Revelación, como son la Palabra de Dios, la Tradición, la Biblia, el Magisterio, que impulsan y garantizan un válido y eficaz camino de fe; encender la estima y el amor profundo por la Sagrada Escritura, haciendo que los fieles tengan «fácil acceso» [8] a ella; renovar la escucha de la Palabra de Dios, en el momento litúrgico y catequístico, especialmente con el ejercicio de la Lectio Divina, debidamente adaptada a las diversas circunstancias; ofrecer al mundo de los pobres una Palabra de consuelo y esperanza.
Este Sínodo, por lo tanto, quiere dar al pueblo de Dios una Palabra que sea pan; por ello se propone promover un correcto ejercicio hermenéutico de la Escritura, orientando bien el necesario proceso de evangelización y de inculturación; desea alentar el diálogo ecuménico, estrechamente vinculado a la escucha de la Palabra de Dios; quiere favorecer la confrontación y el diálogo judío-cristiano,
[9] más ampliamente el diálogo interreligioso e intercultural. El Sínodo intenta realizar estos y otros objetivos, siguiendo tres pasos:
— la Revelación, la Palabra de Dios, la Iglesia (capítulo I),
— la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia (capítulo II),
— la Palabra de Dios en la misión de la Iglesia (capítulo III).
Esto permitirá unir simultáneamente el momento fundacional y el momento operativo de la Palabra de Dios en la Iglesia.
Estos Lineamenta no tienen, por lo tanto, la intensión de expresar todas los motivaciones y las aplicaciones del encuentro con la Palabra de Dios, mas, a la luz del Vaticano II, indicar aquellas esenciales, subrayando al mismo tiempo el dato doctrinal y la experiencia in acto, invitando a aportar ulteriores y específicas contribuciones.
Preguntas
Introducción
1. ¿Qué «signos de los tiempos» en el propio país hacen urgente este Sínodo sobre la Palabra de Dios? ¿Qué se espera del sínodo?
2. ¿Qué relación se puede percibir entre el Sínodo precedente sobre la Eucaristía y el actual sobre la Palabra de Dios?
3. ¿Existen tradiciones de experiencia bíblica en la propia Iglesia particular? ¿Cuáles son? ¿Existen grupos bíblicos? ¿Cuál es la tipología de los mismos?
Revelación, Palabra de Dios, Iglesia
«De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos» (Hb 1,1-2).
Dios tiene la iniciativa.
La divina Revelación se manifiesta como Palabra de Dios
6. «Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad».[10] Frente al riesgo de encerrar el misterio de Dios en esquemas sólo humanos y en una relación fría y arbitraria, el Concilio Vaticano II, en la Dei Verbum, hace una síntesis de la fe plurisecular de la Iglesia, proponiendo las líneas maestras de una correcta reflexión. Dios se manifiesta en manera tanto gratuita cuanto directa, orientada a establecer una relación interpersonal de verdad y de amor con el hombre y el mundo que ha creado. Él se revela a Sí mismo en las realidades visibles del cosmos y de la historia «con obras y palabras intrínsecamente ligadas»,[11] mostrando así una «economía de la revelación», o sea un proyecto que mira a la salvación del hombre y con él de toda la creación. Resulta así revelada al mismo tiempo la verdad sobre Dios, uno y trino, y la verdad sobre el hombre, que Dios ama y desea hacer feliz, verdad que alcanza el máximo esplendor en Jesucristo, el cual es, al mismo tiempo, «mediador y plenitud de toda la revelación».[12]
Esta relación de gratuita comunicación, que supone una profunda comunión, en analogía con la comunicación humana, es cualificada por Dios mismo como su Palabra, «Palabra de Dios». Ella, por lo tanto, debe ser radicalmente comprendida como un acto personal de Dios, uno y trino, que ama, y por ello habla, y habla al hombre para que reconozca su amor y le corresponda.[13] Una lectura atenta de la Biblia lo manifiesta desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Cuando se lee, y sobre todo cuando se proclama la Palabra de Dios, como sucede en la Eucaristía, «Sacramento de los sacramentos»,[14] y en los otros sacramentos, el Señor mismo nos invita a «realizar» un evento interpersonal, singular y profundo, de comunión entre Él y nosotros, y entre nosotros. La Palabra de Dios, en efecto, es eficaz y cumple lo que afirma (cf. Hb 4,12).
La persona humana tiene necesidad de Revelación
7. El hombre tiene la capacidad de conocer a Dios con los recursos que Él mismo le ha dado (cf. Rm 1,20), en concreto el mundo de la creación (liber naturae). Sin embargo, en las condiciones históricas en las cuales se encuentra, a causa del pecado, este conocimiento se ha hecho oscuro e incierto y por no pocos negado. Pero Dios no abandona su creatura, poniendo en ella un íntimo, aunque no siempre reconocido, deseo de luz, de salvación y de paz. El anuncio del Evangelio en todo el mundo ha contribuido a tener vivo tal anhelo, produciendo valores religiosos y culturales. Ellos ayudan a muchos a dedicarse hoy a la búsqueda del Dios de Jesucristo.
En la misma vida del pueblo de Dios se advierte una aguda aspiración —además de una necesidad— de gustar una fe pura y bella, removiendo el velo de la ignorancia, de la confusión y de la desconfianza respecto de Dios y del hombre, y así discernir y reforzar en la verdad de Dios las numerosas conquistas del progreso. Por lo tanto, se puede hablar de una necesidad profunda y difundida que, como una invocación, abre existencialmente a la verdad de la Revelación, actuada por Dios mismo en favor de la humanidad, es decir, a escuchar su Palabra. Interesarse en esto constituye el fundamento de los objetivos del Sínodo, en vista de las consecuencias en el ámbito pastoral, en cuanto de este modo se autentica y se impulsa el proceso de la nueva evangelización y, al mismo tiempo, se pueden percibir valiosas indicaciones para el diálogo ecuménico, interreligioso y cultural.
La Palabra de Dios se entrelaza con la historia del hombre y guía su camino
8. En algunas culturas, el hombre contemporáneo se siente artífice, y por lo tanto, dueño de su historia y encuentra dificultad en aceptar que alguno se introduzca en su mundo sin dialogar con él y sin darle razones de su presencia. Tal actitud puede surgir también con respecto a Dios, en forma a menudo errónea y de todos modos dudosa. Pero Dios, que no puede callar la verdad de su Palabra, asegura al hombre que se trata siempre de una Palabra de amigo, a su favor, en el respeto de su libertad, pero al mismo tiempo pidiéndole una escucha leal sobre la cual meditar. En efecto, la Palabra de Dios debe ser presentada a cada hombre «como una abertura a sus problemas, una contestación a sus preguntas, una ampliación de sus valores, al mismo tiempo que la satisfacción aportada a sus aspiraciones más profundas».[15] También a la luz de la Dei Verbum, llegamos a conocer que, en cuanto pronunciada por Dios, su Palabra, si precede toda iniciativa y palabra humana, lo hace para abrir al hombre inesperados horizontes de verdad y de sentido, como lo demuestran Gn 1; Jn 1,1ss.; Hb 1,1; Rm 1,19-20; Ga 4,4; Col 1,15-17. Afirma Gregorio Magno: «Si la Escritura se abaja a usar nuestras pobres palabras, es para hacernos subir lentamente, como a través de escalones, desde aquello que vemos cerca de nosotros hasta su subli
midad».[16]
Desde los orígenes Dios quiso «abrir el camino de la salvación sobrenatural».[17] A la luz de la Escritura se nos da a conocer cómo su Palabra potente ha iniciado un diálogo vivo, a veces dramático, pero finalmente victorioso, con la humanidad desde sus comienzos y también en la historia de su pueblo, Israel, llegando a la revelación suprema en la historia de Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne (cf. Jn 1,14). Canta San Efrén «Contemplaba entonces el Verbo Creador y lo comparaba a la Roca, peregrina con el pueblo en medio del desierto. Sin recoger para sí ni acumular aguas, ella vertía sobre el pueblo maravillosos torrentes. No había en ella agua alguna pero de ella surgían océanos; así de la nada, el Verbo creó sus obras. ¡Dichoso quien merecerá heredar tu Paraíso! Moisés, en su Libro, describe la creación de toda la Naturaleza para que al Creador la Naturaleza y el Libro den testimonio; la Naturaleza, mediante el uso, el Libro, mediante la lectura. Son estos los testigos que llegan a todas partes. Se encuentran en todo tiempo, están presentes en cada hora, demuestran al infiel que es ingrato al Creador».[18]
Relevante es la incidencia pastoral de esta visión de la Palabra de Dios. Ella entrelaza su historia con la historia humana, se hace historia humana, razón por la cual nuestra historia de hombres no está constituida exclusivamente por pensamientos, palabras, iniciativas humanas. Muestra huellas vivas en la naturaleza y en la cultura, ilumina las ciencias del hombre y asume su justo valor, pero de éstas es ella misma ayudada a iluminar la propia identidad, y al mismo tiempo irradiar el original humanismo que le pertenece. En particular, es una Palabra que se ha elegido un pueblo para compartir el camino de libertad y de salvación, mostrando la seriedad tenaz y paciente de Dios, ser un «Emmanuel»(Is 7, 14), Dios con nosotros (cf. Is 8,10; Rm 8,31; Ap 21,3). De ahí se explica cómo la Palabra de Dios, gracias al testimonio de la Biblia, haya encontrado eco en los pensamientos y en las expresiones del hombre a través de los siglos, a veces en modo intrincado y dramático, como un grito de ayuda, en las oscuras vicisitudes de la historia, produciendo extraordinarios efectos, que se manifiestan en manera fascinante en los santos. Viviendo los carismas particulares como dones del Espíritu Santo, ellos han mostrado las potencialidades enormes y originales de la Palabra de Dios tomada en serio.
Hoy asume un particular relieve ayudar a comprender la justa relación entre Revelación pública y constitutiva del Credo cristiano y las revelaciones privadas, discerniendo la pertinencia de éstas a la fe genuina.
Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne, la plenitud de la Revelación
9. «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1,1 s.).
Los cristianos en general advierten la centralidad de la persona de Jesucristo en la Revelación de Dios. Pero no siempre saben comprender las razones de tal importancia, ni entienden en qué sentido Jesús es el corazón de la Palabra de Dios, y por lo tanto, también en la lectura de la Biblia, experimentan dificultad en hacer de ella una lectura cristiana.
Además, siempre a la luz de la Dei Verbum, se recordará que Dios ha querido tomar una iniciativa completamente imprevisible, la cual no obstante se ha cumplido: «Envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios (cf. Jn 1,1-18). Jesucristo, Palabra hecha carne, «hombre enviado a los hombres», habla las palabras de Dios (Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (cf. Jn 5,36; 17,4)».[19] De modo que Jesús en su vida terrena y ahora en su vida celeste asume y realiza todo el fin, el sentido, la historia y el proyecto que está dentro de la Palabra de Dios, puesto que, come afirma San Ireneo: «Cristo nos ha dado toda novedad dándose Él mismo a nosotros».[20]
Es pastoralmente importante, a la luz de Jesucristo, saber comprender, por analogía, la pluralidad de valencias que reviste la Palabra de Dios en la fe de la Iglesia, según el testimonio de la misma Biblia. La Palabra se manifiesta, en efecto, como la Palabra eterna en Dios, se refleja en la creación, asume un perfil histórico en los profetas, se revela en la persona de Jesús, resuena en la voz de los apóstoles, y hoy es proclamada en la Iglesia. Forma un todo, cuya clave de interpretación, a través de la inspiración del Espíritu Santo, es Cristo-Palabra. «La Palabra de Dios, que en el principio estaba con Dios, no es, en su plenitud, una multiplicidad de palabras; ella no es muchas palabras, sino una sola Palabra que abraza un gran número de ideas de las cuales cada una es una parte de la Palabra en su totalidad (…). Y si el Cristo alude a las «Escrituras», como aquellas que le dan testimonio, considera los libros de la Escritura un único volumen, porque todo lo que ha sido escrito de él es recapitulado en un solo todo».[21]Se percibe así una continuidad en la diferencia.
A esta riqueza de la Palabra, la Iglesia ofrece su esencial anuncio. La comunidad cristiana se siente generada y renovada por la Palabra de Dios, si la sabe comprender en Jesucristo. Pero también es verdad que la Palabra de Jesús (que es Jesús) debe ser comprendida, come Él mismo decía, según las Escrituras (cf. Lc 24, 44-49), o sea en la historia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, que lo ha esperado como Mesías, y ahora en la historia de la comunidad cristiana, que lo anuncia con la predicación, lo medita con la Biblia, experimenta su amistad y su guía en la vida. San Bernardo afirma que en el plan de la Encarnación de la Palabra, Cristo es el centro de todas las Escrituras. La palabra de Dios, ya audible en el Antiguo Testamento, se hizo visible en Cristo.[22]
La Palabra de Dios como una sinfonía
10. Las indicaciones dadas precedentemente permiten ahora delinear el sentido que, a la luz de la Revelación, la Iglesia da a la Palabra de Dios. Es como una sinfonía ejecutada por múltiples instrumentos, en cuanto Dios comunica su Palabra de muchas formas y en muchos modos (cf. Hb 1,1) en una larga historia y con diversidad de anunciadores, pero donde aparece una jerarquía de significados y de funciones. Es correcto hablar de sentido análogo de la Palabra.
a — A la luz de la Revelación, la Palabra de Dios es el Verbo eterno de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo del Padre, fundamento de la comunicación intratrinitaria y ad extra: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe» (Jn 1, 1-3; cf. Col 1,16).
b — Por ello, el mundo creado narra «la
gloria de Dios» (Sal 19,1), todo hace resonar su voz (cf. Si 46, 17; Sal 68, 34). Al comienzo del tiempo, con su Palabra, Dios crea el cosmos, poniendo en la creación el sigilo de su sabiduría, de la cual es interprete natural el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27; Rm 1,19-20). De la Palabra, en efecto, el hombre recibe la palabra para entrar en diálogo con Dios y con la creación. Así, Dios ha hecho de la entera creación y del hombre in primis, Aun testimonio perenne de sí mismo».[23]
c — «La Palabra se hizo carne» (Jn 1,14): la Palabra de Dios por excelencia, la última y definitiva Palabra es Jesucristo, su persona, su misión, su historia, íntimamente unidas según el plan del Padre, que culmina en la Pascua y tiene su cumplimiento cuando Jesús entregará el Reino al Padre (1 Co 15,24). Él es el Evangelio de Dios para el hombre (cf. Mc 1,1).
d — En vista de la Palabra, que es el Hijo encarnado, el Padre ha hablado en el tiempo pasado a los padres por medio de los profetas (cf. Hb 1,1) y, en virtud del Espíritu, los Apóstoles continúan el anuncio de Jesús y de su Evangelio. Así, al servicio de la única Palabra de Dios, las palabras del hombre son asumidas como palabras de Dios, que resuenan en el anuncio de los profetas y de los Apóstoles.
e — La Sagrada Escritura, fijando por divina inspiración la Palabra de Jesús con las palabras de los profetas y de los Apóstoles, lo atestigua de manera auténtica, razón por la cual, ella contiene la Palabra de Dios y, en cuanto inspirada, es verdaderamente Palabra de Dios,[24] del todo orientada a la Palabra que es Jesús, porque las Escrituras «son las que dan testimonio de mí» (Jn 5,39). Por el carisma de la inspiración los libros de la Sagrada Escritura tienen una fuerza de interpelación directa y concreta que no tienen otros textos o intervenciones eclesiásticas.
f — Pero la Palabra de Dios, no permanece encerrada en lo que está escrito. Si, en efecto, el acto de la Revelación se ha concluido con la muerte del último apóstol,[25] la Palabra revelada continúa siendo anunciada y escuchada en la historia de la Iglesia, la cual se empeña en proclamarla al mundo para responder a sus expectativas. Así, la Palabra continúa su curso en la predicación viva y en tantas otras formas de servicio de evangelización, por lo cual la predicación es Palabra de Dios, comunicada por el Dios vivo a personas vivas en Jesucristo, a través de la Iglesia. De este cuadro se puede comprender que cuando se predica la revelación de Dios se cumple en la Iglesia un evento que puede llamarse verdaderamente Palabra de Dios.
A la Palabra de Dios se le deben reconocer todas las cualidades de una verdadera comunicación interpersonal, como por ejemplo, una función informativa, en cuanto Dios comunica su verdad; una función expresiva, en cuanto Dios hace transparente su modo de pensar, de amar, de obrar; una función vocacional, en cuanto Dios interpela y llama a escuchar y a dar una respuesta de fe.
Será tarea de los pastores ayudar a los fieles a tener esta visión armónica de la Palabra, evitando formas de comprensión erróneas, o reductivas o ambiguas, poniendo en relieve su conexión intrínseca con el misterio de Dios uno y trino y con su revelación, su manifestación en el mundo creado y su presencia germinal en la vida y la historia del hombre, su suprema expresión en Jesucristo, su atestiguamiento infalible en la Sagrada Escritura, su transmisión en la Tradición viviente. En relación al misterio de la Palabra de Dios, transformada en lenguaje humano, se prestará atención a la investigación de las ciencias sobre el lenguaje y su comunicación.
A la Palabra de Dios corresponde la fe del hombre.
La fe se manifiesta en la escucha
11. «Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe».[26] A Él, que hablando se da a sí mismo, el hombre escuchando Ase entrega entera y libremente».[27] Esto implica una respuesta plena a una propuesta de total comunión con Dios y de adhesión a su voluntad, de parte de la comunidad y de cada uno de los creyentes.[28] Esta actitud de fe comunional se manifestará en cada encuentro con la Palabra, en la predicación viva y en la lectura de la Biblia. No es casual que la Dei Verbum proponga para el encuentro con el Libro Sagrado cuanto afirma globalmente de la Palabra de Dios: A Dios (…) habla a los hombres como a amigos, (…) para invitarlos y recibirlos en su compañía».[29] «En los Libros Sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos».[30] La Revelación es comunión de amor, frecuentemente llamada por la Escritura con el término «alianza» (Gn 9,9; 15,18; Ex 24,1-18; Mc 14,24).
Se toca aquí un aspecto de notable incidencia pastoral: la fe se refiere a la Palabra de Dios en todos sus signos y lenguajes. Es una fe que, en virtud de la acción del Espíritu Santo, recibe de la Palabra una comunicación de verdad, a través de la narración o de la fórmula doctrinal; una fe que reconoce que la Palabra es el estímulo primario para una conversión eficaz, luz para responder a tantas preguntas de la vida del creyente, guía para un recto discernimiento sapiencial de la realidad, solicitación a «hacer» la Palabra (cf. Lc 8,21), y no solo a leerla o decirla, y finalmente es fuente permanente de consolación y de esperanza. De ello surge, como sólida lógica de la fe, el empeño en reconocer y asegurar el primado de la Palabra de Dios en la propia vida de los creyentes, recibiéndola así como la Iglesia la anuncia, la comprende, la explica y la vive.
María modelo de recepción de la Palabra para el creyente
12. En el camino de profundización del misterio de la Palabra de Dios, María de Nazaret, a partir del acontecimiento de la Anunciación, es la maestra y la madre de la Iglesia y el modelo viviente de cada encuentro personal y comunitario con la Palabra, que ella acoge en la fe, medita, interioriza y vive (cf. Lc 1,38; 2, 19.51; Hch 17,11). María, en efecto, escuchaba y meditaba las Escrituras, relacionándolas a las palabras de Jesús y a los eventos que iba descubriendo en su historia. Afirma Isaac de la Estrella: «En las Escrituras divinamente inspiradas lo que es dicho en general de la virgen madre Iglesia, se refiere singularmente a la virgen madre María (…) Heredad del Señor en modo universal es la Iglesia, en modo especial María, en modo particular cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María Cristo demoró nueve meses, en el tabernáculo de la fe de la Iglesia permanece hasta el fin del mundo, en el conocimiento y en el amor del alma fiel queda para la eternidad».[31]
La Virgen María sabe observar entorno a sí y vive las urgencias de lo cotidiano, consciente que lo que recibe como
don del Hijo es un don para todos. Ella enseña a no permanecer ajenos espectadores de una Palabra de vida, sino a transformarse en participantes, dejándose conducir por el Espíritu Santo que habita en el creyente. Ella «canta la grandeza» del Señor descubriendo en su vida la misericordia de Dios, que la hace «beata» porque «ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45). Invita, además, a cada creyente a hacer propias las palabras de Jesús: «Dichosos los que aun no viendo creen» (Jn 20, 29). María es la imagen del verdadero orante de la Palabra, que sabe custodiar con amor la Palabra de Dios, haciendo de ella un servicio de caridad, memoria permanente para conservar encendida la lámpara de la fe en la cotidianidad de la existencia. Dice San Ambrosio que el cristiano que cree concibe y genera el Verbo de Dios. Si hay una sola madre de Cristo según la carne; según la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos.[32]
La Palabra de Dios, confiada a la Iglesia, se trasmite a todas las generaciones
13. «Dios quiso que lo que había revelado para la salvación de todos los pueblos, se conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades».[33] Amigo y Padre de los hombres, Dios habla todavía. En cierto sentido la Revelación, que ya está concluida, continúa su comunicación, por lo cual la Palabra de Dios se nos presenta siempre como contemporánea y actual. Es más, ella puede manifestar aun mejor su donación de luz y hacer aumentar nuestra comprensión. Esto sucede porque el Padre, dando el Espíritu de Jesús a la Iglesia, le confía el tesoro de la revelación,[34] la hace primera destinataria y testigo privilegiado de la Palabra amorosa y salvífica de Dios.
Por esta razón en la Iglesia la Palabra no es un depósito inerte, sino que siendo «suprema norma de su fe» y fuerza de vida, «va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo» y «crece» cuando Alos fieles la contemplan y estudian», cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando la proclaman los Obispos.[35] Lo atestiguan, en particular, los hombres de Dios, que han «habitado» la Palabra.[36] Es evidente que la misión cierta y primaria de la Iglesia es transmitir la divina Palabra a todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares, según el mandato de Jesús (cf. Mt 28, 18-20). La historia demuestra cómo esto ha sucedido y continúa también ahora después de tantos siglos, entre diversos obstáculos, pero también con tanta vitalidad y fecundidad.
Tradición y Escritura en la Iglesia: un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios
14. A este respecto es fundamental recordar que la Palabra de Dios, transformada en Cristo en Evangelio o buena noticia , y como tal, confiada a la predicación apostólica, continúa su curso a través de dos puntos de referencia, reconocibles y estrechamente interconectados: el flujo vital de la Tradición viviente manifestada por «lo que (la Iglesia) es y lo que cree»,[37] es decir, por el culto, por la doctrina y por la vida de la Iglesia; y la Sagrada Escritura, la cual de esta Tradición viviente, por inspiración del Espíritu Santo, conserva, precisamente en la inmutabilidad de lo que está escrito, los elementos constitutivos y originarios. «Esta Tradición con la Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara a cara, como Él es (cf. 1 Jn 3,2)».[38] Al Magisterio de la Iglesia, que no es superior a la Palabra de Dios, corresponde «interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita».[39]
El Concilio Vaticano II insiste en la unidad de origen y en las múltiples conexiones entre Tradición y Escritura: la Iglesia las recibe «con el mismo espíritu de devoción».[40] Un insustituible deber de servicio corresponde al Magisterio, en cuanto lo trasmitido «por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente»,[41] asegurando con ello una interpretación auténtica de la Palabra de Dios.
Desde el punto de vista pastoral, siguiendo la doctrina de la Iglesia, hay que aclarar conceptualmente y traducir en experiencia de vida las relaciones entre Tradición y Escritura, como por ejemplo, el hecho que la Tradición precede originariamente la Escritura y es siempre como su humus vital que «hace que (la Iglesia) los comprenda (los Libros Sagrados) cada vez mejor y los mantenga siempre activos».[42] Así también, por otra parte, «se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: La Palabra de Dios es viva y enérgica (Hb 4,12), puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados (Hch 20,32; cf. 1 Ts 2,13)».[43] Ambos son canales que comunican la Palabra de Dios, la cual, por lo tanto, tiene su cumplimiento de sentido y de gracia en la experiencia de ambos, «uno dentro del otro», y por ello, en esta óptica se pueden llamar y son Palabra de Dios.
Diversas son las consecuencias de relevante incidencia en el plano pastoral. No puede existir una «sola Scriptura» en sí misma: la Escritura está vinculada a la Iglesia, es decir, al sujeto que recibe y comprende tanto la Tradición como la Escritura. La Escritura cumple un rol esencial para acceder a la Palabra en su fuente genuina, transformándose así en criterio para la recta comprensión de la Tradición.
Además debe ser considerada en sus efectos prácticos, la distinción entre Tradición apostólica constitutiva, tradición posterior que interpreta y actualiza, y las otras tradiciones eclesiásticas; como también debe evaluarse la capacidad decisiva del reconocimiento canónico que la Iglesia ha realizado a propósito de las Escrituras garantizando la autenticidad (73 libros: 46 del Antiguo Testamento, 27 de Nuevo Testamento),[44] frente a la proliferación de libros no auténticos o apócrifos, de ayer, de hoy y de siempre.
Permanece, finalmente, siempre en el fondo, la confrontación y el diálogo delicado, necesario y apasionado entre Escritura y Tradición, con los signos de la Palabra de Dios en el mundo creado, especialmente con el hombre y su historia.[45]
En el surco de la Tradición viviente, y por consiguiente como servicio genuino a la Palabra de Dios, debe también considerarse la forma del Catecismo, desde el primer Símbolo de la fe, núcleo de todo Catecismo, a las diversas exposiciones a lo largo de los siglos, de las cuales los testimonios más recientes son en la Iglesia universal, el Catecismo de la Iglesia Católica, y en las Iglesias locales, los respectivos Catecismos.
La Sagrada Escritura, Palabra de Dios inspirada
15. «La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo».[46] Ella es cualificada con dos nombres en particular: Escritura (sagrada) y Biblia, títulos que son significativos, ya de por sí, como el Texto y el Libro por excelencia, con una difusión que va más allá de los confines de la Iglesia.
En principio, por su incidencia operativa en la lectura de la Biblia, hay que considerar los siguientes puntos: en el cuadro teológico de referencia antes mencionado, la Escritura y la Tradición comunican inmutablemente la Palabra de Dios y hacen resonar «la voz del Espíritu Santo»;[47] el significado del carisma de la inspiración con la cual el Espíritu Santo constituye los libros bíblicos como Palabra de Dios y los confía a la Iglesia, para que sean recibidos en la obediencia de la fe; la unidad del Canon como criterio de interpretación de la Sagrada Escritura; la verdad de la Biblia ha de ser comprendida, sobre todo, como «la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra»;[48] el sentido y el alcance de la identidad de la Biblia como Palabra de Dios en lenguaje humano, por lo cual la interpretación de la Biblia se realiza unitariamente, bajo la guía de la fe, con criterios filosóficos y teológicos, a la luz, en particular, de la Nota de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia.[49]
Hoy en el pueblo de Dios se advierte siempre más, como ya notaba Amos, hambre y sed de la Palabra de Dios (cf. Am 8,11-12). Es una necesidad vital que no puede descuidarse, porque es el Señor mismo que la va provocando. Y por otra parte, se nota con tristeza que tal necesidad no es sentida en todos los lugares, porque la Palabra de Dios circula poco y todavía no resulta adecuadamente favorecido el encuentro con el Libro Sagrado. Ayudar a los fieles a entender qué es la Biblia, porqué existe, qué ofrece a la fe, cómo se usa, es una exigencia importante a la cual la Iglesia ha siempre respondido, y hoy, en particular, en cuatro capítulos de la Dei Verbum.[50] Conocerlos adecuadamente, sirviéndose de otros aportes del Magisterio y de la investigación competente, es una tarea necesaria en nuestras comunidades.
Una tarea necesaria y delicada: interpretar la Palabra de Dios en la Iglesia
16. El hecho que tantos cristianos, en comunidad o individualmente, escruten tan intensamente la Palabra de Dios en el Libro Sagrado, es para la Iglesia una valiosa posibilidad de capacitar a los fieles en su correcta comprensión y actualización. Esto, en cierto modo, es válido hoy con más fuerza aún, porque se abre una confrontación nueva entre la Palabra de Dios y las ciencias del hombre, en particular en el ámbito de la investigación filosófica, científica e histórica. Se reconoce la riqueza de verdad y de valores sobre Dios, sobre el hombre, sobre las cosas, que proviene de este contacto entre Palabra y cultura, como también se propone una continua confrontación sobre problemas inéditos. Por lo tanto, la razón interpela la fe y por ésta es invitada a colaborar para una verdad y una vida en armonía con la revelación de Dios y con las esperanzas de la humanidad.[51]
Pero no faltan también los riesgos de la interpretación arbitraria y reductiva, como el fundamentalismo: de una parte puede manifestar el deseo de permanecer fiel al texto, y por otra parte desconoce la naturaleza misma de los textos, incurriendo en graves errores y generando también inútiles conflictos.[52] Otros riesgos surgen de las lecturas «ideológicas» o simplemente humanas, sin el sostén de la fe (cf. 2P 1,19-20; 3,16), hasta llegar a formas de contraposición y de separación entre la forma escrita, atestiguada sobre todo en la Biblia, la forma viva del anuncio y la experiencia de vida de los creyentes. Así también se encuentra dificultad en reconocer el rol que corresponde al Magisterio en el servicio de la Palabra de Dios, tanto en cuanto a la Biblia como en lo que se refiere a la Tradición. En general, se nota un escaso o impreciso conocimiento de las reglas hermenéuticas, correspondientes a la identidad de la Palabra, compuestas por criterios humanos y revelados, en el contexto de la Tradición eclesial y en la escucha del Magisterio.
A la luz del Vaticano II y del Magisterio sucesivo,[53] algunos aspectos merecen hoy una atención y reflexión específica, en vista de una adecuada comunicación pastoral, es decir que la Biblia, libro de Dios y del hombre, ha ser leída unificando correctamente el sentido histórico-literal y el sentido teológico-espiritual.[54] Esto significa que el método histórico-crítico es necesario para una correcta exégesis, convenientemente enriquecido con otras formas de interpretación.[55] Debe enfrentarse el problema interpretativo de la Escritura, pero para alcanzar su sentido total, es necesario valerse de criterios teológicos, propuestos por la Dei Verbum: «el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe».[56] Hoy se advierte la necesidad de una profunda reflexión teológica y pastoral para formar las comunidades en un recto y fructuoso conocimiento de la Sagrada Escritura como Palabra de Dios, comprendida en el misterio de la cruz y resurrección de Jesucristo, viviente en la Iglesia.
«Dicho de otra manera —afirma el Papa Benedicto XVI— me interesa mucho que los teólogos aprendan a leer y amar la Escritura tal como lo quiso el Concilio en la Dei Verbum: que vean la unidad interior de la Escritura —hoy se cuenta con la ayuda de la «exégesis canónica» (que sin duda se encuentra aún en una tímida fase inicial)— y que después hagan una lectura espiritual de ella, la cual no es algo exterior de carácter edificante, sino un sumergirse interiormente en la presencia de la Palabra. Me parece que es muy importante hacer algo en este sentido, contribuir a que, juntamente con la exégesis histórico-crítica, con ella y en ella, se dé verdaderamente una introducción a la Escritura viva como Palabra de Dios actual».[57]
En esta perspectiva debe considerarse con atención la contribución del Catecismo de la Iglesia Católica, las diversas resonancias y tradiciones que la Biblia suscita en la vida del pueblo de Dios y el aporte de las ciencias teológicas y humanas.
Junto a todo este empeño no debe olvidarse aquella interpretación de la Palabra de Dios, que se cumple cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar los divinos misterios. A este respecto la Introducción al Leccionario, que es proclamado en la Eucaristía, recuerda: «Por voluntad del mismo Cristo, el nuevo pueblo de Dios se halla diversificado en una admirable variedad de miembros, por lo cual son también varios los oficios y funciones que corresponden a cada uno, en lo que atañe a la palabra de Dios; según esto, los fieles escuchan
y meditan la palabra, y la explican únicamente aquellos a quienes, por la sagrada ordenación, corresponde la función del magisterio, o aquellos a quienes se encomienda este ministerio. Así la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones, todo lo que ella es, todo lo que cree, de modo que, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que en ella tenga su plena realización la palabra de Dios».[58]
Antiguo y Nuevo Testamento, una sola economía de la salvación
17. No es posible quedarse completamente satisfechos del conocimiento y de la práctica que tantos tienen de las Escrituras. A causa de dificultades no resueltas, se asiste a veces a una cierta resistencia frente a páginas del Antiguo Testamento que aparecen difíciles, expuestas a la marginación, a la selección arbitraria, al rechazo. Según la fe de la Iglesia, el Antiguo Testamento ha de ser considerado como parte de la única Biblia de los cristianos, reconociendo en él los valores permanentes y la relación que vincula los dos Testamentos.[59] De todo esto se deriva la necesidad de una urgente formación sobre la lectura cristiana del Antiguo Testamento. En este sentido es de gran utilidad la praxis litúrgica, que siempre proclama el Antiguo Testamento como página esencial para una comprensión plena del Nuevo Testamento, como atestigua Jesús mismo en el episodio de Emaús, en el cual el Maestro «empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (Lc 24,27). Las lecturas litúrgicas del Antiguo Testamento ofrecen, además, un valioso itinerario para el encuentro orgánico y articulado con el Texto Sagrado. Tal itinerario consiste tanto en el uso del salmo responsorial, que invita a rezar y a meditar cuanto anunciado, como en la relación temática entre la primera lectura y el Evangelio, en la perspectiva de síntesis del misterio del Cristo. En efecto —confirma el antiguo dicho— el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, y el Antiguo es revelado en el Nuevo Testamento: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet.[60]
Afirma S. Gregorio Magno: «Aquello que el Antiguo Testamento ha prometido, el Nuevo Testamento lo ha mostrado; lo que aquel anuncia en manera oculta, éste lo proclama abiertamente como presente. Por lo tanto, el Antiguo Testamento es profecía del Nuevo Testamento; y el mejor comentario del Antiguo Testamento es el Nuevo Testamento».[61]
En cuanto al Nuevo Testamento, hoy ciertamente más familiar en la práctica bíblica, gracias a la riqueza de los Leccionarios y de la Liturgia de las Horas, es necesario recordar el valor central de los Evangelios, por ello proclamados en modo completo en los tres años del ciclo litúrgico festivo y cada año en los días feriales, sin olvidar las grandes enseñanzas de Pablo y de los otros Apóstoles.[62]
1. Conocimiento de la Palabra de Dios en la historia de la salvación.
Entre los fieles (parroquias, comunidades religiosas, movimientos) ¿qué idea se tiene de Revelación, Palabra de Dios, Biblia, Tradición, Magisterio? ¿Se perciben los diversos niveles de sentido de Palabra de Dios? ¿Jesucristo es comprendido como núcleo central de la Palabra de Dios? ¿Cuál es la relación entre Palabra de Dios y Biblia? ¿Cuáles son los aspectos menos comprendidos? ¿Por qué razones?
2. Palabra de Dios e Iglesia.
¿En qué medida el contacto con la Palabra de Dios aumenta la consciencia viva de pertenecer a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y lleva a la auténtica misión eclesial? ¿Cómo es entendida la relación entre Palabra de Dios e Iglesia? ¿Se mantiene una correcta relación entre Biblia y Tradición, en el estudio exegético y teológico y en los encuentros con el Libro Sagrado? ¿Es guiada la catequesis por la Palabra de Dios? ¿Es adecuadamente valorizada la Sagrada Escritura en la catequesis? ¿Cómo es percibida la importancia y la responsabilidad del Magisterio en la proclamación de la Palabra de Dios? ¿Hay una escucha genuina de fe de la Palabra de Dios? )Cuáles son los aspectos que es necesario aclarar y reforzar?
3. Indicaciones de fe de la Iglesia sobre la Palabra de Dios.
¿Qué recepción ha tenido la Dei Verbum? ¿Y el <i>Catecismo de la Iglesia Católica? ¿Cuál es el rol magisterial específico de los Obispos en el apostolado de la Palabra de Dios? ¿Cuál es la tarea que corresponde a los ministros ordenados, presbíteros y diáconos, en la proclamación de la Palabra (cf. LG 25.28)? ¿Cómo debe concebirse la relación entre Palabra de Dios y vida consagrada? ¿Cómo entra la Palabra de Dios en la formación de los futuros presbíteros? ¿Qué orientaciones necesita hoy el pueblo de Dios en relación a la Palabra de Dios, y lo mismo para los presbíteros, los diáconos, las personas consagradas y los laicos?
4. La Biblia como Palabra de Dios.
¿Porqué hoy la Biblia es deseada entre los cristianos? ¿En qué contribuye a la vida de fe? ¿Cómo es recibida en el mundo no cristiano? ¿Y entre los hombres de cultura? ¿Se puede hablar de un acercamiento siempre correcto a la Escritura? ¿Cuáles son los defectos más comunes? ¿Cómo es entendido el carisma de la inspiración y de la verdad de la Escritura? )¿Se tiene en cuenta el sentido espiritual de la Escritura como sentido último querido por Dios? ¿Cómo es recibido el Antiguo Testamento? ¿Puede decirse que el conocimiento y la lectura de los Evangelios son suficientes, no obstante éstos sean con mayor frecuencia escuchados? ¿Cuáles son hoy las páginas de la Biblia mayormente consideradas «difíciles» y a las cuales se ha de dar una respuesta?
5. La fe en la Palabra de Dios.
¿Cuáles son las actitudes de los creyentes frente a la Palabra de Dios? ¿Su escucha tiene lugar en un clima de fe intensa y mira a generar la fe? ¿Cuáles son las razones que llevan a la lectura de la Biblia? ¿Pueden indicarse criterios de discernimiento sobre la recepción creyente de la Palabra?
6. María y la Palabra de Dios.
¿Porqué María es maestra y madre en la escucha de la Palabra de Dios? ¿Cómo ella la ha recibido y vivido? ¿Cómo María puede ser modelo del cristiano que escucha, medita y vive la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia
«Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55,11).
La Iglesia nace y vive de la Palabra de Dios
18. La Iglesia confiesa ser continuamente llamada y generada por la Palabra de Dios. Por esta razón, para poderla proclamar con amor y vigor, se pone,
primera y constantemente «en religiosa escucha»[63] de ella, es asombrada e íntimamente tocada por ella, con fe humilde y confiada la acoge, imitando a María, que escucha y practica la Palabra (cf. Lc 1,38), y que por ello ha sido puesta por el Señor como modelo de la Iglesia.
En esta perspectiva de adhesión a la Palabra, la comunidad cristiana encuentra la Sagrada Escritura. «En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos».[64] La Escritura está, por lo tanto, en el corazón y en las manos de la Iglesia como la «Carta que Dios ha enviado a los hombres»,[65] libro de vida, objeto de profunda veneración, análogamente al Cuerpo mismo de Cristo.[66] En ella la Iglesia descubre cuál es el plan de Dios sobre sí misma, sobre el mundo de los hombres y de las cosas. Por ello, Ala Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición», proclamándola con vigor y encontrándola como «alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual».[67]
De la Iglesia el cristiano recibe la Biblia, con la Iglesia la lee y comparte su espíritu y los objetivos, mirando así a la finalidad suprema de cada encuentro con la Palabra, como Jesús nos ha enseñado: el cumplimiento de la voluntad de Dios en una vida de fe, de esperanza y de caridad en el seguimiento del Maestro (cf. Lc 8,19-21).
La Palabra de Dios sostiene la Iglesia a lo largo de toda su historia
19. Es un dato constante en la vida de pueblo de Dios tomar fuerzas de la Palabra: desde cuando el profeta hablaba a su pueblo, Jesús a la multitud y a los discípulos, los apóstoles a la primera comunidad, hasta nuestros días. Por ello, debe considerarse atentamente cómo la presencia de la Palabra, sobre todo en el testimonio de la Biblia, caracteriza las diversas épocas en el mundo bíblico y en la historia de la Iglesia.
Así en el tiempo de los Padres, la Escritura ocupa un puesto central, como fuente de la cual obtener teología, espiritualidad y vida pastoral. Los Padres son maestros insuperables de aquella lectura «espiritual» de la Escritura que, cuando es genuina, no es destrucción de la «letra», es decir del sano sentido histórico, sino que es capacidad de leer en el Espíritu también la letra. En el Medioevo la Sagrada Página constituye la base de la reflexión teológica; para descubrirla se elabora la doctrina de los cuatro sentidos (letra, alegoría, tropología, anagogía);[68] según la herencia antigua la Lectio Divina constituye la forma monástica de la oración; constituye una fuente de la inspiración artística; se trasmite al pueblo en las diversas formas de la predicación y de la piedad popular.[69] En la edad moderna, el surgimiento del espíritu crítico, el progreso científico, la división entre los cristianos y el consiguiente empeño ecuménico, estimulan, no sin dificultad y contrastes, una más correcta metodología de aproximación y, al mismo tiempo, una mejor comprensión del misterio de la Escritura en el seno de la Tradición. En la época contemporánea, tenemos el proyecto de renovación basado en la centralidad de la Palabra de Dios, cuyo gran artífice ha sido el Concilio Vaticano II.
Junto a una pluralidad histórica de formas, debemos hablar también de una pluralidad geográfica. La Palabra de Dios, gracias en particular a un continuo contacto con la Biblia, se difunde y evangeliza las diversas Iglesias particulares en los cinco continentes, en ellos se incultura progresivamente, transformándose en alma vivificante de la fe de tantos pueblos, fundamental factor de comunión en la Iglesia, testimonio de la inagotable riqueza de su misterio, permanente fuente de inspiración y de transformación de las culturas y de la sociedad.
La Palabra de Dios penetra y anima, en la potencia del Espíritu Santo, toda la vida de la Iglesia
20. El Espíritu Santo, que guía la Iglesia a la verdad toda entera (cf. Jn 16,13), hace comprender el verdadero sentido de la Palabra de Dios, conduciendo finalmente al encuentro desvelado con el mismo Verbo, el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, Revelador del Padre. El Espíritu es el alma y el exégeta de la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios puesta por escrito bajo su inspiración. Por ello, la Sagrada Escritura se ha de «leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita».[70] La Iglesia, guiada por el Espíritu, procura «comprender cada vez más profundamente la Escritura»[71] para nutrir a sus hijos, valiéndose en particular del estudio de los Padres de Oriente y Occidente, de la investigación exegética y teológica, de la vida de los testigos y de los santos.
Valiosa a este respecto es la línea trazada en la Introducción al Leccionario, donde se afirma: «Para que la palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo, con cuya inspiración y ayuda la palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la actuación del Espíritu no sólo precede, acompaña y sigue a toda acción litúrgica, sino que también va recordando (cf Jn 14,15-17.25-26;15,26-16,15), en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad y proporciona la multiplicidad de actuaciones».[72]
La comunidad cristiana, por lo tanto, se construye cada día dejándose guiar por la Palabra de Dios, bajo la acción del Espíritu Santo, acogiendo el don de la iluminación, de la conversión y de la consolación, que el Espíritu comunica a través de la Palabra. En efecto, «todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15,4).
Es tarea primaria de la Iglesia ayudar a los fieles a comprender qué significa encontrar la Palabra de Dios bajo la guía del Espíritu; cómo, en particular, eso sucede en la lectura espiritual de la Biblia; en qué sentido la Biblia, la Tradición y el Magisterio son unificados interiormente por el Espíritu Santo; qué actitud se exige al creyente, que es él mismo guiado por el Espíritu Santo recibido en el Bautismo y en los diversos sacramentos. Afirma Pedro Damasceno: «Aquel que tiene experiencia del sentido espiritual de las Escrituras sabe que el sentido de la palabra más simple de la Escritura y de la excepcionalmente más sapiente son una sola cosa y tienen como finalidad la salvación del hombre».[73]
La Iglesia se alimenta de la Palabra de varios modos
21. «Toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Es
critura».[74] El deseo, sostenido por la oración, de parte de S. Pablo «para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria» (2 Ts 3,1) se está realizando, con diversas modalidades, en varios ámbitos y expresiones de la vida de la Iglesia. Es un proceso que exige la atención de la fe, la dedicación apostólica, la acción pastoral inteligente, creativa y continua, aprendiendo también de la experiencia compartida. Una pastoral bíblica, o mejor aún, una pastoral continuamente animada por la Biblia, es una exigencia que hoy se propone a cada comunidad en la Iglesia.
En esta perspectiva de unidad e interacción, se ha de reconocer y seguir plenamente el dinamismo según el cual la Palabra de Dios nos encuentra, dinamismo que está en la base de toda la acción pastoral de la Iglesia: la Palabra, anunciada y escuchada, exige hacerse Palabra celebrada a través de la Liturgia y de la vida sacramental de la Iglesia, para comenzar así a animar una vida según la Palabra, a través de la experiencia de la comunión, de la caridad y de la misión.[75]
a — En la liturgia y en la oración
22. «Aparezca con claridad la íntima conexión entre la palabra y el rito en la liturgia».[76] La Iglesia ha aprendido a descubrir y a abrirse a Dios que habla, en particular, en la oración litúrgica, además de la oración personal y comunitaria. La Sagrada Escritura, en efecto, es una realidad litúrgica y profética: es una proclamación y un testimonio del Espíritu Santo sobre el evento de Cristo, más que un libro escrito. Esto ha permitido difundir el conocimiento y el amor hacia las Escrituras. Pero el camino a cumplir para realizar la letra y el espíritu del Concilio Vaticano II, en lo que se refiere al uso de la Palabra en la liturgia, se encuentra constantemente en acto. Se pide un esfuerzo de renovación cualitativo e cuantitativo, invitando a los fieles y reflexionando con ellos sobre ciertas indicaciones propuestas por el Concilio.
En este sentido, se recuerda el dato fundamental que Cristo «está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla».[77] Por esta razón «en la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es sumamente grande».[78] Ello lleva a prestar atención privilegiada a cada forma de encuentro con la Palabra en la acción litúrgica: en la Eucaristía (dominical), en los sacramentos, en la predicación homilética, en el año litúrgico, en la liturgia de las horas, en los sacramentales, en las diversas formas de piedad popular, en la catequesis mistagógica.
El primer lugar corresponde a la Eucaristía, en cuanto «mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo»[79] íntimamente unidos, principalmente en el Día del Señor, que «es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente».[80] Se tenga en cuenta que para tantísimos cristianos la Misa dominical, que es el momento principal de encuentro con la Palabra de Dios, sigue siendo hasta hoy el único punto de contacto con la Palabra. De ahí que debería nacer una verdadera pasión pastoral por celebrar y vivir con autenticidad y gozo el encuentro con la Palabra en la Eucaristía dominical.
Concretamente, se prestará la máxima atención a la liturgia de la Palabra, sobre todo en la Eucaristía y en todos los otros sacramentos, con la proclamación clara y comprensible de los textos, con la homilía que de la Palabra se hace resonancia límpida y alentadora, ayudando a interpretar los eventos de la vida y de la historia a la luz de la fe, con la oración de los fieles que ha de ser respuesta de alabanza, de acción de gracias y de súplica a Dios que nos ha hablado. Específico cuidado pide el Ordo Lectionum Missae,[81] así como también la oración del Oficio Divino. Hoy resulta indispensable reflexionar sobre el modo de hacer pastoralmente más adecuados, y por lo tanto más accesibles a los fieles, estos excelentes canales de la Palabra de Dios.
b — En la evangelización y en la catequesis
23. «El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad».[82] Juan Pablo II ha afirmado que A con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis».[83] Es uno de los frutos más visibles del Concilio Vaticano II. El camino ha de ser continuado, ampliado y cualificado, renovando certezas y ofreciendo servicios. La Iglesia, en efecto, sabe que recibiendo el don la Palabra de Dios como su mayor tesoro, asume también aquello que es su máximo deber: darla nuevamente a todos.[84] Merece aquí recordar, a título de ejemplo, algunos aspectos del ministerio de la Palabra, sintetizado en el primer anuncio y en la catequesis, ya sea durante el año litúrgico, ya sea en el camino de iniciación cristiana, así como también en la formación permanente.[85]
Con este objetivo se deben tener presente las formas de comunicación de la Palabra y al mismo tiempo las exigencias siempre nuevas de los fieles en las diversas edades y condiciones espirituales, culturales y sociales, así como indican el Directorio General para la Catequesis y los Directorios catequísticos de las diversas Iglesias locales.[86] En este contexto particular ha de prestarse atención a la recta iluminación, purificación y valorización de la religiosidad popular a través de la Palabra de Dios, de la cual, a su vez, esa misma devoción frecuentemente se alimenta. Se han de valorizar especialmente todas las mediaciones de la Palabra presentes en la Iglesia y en parte ya mencionadas: Leccionarios, Liturgia de las Horas, Catecismos, celebraciones de la Palabra, etc.
Un rol importante en la evangelización corresponde al encuentro directo con la Sagrada Escritura. Esto es un objetivo primario: «La catequesis, en concreto, debe ser una auténtica introducción a la «lectio divina«, es decir, a la lectura de la Sagrada Escritura, hecha según el Espíritu que habita en la Iglesia»,[87] y al mismo tiempo un contenido central: la catequesis «ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los mismos textos».[88]
Por su relieve particularmente cultural, ha de valorizarse la enseñanza de la Biblia en la escuela y principalmente en la enseñanza de la religión. Un papel específico cumple el Catecismo de la Iglesia Católica, como un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe.
La Palabra de Dios ha de ser comunicada a todos, también a quienes no saben leer y en particular debe poder servirse de los múltiples recursos de la comunicación de hoy. Por lo tanto, un eficaz servicio a la Palabra de Dios exige una valorización competente actualizada y creativa de los diversos medios de comunicación social.
Dados los fuertes cambios culturales y sociales acaecidos, se hace necesaria una catequesis que ayude a explicar las páginas difíciles de la Biblia, en el orden de la historia, de la ciencia y de la cuestión moral, y a indicar el camino de solución de ciertos modos de presentación de Dios, del hombre y de la mujer, y de la acción moral, especialmente en el Antiguo Testamento.
c — En la exégesis y en la teología
24. «El estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología».[90] Indudablemente los frutos alcanzados en este ámbito, después del Concilio Vaticano II, nos conducen a alabar al Señor por la gracia de su Espíritu de verdad. Por otra parte, habiendo la Palabra de Dios plantado su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14), no cabe duda que el mismo Espíritu nos lleva a meditar sobre los nuevos itinerarios que ella se propone cumplir entre los hombres de nuestro tiempo, invitándonos a recoger expectativas y desafíos que la humanidad de hoy pone a la Palabra.
Expresados en manera sumamente ejemplificada, hoy emergen como puntos relevantes: el empeño de los exégetas y teólogos en vista del estudio y la explicación de las Escrituras según el sentido de la Iglesia, interpretando y proponiendo la Palabra de la Biblia en el contexto de la viva Tradición y viceversa, valorizando en esto la herencia de los Padres, confrontándose con las indicaciones del Magisterio, y ayudándolo con lealtad e inteligencia en su tarea.[91]
En este ámbito es útil llamar la atención sobre las orientaciones delineadas en su tempo por la Optatam totius, a propósito de la teología y, consiguientemente, de la metodología que ha de proponerse para formar teológicamente a los pastores. Las líneas allí presentadas todavía deben ser en buena parte puestas en práctica. Sin embargo, la línea ofrecida, precisamente a partir de los temas bíblicos, propone un itinerario que en el curso de la investigación y de la enseñanza puede garantizar una síntesis adecuada, tanto en los presbíteros como, indirectamente, en el pueblo de Dios. La recuperación de tal indicación conciliar constituiría un enriquecimiento de la misma Palabra de Dios actualizada en la perspectiva de la docencia de las diversas disciplinas teológicas, y en constante dialéctica constructiva con el auditus culturae.[92]
Una específica atención se refiere a la relación de la Revelación de Dios con el pensamiento y la vida del hombre de hoy. En esta óptica se coloca la tarea de reflexionar, a la luz de la Palabra de Dios, sobre las tendencias antropológicas actuales, sobre la relación entre razón y fe «como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad»,[93] mediaciones de la única verdad que viene de Dios ; sobre el diálogo con las grandes religiones en vista de construir, en nombre de Dios, un mundo más justo y pacífico.
La comunidad cristiana espera que los estudiosos con celo, mediante «apropiados subsidios» ayuden a los ministros de la divina Palabra a ofrecer al pueblo de Dios «el alimento de las Escrituras, que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad, encienda el corazón amor a Dios».[94]
d — En la vida del creyente
25. «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Jesucristo».[95] «Todos (…) han de leer y estudiar asiduamente la Escritura».[96]
Junto con el progreso catequístico, el desarrollo espiritual constituye uno de los aspectos más bellos e prometedores del curso de la Palabra di Dio en su pueblo. Encontrar, rezar y vivir la Palabra es la suprema vocación del cristiano. «Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura» como atestigua Juan Pablo II.[97] Pero el número debe poder crecer y la cualidad del contacto debe corresponder a las finalidades de la Palabra, según el servicio de la Iglesia. Para una genuina espiritualidad de la Palabra, ha de recordarse que «a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre; pues «a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras».» [98] Confirma San Agustín: «Tu oración es tu palabra dirigida a Dios. Cuando lees la Biblia es Dios quien te habla; cuando oras eres tu quien hablas a Dios».[99] Esto lleva a la consideración de algunos aspectos que han de ser evaluados como prioritarios y preferenciales.
Sobre todo la Palabra de Dios debe ser encontrada con alma de pobre, interiormente y también exteriormente, correspondiendo esto plenamente al Verbo de Dios, «nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza»(2 Cor 8,9), un modo de ser, por lo tanto, basado en el mismo modo de Jesús de escuchar la Palabra del Padre y de anunciárnosla, con total desprendimiento de las cosas y siempre preparado para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4,18). «Es motivo de alegría ver la Biblia en las manos de gente humilde y pobre, que puede dar a su interpretación y a su actuación una luz más penetrante, desde el punto de vista espiritual y existencial, que aquella que viene de una ciencia segura de sí misma».[100]
Se ha de alentar vivamente sobre todo esa praxis de la Biblia que se remonta a los orígenes cristianos y que ha acompañado a la Iglesia en su historia. Se llama tradicionalmente Lectio Divina con sus diversos momentos (lectio, meditatio, oratio, contemplatio).[101] Ella tiene su casa en la experiencia monástica, pero hoy el Espíritu, a través del Magisterio, la propone al clero,[102] a las comunidades parroquiales, a los movimientos eclesiales, a la familia y a los jóvenes.[103] Escribe Juan Pablo II: «Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia»;[104] «mediante el uso de los nuevos métodos, atentamente ponderados, al paso de
los tiempos».[105] En particular, el Santo Padre Benedicto XVI invita a los jóvenes «a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir».[106] Y a todos recuerda: Ala lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón».[107]
La novedad de la Lectio en el pueblo de Dios requiere una formación iluminada, paciente y continua, entre los presbíteros, las personas de vida consagrada y los laicos, de tal manera que se llegue a compartir las experiencias de Dios provocadas por la Palabra escuchada (collatio).[108] La Palabra de Dios debe ser la primera fuente que inspira la vida espiritual de la comunidad en sus aspectos prácticos, como los ejercicios espirituales, los retiros, las devociones y las experiencias religiosas. Importante objetivo (y criterio de autenticidad) es hacer madurar a cada uno en la lectura personal de la Palabra en óptica sapiencial y en vista de un discernimiento cristiano de la realidad, de la capacidad de dar cuenta de la propia esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y del testimonio cristiano de la santidad. Recuerda San Cipriano, recogiendo un pensamiento compartido por los Padres «Dedícate con asiduidad a la oración y a la lectio divina. Cuando rezas hablas con Dios, cuando lees es Dios quien habla contigo».[109]
«Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero» (Sal 119,105). El Señor que ama la vida, con su Palabra quiere iluminar, guiar y sostener toda la vida de los creyentes en cada circunstancia, en el trabajo, en el tiempo libre, en el sufrimiento, en los empeños familiares y sociales y en cada evento alegre o triste, de tal modo que cada uno pueda discernir cada cosa y quedarse con lo bueno (cf. 1 Ts 5,21), reconociendo así la voluntad de Dios y poniéndola en práctica (cf. Mt 7,21).
1. La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia
¿Qué importancia se da a la Palabra de Dios en la vida de nuestras comunidades y de los fieles? ¿En qué modo la Palabra de Dios se transforma en alimento de los cristianos? ¿Existe el riesgo de reducir el cristianismo a una religión del libro? ¿Cómo se venera y qué familiaridad se tiene con la Palabra de Dios en la vida personal y en la vida de la comunidad de los fieles en el domingo, en los días feriales y en los tiempos fuertes del año litúrgico?
2. La Palabra de Dios en la formación del pueblo de Dios
¿Qué propuestas se llevan a cabo para transmitir a nuestras comunidades y a los fieles individualmente la doctrina integral y completa sobre la Palabra de Dios ? ¿Están formados adecuadamente y con actualización continua en la animación bíblica de la pastoral los futuros presbíteros, las personas consagradas, los responsables de los servicios en la comunidad (catequistas, etc.)? ¿Existen proyectos de formación permanente para los laicos?
3. Palabra de Dios, liturgia y oración
¿Cómo los fieles se acercan a la Sagrada Escritura en la oración litúrgica y en la oración personal? ¿Qué nexo es percibido entre liturgia de la Palabra y liturgia Eucarística, entre la Palabra celebrada en la Eucaristía y la vida cotidiana de los cristianos? ¿La homilía es resonancia genuina de la Palabra de Dios? ¿Qué necesidades manifiesta? ¿Es acompañado el sacramento de la reconciliación con la escucha de la Palabra de Dios? ¿Es celebrado el Oficio de las Horas como escucha y diálogo con la Palabra de Dios? ¿Se extiende esta práctica también al pueblo de Dios? ¿Puede decirse que el pueblo de Dios tiene suficientes posibilidades de contacto con la Biblia?
4. Palabra de Dios, evangelización y catequesis
¿A la luz del Concilio Vaticano II y del Magisterio catequístico de la Iglesia, qué aspectos positivos y problemáticos se advierten en la relación entre Palabra de Dios y catequesis? ¿Cómo es tratada la Palabra de Dios en las diversas formas de catequesis (iniciación y formación permanente)? )¿Se da a la Palabra de Dios escrita suficiente atención y estudio en las comunidades? En caso afirmativo )cómo ello se realiza? ¿Las diversas categorías de personas (niños, adolescentes, jóvenes, adultos) cómo son iniciados en la Biblia? ¿Existen cursos de introducción a la Sagrada Escritura?
5. Palabra de Dios, exégesis y teología
¿La Palabra de Dios es el alma del empeño exegético y teológico? ¿Es adecuadamente respetada su naturaleza de Palabra revelada? ¿Una precomprensión de fe anima y sostiene la investigación científica? ¿Cuál es la metodología habitual de aproximación al texto? ¿Qué papel juega el dato bíblico en la elaboración teológica? ¿Existe una sensibilidad con respecto a la pastoral bíblica en la comunidad?
6. Palabra de Dios y vida del creyente.
¿Cuál es el impacto de la Sagrada Escritura sobre la vida espiritual del pueblo de Dios, del clero, de las personas consagradas, de los fieles laicos? ¿Se descubre la actitud de pobreza y confianza di María en el Magnificat? ¿Porqué la búsqueda de los bienes materiales obstaculiza la escucha de la Palabra de Dios? ¿La Palabra de Dios de la Eucaristía y de las otras celebraciones litúrgicas aparecen como momentos fuertes o débiles de la comunicación de la fe? ¿Porqué diversos cristianos se sienten indiferentes y fríos frente a la Biblia? ¿La Lectio Divina es practicada?¿Bajo qué formas? ¿Qué factores la favorecen y cuáles la obstaculizan?
La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia
«Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy«» (Lc 4,16-21).
La misión de la Iglesia es proclamar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne
26. «Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio».[110] Esto exige asistir a la escuela del Maestro, notando que su Palabra contiene en el centro el anuncio del Reino de Dios (cf. Mc 1,14-15) con pal
abras y obras, con el testimonio de la vida y de la enseñanza. El Reino de Dios, que la Palabra de Dios hace germinar, es reino de verdad y de justicia, de amor y de paz, ofrecido a todos los hombres. Predicando la Palabra, la Iglesia participa en la construcción del Reino de Dios, ilumina su dinámica y lo propone para la salvación del mundo. Anunciar el Reino es el evangelio que ha de ser predicado hasta los confines de la tierra (cf. Mt 28,19; Mc 16,15). Tal anuncio y su recepción es la verificación de la autenticidad de la fe.
El «ay de mi si no predicara el evangelio» (1 Co 9,16) de San Pablo resuena hoy con peculiar urgencia, transformándose para todos los cristianos no en una simple información, sino en una vocación al servicio del Evangelio para el mundo. En efecto, como dice Jesús, «la mies es mucha» (Mt 9,37) y diversificada: hay tantos que no han escuchado nunca el Evangelio, especialmente en los continentes de África y de Asia; además hay otros que se han olvidado del Evangelio, pero también hay tantos que esperan el anuncio.
En verdad no han faltado ni faltan dificultades que obstaculizan el camino del pueblo de Dios en la escucha de su Señor. También por motivos económicos, en tantas regiones se sufre incluso por la falta material del Texto bíblico, de su traducción y difusión. En particular, se perciben, además, en vista de una correcta interpretación, los obstáculos de las sectas. Llevar la Palabra es una misión fuerte, que implica un profundo y convencido sentir «cum Ecclesia».
Uno de los primeros requisitos es la confianza en la potencia transformante de la Palabra en el corazón de quien la escucha. En efecto, «es viva la Palabra de Dios y eficaz (…), escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12). Un segundo requisito, hoy particularmente advertido y creíble, es anunciar y dar testimonio de la Palabra de Dios como fuente de conversión, de justicia, de esperanza, de fraternidad, de paz. Un tercer requisito es la franqueza, el coraje, el espíritu de pobreza, la humildad, la coherencia, la cordialidad de quien sirve a la Palabra.
La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI mantiene todavía hoy su actualidad para una pedagogía del anuncio. Mientras la Encíclica Deus caritas est del Santo Padre Benedicto XVI pone bien de relieve cómo la caridad está estrechamente vinculada con el anuncio de la Palabra de Dios y con la celebración de los sacramentos.[111] Recibiendo la Palabra de Dios, que es amor, se deduce que no es posible verdaderamente anunciar la Palabra sin vivir el amor, en el ejercicio de la justicia y de la caridad. En este sentido de la misión evangelizadora de la Palabra de Dios, aquí solo se hace alusión en manera sintética a algunos objetivos y tareas a desarrollar, retenidos de particular importancia.[112]
San Agustín escribe: «Es fundamental comprender que la plenitud de la Ley, como de todas las Escrituras divinas, es el amor: el amor del Ser que debemos gozar y del ser que es llamado a gozar de ese mismo amor junto con nosotros. Es con la finalidad de darnos a conocer este amor y hacerlo factible, que la Providencia ha creado, para nuestra salvación, toda la economía temporal (…) Aquel que, por lo tanto, cree haber comprendido las Escrituras, o al menos una parte cualquiera de ellas, sin comprometerse a construir, mediante el entendimiento de las mismas Escrituras, este doble amor de Dios y del prójimo, demuestra no haberlas comprendido aún».[113]
La Palabra de Dios debe estar siempre al alcance de todos
27. La Iglesia afirma su libertad de anunciar la Palabra de Dios con la franqueza de los Apóstoles (cf. Hch 4,13; 28,31) y al mismo tiempo retiene que los fieles «han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura».[114] Esto es un requisito para la misión y además hoy es un contenido fundamental de la misma misión. No obstante tantas insistencias, es necesario admitir que la mayoría de los cristianos no tiene un contacto efectivo y personal con la Escritura, y aquellos que lo tienen experimentan no pequeñas dudas teológicas y metodológicas en vista de la comunicación. El encuentro con la Biblia corre el riesgo de no ser un hecho eclesial, de comunión, sino expuesto al subjetivismo y a la arbitrariedad, o reducido a un objeto de devoción privada, como tantos otros en la Iglesia. Es indispensable una promoción pastoral consistente y creíble de la Palabra.
Ello determina el recurso a iniciativas específicas, como por ejemplo, la valorización plena de la Biblia en los proyectos pastorales, pero al mismo tiempo un programa de pastoral bíblica en cada diócesis, bajo la guía del obispo, haciendo que la Biblia esté presente en las grandes acciones de la Iglesia y ofreciendo formas oportunas de encuentro directo, principalmente con caminos de lectio divina para jóvenes y adultos. Procediendo de este modo se pondrá especial atención para que la comunión entre presbíteros y laicos, y también entre parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos eclesiales, se manifieste y se base en la Palabra de Dios.
A este propósito es útil un servicio específico de apostolado bíblico a nivel diocesano, metropolitano o nacional, que difunda la práctica bíblica con oportunos instrumentos de ayuda,[115] que suscite el movimiento bíblico entre los laicos, que se preocupe por la formación de animadores de los grupos de Evangelio, con particular atención a los jóvenes, proponiendo itinerarios de fe con la Palabra de Dios, también para los inmigrantes y para todos aquellos que están en búsqueda.
Es justo recordar que desde 1968, existe y actúa la Federación Bíblica Católica mundial, instituida por Pablo VI al servicio de las orientaciones del Concilio Vaticano II sobre la Palabra de Dios. De esta Asociación son miembros la casi totalidad de las Conferencias Episcopales, y por lo tanto, ella se ha ramificado en todos los continentes. El objetivo es difundir el texto de la Biblia en los diversos idiomas y al mismo tiempo introducir a la gente simple en el conocimiento y en la vivencia de sus enseñanzas, a través de buenas traducciones, la cuales, bajo el cuidado pastoral de los obispos, sean aceptables para el uso litúrgico. Será también tarea de la comunidad difundir la Biblia a precios accesibles.
Además, hay que dar cabida, con sabio equilibrio a los métodos y a las nuevas formas de lenguaje y comunicación en la transmisión de la Palabra de Dios, como son: radio, TV, teatro, cine, música y canciones, hasta los nuevos medios, como CD, DVD, internet, etc.[116]
En este camino de la Palabra de Dios hacia el pueblo, tienen un rol específico las personas de vida consagrada. Ellas, como subraya el Vaticano II, «tengan, ante todo, diariamente en las manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lectura y la meditación de los sag
rados Libros, el sublime conocimiento de Jesucristo (Flp 3,8)»[117] y encuentren renovada fuerza en su tarea de educación y de evangelización, especialmente entre los pobres, los pequeños y los últimos. Para los Padres de la Iglesia el texto bíblico debe ser objeto de un cotidiano «rumiar». Cuando el hombre inicia a leer las divinas Escrituras —reflexionaba San Ambrosio— Dios vuelve a pasear con él en el paraíso terrestre.[118] Y Juan Pablo II afirmaba: «La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora. Por este motivo la lectio divina ha sido tenida en la más alta estima desde el nacimiento de los Institutos de vida consagrada, y de manera particular en el monacato. Gracias a ella, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría que es don del Espíritu».[119]
La Palabra de Dios, gracia de comunión entre los cristianos
28. Este aspecto ha de ser considerado como uno de los mayores objetivos de la pastoral de la Iglesia. Los dos aspectos esenciales que unen a todos los fieles en Cristo son, en efecto, la Palabra de Dios y el Bautismo. Es a partir de estos datos de hecho que el camino ecuménico tiene que continuar entre los desafíos que se le presentan en vista de aquella unidad plena que, solo en un retorno a las fuentes de la Palabra, interpretada a la luz de la Tradición eclesial, puede garantizar un encuentro total con Cristo y con los hermanos.[120] El discurso de despedida de Jesús en el cenáculo pone en fuerte resalto que esta unidad está en el dar conjuntamente testimonio de la Palabra del Padre ofrecida por el Señor (cf. Jn 17,8).
La escucha de la Palabra de Dios, por lo tanto, posee una dimensión ecuménica que ha de ser siempre custodiada. Se percibe con satisfacción cómo la Biblia es hoy el mayor punto de encuentro para la oración y el diálogo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales. Recibiendo las indicaciones del Concilio Vaticano II se colabora para una difusión del Texto Sagrado con traducciones ecuménicas.[121] Después del Concilio, el Magisterio de la Iglesia ha dado notables contribuciones.[122] De su atenta lectura y de la confrontación con cada una de las situaciones se esperan claras indicaciones e impulsos en el camino hacia la unidad. Afirma el Santo Padre Benedicto XVI: «La escucha de la Palabra de Dios es lo primero en nuestro compromiso ecuménico. En efecto, no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la lectio divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos; todo esto constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra».[123]
La Palabra de Dios, luz para el diálogo interreligioso
29. Es todo un campo que, aunque siempre ha estado presente en la Iglesia a lo largo de su historia, hoy se propone con nuevas exigencias y tareas inéditas. Corresponde a la investigación teológica profundizar la delicada relación y deducir las consecuencias pastorales. Haciendo referencia a cuanto ha sido enseñado por el Magisterio de la Iglesia[124] hasta el momento presente, se indican los siguientes puntos para una reflexión y evaluación:
a — Con el pueblo judío
30. Una particular atención ha de ser dedicada al pueblo judío. Cristianos y judíos son, todos juntos, hijos de Abraham, radicados en la misma alianza, pues Dios, fiel a sus promesas, no ha revocado la primera alianza (cf. Rm 9-11). Confirma Juan Pablo II: «Este pueblo es convocado y guiado por Dios, creador del cielo y la tierra. Por consiguiente, su existencia no es meramente un hecho natural o cultural, en el sentido de que, por la cultura, el hombre desarrolla los recursos de su propia naturaleza. Más bien, se trata de un hecho sobrenatural. Este pueblo persevera a pesar de todo, porque es el pueblo de la alianza y porque, no obstante las infidelidades de los hombres, el Señor es fiel a su alianza».[125] Comparten gran parte del canon bíblico, el llamado por los cristianos Antiguo Testamento. A este respecto, hoy existe un importante documento de la Pontificia Comisión Bíblica: El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana,[126] que induce a reflexionar sobre la estrecha relación de fe, ya señalada por la Dei Verbum.[127] Dos aspectos han de ser particularmente considerados: la contribución original de la comprensión judía de la Biblia y la superación de toda posible forma de antisemitismo y antijudaísmo.
b — Con otras religiones
31. La Iglesia es enviada a llevar el Evangelio a todas las criaturas (cf. Mc 16,15). Para hacer esto ella encuentra el gran número de los adherentes a otras religiones, con sus libros sagrados y con sus modos de entender la Palabra de Dios, sale al encuentro de personas que están en camino de búsqueda o simplemente en una inconsciente espera de la «buena noticia». Con respecto a todos la Iglesia se siente deudora de la Palabra que salva (cf. Rm 1,14).
Sobre todo, es necesario recordar que el cristianismo no es una religión del libro, sino de la Palabra de Dios encarnada en el Señor Jesús. Al comparar la Biblia con los Textos sagrados de las otras religiones se exige atención para no caer en sincretismos, confrontaciones superficiales y deformaciones de la verdad. Todavía mayor atención se debe prestar a la pureza de la Palabra de Dios, auténticamente interpretada por el Magisterio, frente a las numerosas sectas que usan la Biblia para otras finalidades con métodos ajenos a la Iglesia.
Desde una visión positiva, se pondrá atención en conocer las religiones no cristianas y sus respectivas culturas, en discernir las semillas del Verbo que en ellas se encuentran presente. Es importante indicar que la escucha de Dios debe llevar a superar toda forma de violencia, para que tal escucha sea activa en el corazón y en las obras para la promoción de la justicia y de la paz.[128]
La Palabra de Dios, fermento de las culturas modernas
32. El encuentro de la Palabra de Dios se realiza con las diversas culturas (sistemas de pensamiento, orden ético, filosofía de vida, etc.), frecuentemente dominadas por influencias económicas y tecnológicas de inspiración secularista
y potenciadas por el amplio servicio de los mass-media, tales de ser llamados «Biblias laicas». El diálogo es exigente más que antes, es incluso áspero, pero también rico en potencialidades para el anuncio, en cuanto es rico de interrogantes de sentido, que encuentran en el Señor una propuesta liberadora.
Esto significa que la Palabra de Dios quiere entrar como fermento en un mundo pluralista y secularizado, en los «areópagos modernos» (cf. Hch 17,22) del arte, de la ciencia, de la política, de la comunicación, llevando Ala fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas»[129] para purificarlas, elevarlas y transformarlas en instrumentos del Reino de Dios.
Esto exige una catequesis de Jesucristo «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6), realizada no con superficialidad, sino con una adecuada preparación en relación a las posiciones de los otros, de tal modo que aparezca la identidad del misterio cristiano y su benéfica eficacia respecto a cada persona. En este contexto ha de ser atentamente tenida en consideración la búsqueda de la llamada «historia de los efectos» (Wirkungsgeschichte) de la Biblia en la cultura y en el ethos común, razón por la cual justamente es llamada y valorada como «gran código«, especialmente en Occidente.
La Palabra de Dios y la historia de los hombres
33. La Iglesia, en su peregrinante camino hacia el Señor, es también consciente que la Palabra de Dios ha de ser leída en los eventos y en los signos de los tiempos con los cuales Dios se manifiesta en la historia. Afirma el Concilio Vaticano II: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas».[130] Ella, inmersa en las vicisitudes humanas, debe saber «discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos (…) los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios»,[131] para poder ayudar a la humanidad a encontrar al Señor de la historia y de la vida.
De este modo, la Palabra que Jesús ha sembrado como germen del Reino, hace su curso en la historia de los hombres (cf. 2 Ts 3,1) y cuando Jesús retornará en la gloria resonará como un invito a participar plenamente en el gozo del Reino (cf. Mt 25,24). A esta segura promesa, la Iglesia responde con una ardiente súplica: «Maran atha» (1 Co 16,22), «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20).
1. Anunciar hoy la Palabra de Dios
Observando la experiencia pastoral, ¿qué favorece y qué impide la escucha de la Palabra de Dios? ¿Puede favorecerla la necesidad de renovar la fe, una cierta inquietud interior, el estímulo de otros cristianos? ¿Puede obstaculizarla el secularismo, la proliferación de mensajes, estilos de vida alternativos a la visión cristiana? ¿Cuáles son los desafíos que debe enfrentar hoy el anuncio de la Palabra de Dios?
2. Amplio acceso a la Escritura
¿Cómo corresponde DV 22: «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» a la realidad de los hechos? ¿Existen estadísticas, aún aproximadas, sobre este aspecto? ¿Se nota un aumento de la escucha a nivel personal y comunitario de la Biblia?
3. La difusión de la Palabra de Dios
¿Cómo está organizado el Apostolado bíblico en la comunidad diocesana? ¿Hay algún programa diocesano? ¿Existen animadores preparados? ¿Se conoce la Federación Bíblica Católica? ¿Cuáles son las formas propuestas de encuentro con la Palabra de Dios (grupos bíblicos o de escucha, cursos bíblicos, jornadas de la Biblia, Lectio Divina) y cuáles son las actividades más frecuentadas en este campo por los cristianos? ¿Existen traducciones completas o parciales de la Biblia? ¿Como es considerada la Biblia en familia? ¿Se proponen itinerarios bíblicos para las diversas edades (niños, adolescentes, jóvenes, adultos)? ¿Qué uso se hace de los medios de comunicación social? ¿Qué elementos han de ser valorizados?
4. La Palabra de Dios en el diálogo ecuménico
El anuncio de la Palabra al mundo de hoy requiere un testimonio coherente de vida. ¿Se puede percibir esto en los cristianos de hoy? ¿Cómo promover ese testimonio de vida? ¿Cómo han asumido las iglesias particulares en el diálogo ecuménico los principales contenidos de la Dei Verbum? ¿Existe un intercambio ecuménico entre las Iglesias hermanas sobre la Escritura? ¿Qué rol dan a la Palabra de Dios? ¿En qué formas la Palabra es encontrada? ¿Existe la posibilidad de colaborar con las United Bible Societes (UBS)? ¿Hay conflictos en el uso de la Biblia?
5. La Palabra de Dios en el diálogo con el pueblo judío.
¿Es preferencial el diálogo con la religión judía? ¿Qué formas de encuentro sobre la Biblia son deseables? ¿Se instrumentaliza el texto bíblico para fomentar actitudes antisemitas?
6. La Palabra de Dios en el diálogo interreligioso e intercultural.
¿Existen experiencias de diálogo sobre la base de la Escritura cristiana con aquellos que poseen libros sagrados propios? ¿Cómo encuentran la Palabra de Dios aquellos que no creen en la inspiración de la Sagrada Escritura? ¿Existe una Palabra de Dios aún para quien non cree en Dios? ¿Es leída la Biblia también en su cualidad de «gran código», portador de tanta riquezas universales? ¿Hay experiencias de diálogo intercultural con referencia a la Biblia? ¿Qué procedimientos pueden ser usados para sostener a la comunidad cristiana frente a las sectas?
«La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre» (Col 3, 16-17).
La escucha de la Palabra de Dios como vida del creyente
34. Elemento fundamental para el encuentro del hombre con Dios es la escucha religiosa de la Palabra. Se vive la vida según el Espíritu en proporción a la capacidad de hacer espacio a la Palabra, de hacer nacer el Verbo de Dios en el corazón del hombre. En efecto, no es el hombre quien puede penetrar en la Palabra de Dios, sino que sólo ésta puede conquistarlo y convertirlo, haciéndole descubrir sus riquezas y sus secretos y abriéndole horizontes con sentido, propuestas de libertad y de plena maduración humana (cf. Ef 4,13). El conocimiento de la Sagrada Escritura es obra de un carisma eclesial, que es puesto en las manos de lo
s creyentes abiertos al Espíritu.
Afirma San Máximo el Confesor: «Las palabras de Dios, si son simplemente pronunciadas, no son escuchadas, porque no tienen como voz las obras de aquellos que las dicen. Si al contrario, son pronunciadas conjuntamente con la práctica de los mandamientos, tienen el poder con esta voz de hacer desaparecer los demonios y de estimular a los hombres a edificar el templo divino del corazón con el progreso en las obras de justicia».[132] Se trata de abandonarse a la alabanza silenciosa del corazón en un clima de simplicidad y de oración contemplativa como María, la Virgen de la escucha, porque todas las Palabras de Dios se reasumen y han de ser vividas en el amor (cf. Dt 6,5; Jn 13,34-35). Entonces, el creyente, hecho «discípulo», podrá adentrarse en «las buenas nuevas de Dios» (Hb 6,5), viviéndolas en la comunidad eclesial, y anunciarlas a los cercanos y a los lejanos, actualizando la invitación de Jesús, Palabra encarnada, «El Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15).
(Lista de las preguntas de cada capítulo)
Introducción
1. ¿Qué «signos de los tiempos» en el propio país hacen urgente este Sínodo sobre la Palabra de Dios? ¿Qué se espera del sínodo?
2. ¿Qué relación se puede percibir entre el Sínodo precedente sobre la Eucaristía y el actual sobre la Palabra de Dios?
3. ¿Existen tradiciones de experiencia bíblica en la propia Iglesia particular? ¿Cuáles son? ¿Existen grupos bíblicos? ¿Cuál es la tipología de los mismos?
Capítulo I
1. Conocimiento de la Palabra de Dios en la historia de la salvación.
Entre los fieles (parroquias, comunidades religiosas, movimientos) ¿qué idea se tiene de Revelación, Palabra de Dios, Biblia, Tradición, Magisterio? ¿Se perciben los diversos niveles de sentido de Palabra de Dios? ¿Jesucristo es comprendido como núcleo central de la Palabra de Dios? ¿Cuál es la relación entre Palabra de Dios y Biblia? ¿Cuáles son los aspectos menos comprendidos? ¿Por qué razones?
2. Palabra de Dios e Iglesia.
¿En qué medida el contacto con la Palabra de Dios aumenta la consciencia viva de pertenecer a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y lleva a la auténtica misión eclesial? ¿Cómo es entendida la relación entre Palabra de Dios e Iglesia? ¿Se mantiene una correcta relación entre Biblia y Tradición, en el estudio exegético y teológico y en los encuentros con el Libro Sagrado? ¿Es guiada la catequesis por la Palabra de Dios? ¿Es adecuadamente valorizada la Sagrada Escritura en la catequesis? ¿Cómo es percibida la importancia y la responsabilidad del Magisterio en la proclamación de la Palabra de Dios? ¿Hay una escucha genuina de fe de la Palabra de Dios? ¿Cuáles son los aspectos que es necesario aclarar y reforzar?
3. Indicaciones de fe de la Iglesia sobre la Palabra de Dios.
¿Qué recepción ha tenido la Dei Verbum? ¿Y el Catecismo de la Iglesia Católica? ¿Cuál es el rol magisterial específico de los Obispos en el apostolado de la Palabra de Dios? ¿Cuál es la tarea que corresponde a los ministros ordenados, presbíteros y diáconos, en la proclamación de la Palabra (cf. LG 25.28)? ¿Cómo debe concebirse la relación entre Palabra de Dios y vida consagrada? ¿Cómo entra la Palabra de Dios en la formación de los futuros presbíteros? ¿Qué orientaciones necesita hoy el pueblo de Dios en relación a la Palabra de Dios, y lo mismo para los presbíteros, los diáconos, las personas consagradas y los laicos?
4. La Biblia como Palabra de Dios.
¿Porqué hoy la Biblia es deseada entre los cristianos? ¿En qué contribuye a la vida de fe? ¿Cómo es recibida en el mundo no cristiano? ¿Y entre los hombres de cultura? ¿Se puede hablar de un acercamiento siempre correcto a la Escritura? ¿Cuáles son los defectos más comunes? ¿Cómo es entendido el carisma de la inspiración y de la verdad de la Escritura? ¿Se tiene en cuenta el sentido espiritual de la Escritura como sentido último querido por Dios? ¿Cómo es recibido el Antiguo Testamento? ¿Puede decirse que el conocimiento y la lectura de los Evangelios son suficientes, no obstante éstos sean con mayor frecuencia escuchados? ¿Cuáles son hoy las páginas de la Biblia mayormente consideradas «difíciles» y a las cuales se ha de dar una respuesta?
5. La fe en la Palabra de Dios.
¿Cuáles son las actitudes de los creyentes frente a la Palabra de Dios? ¿Su escucha tiene lugar en un clima de fe intensa y mira a generar la fe? ¿Cuáles son las razones que llevan a la lectura de la Biblia? ¿Pueden indicarse criterios de discernimiento sobre la recepción creyente de la Palabra?
6. María y la Palabra de Dios.
¿Porqué María es maestra y madre en la escucha de la Palabra de Dios? ¿Cómo ella la ha recibido y vivido? ¿Cómo María puede ser modelo del cristiano que escucha, medita y vive la Palabra de Dios?
Capítulo II
1. La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia.
¿Qué importancia se da a la Palabra de Dios en la vida de nuestras comunidades y de los fieles? ¿En qué modo la Palabra de Dios se transforma en alimento de los cristianos ? ¿Existe el riesgo de reducir el cristianismo a una religión del libro? ¿Cómo se venera y qué familiaridad se tiene con la Palabra de Dios en la vida personal y en la vida de la comunidad de los fieles en el domingo, en los días feriales y en los tiempos fuertes del año litúrgico?
2. La Palabra de Dios en la formación del pueblo de Dios.
¿Qué propuestas se llevan a cabo para transmitir a nuestras comunidades y a los fieles individualmente la doctrina integral y completa sobre la Palabra de Dios ? ¿Están formados adecuadamente y con actualización continua en la animación bíblica de la pastoral los futuros presbíteros, las personas consagradas, los responsables de los servicios en la comunidad (catequistas, etc.)? ¿Existen proyectos de formación permanente para los laicos ?
3. Palabra de Dios, liturgia y oración.
¿Cómo los fieles se acercan a la Sagrada Escritura en la oración litúrgica y en la oración personal? ¿Qué nexo es percibido entre liturgia de la Palabra y liturgia Eucarística, entre la Palabra celebrada en la Eucaristía y la vida cotidiana de los cristianos? ¿La homilía es resonancia genuina de la Palabra de Dios? ¿Qué necesidades manifiesta? ¿Es acompañado el sacramento de la reconciliación con la escucha de la Palabra de Dios? ¿Es celebrado el Oficio de las Horas como escucha y diálogo con la Palabra de Dios? ¿Se extiende esta práctica también al pueblo de Dios? ¿Puede decirse que el pueblo de Dios tiene suficientes posibilidades de contacto con la Biblia?
4. Palabra de Dios, evangelización y catequesis.
¿A la luz del Concilio Vaticano II y del Magisterio catequístico de la Iglesia, qué aspectos positivos y problemáticos se advierten en la relación entre Palabra de Dios y catequesis? ¿Cómo es tratada la Palabra de Dios en las diversas formas de catequesis
(iniciación y formación permanente)? ¿Se da a la Palabra de Dios escrita suficiente atención y estudio en las comunidades? En caso afirmativo ¿cómo ello se realiza? ¿Las diversas categorías de personas (niños, adolescentes, jóvenes, adultos) cómo son iniciados en la Biblia? ¿Existen cursos de introducción a la Sagrada Escritura?
5. Palabra de Dios, exégesis y teología.
¿La Palabra de Dios es el alma del empeño exegético y teológico? ¿Es adecuadamente respetada su naturaleza de Palabra revelada? ¿Una precomprensión de fe anima y sostiene la investigación científica? ¿Cuál es la metodología habitual de aproximación al texto? ¿Qué papel juega el dato bíblico en la elaboración teológica? ¿Existe una sensibilidad con respecto a la pastoral bíblica en la comunidad?
6. Palabra de Dios y vida del creyente.
¿Cuál es el impacto de la Sagrada Escritura sobre la vida espiritual del pueblo de Dios, del clero, de las personas consagradas, de los fieles laicos? ¿Se descubre la actitud de pobreza y confianza di María en el Magnificat? ¿Porqué la búsqueda de los bienes materiales obstaculiza la escucha de la Palabra de Dios? ¿La Palabra de Dios de la Eucaristía y de las otras celebraciones litúrgicas aparecen como momentos fuertes o débiles de la comunicación de la fe? ¿Porqué diversos cristianos se sienten indiferentes y fríos frente a la Biblia? ¿La Lectio Divina es practicada? ¿Bajo qué formas? ¿Qué factores la favorecen y cuáles la obstaculizan?
Capítulo III
1. Anunciar hoy la Palabra de Dios.
Observando la experiencia pastoral, ¿qué favorece y qué impide la escucha de la Palabra de Dios? ¿Puede favorecerla la necesidad de renovar la fe, una cierta inquietud interior, el estímulo de otros cristianos? ¿Puede obstaculizarla el secularismo, la proliferación de mensajes, estilos de vida alternativos a la visión cristiana? ¿Cuáles son los desafíos que debe enfrentar hoy el anuncio de la Palabra de Dios?
2. Amplio acceso a la Escritura.
¿Cómo corresponde DV 22: «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» a la realidad de los hechos? ¿Existen estadísticas, aún aproximadas, sobre este aspecto? ¿Se nota un aumento de la escucha a nivel personal y comunitario de la Biblia?
3. La difusión de la Palabra de Dios.
¿Cómo está organizado el Apostolado bíblico en la comunidad diocesana? ¿Hay algún programa diocesano? ¿Existen animadores preparados? ¿Se conoce la Federación Bíblica Católica? ¿Cuáles son las formas propuestas de encuentro con la Palabra de Dios (grupos bíblicos o de escucha, cursos bíblicos, jornadas de la Biblia, Lectio Divina) y cuáles son las actividades más frecuentadas en este campo por los cristianos? ¿Existen traducciones completas o parciales de la Biblia? ¿Como es considerada la Biblia en familia?¿Se proponen itinerarios bíblicos para las diversas edades (niños, adolescentes, jóvenes, adultos)? ¿Qué uso se hace de los medios de comunicación social? ¿Qué elementos han de ser valorizados?
4. La Palabra de Dios en el diálogo ecuménico.
El anuncio de la Palabra al mundo de hoy requiere un testimonio coherente de vida. ¿Se puede percibir esto en los cristianos de hoy? ¿Cómo promover ese testimonio de vida? ¿Cómo han asumido las iglesias particulares en el diálogo ecuménico los principales contenidos de la Dei Verbum? ¿Existe un intercambio ecuménico entre las Iglesias hermanas sobre la Escritura? ¿Qué rol dan a la Palabra de Dios? ¿En qué formas la Palabra es encontrada? ¿Existe la posibilidad de colaborar con las United Bible Societes </i>(UBS)? ¿Hay conflictos en el uso de la Biblia?
5. La Palabra de Dios en el diálogo con el pueblo judío.
¿Es preferencial el diálogo con la religión judía? ¿Qué formas de encuentro sobre la Biblia son deseables? ¿Se instrumentaliza el texto bíblico para fomentar actitudes antisemitas?
6. La Palabra de Dios en el diálogo interreligioso e intercultural.
¿Existen experiencias de diálogo sobre la base de la Escritura cristiana con aquellos que poseen libros sagrados propios? ¿Cómo encuentran la Palabra de Dios aquellos que no creen en la inspiración de la Sagrada Escritura? ¿Existe una Palabra de Dios aún para quien non cree en Dios? ¿Es leída la Biblia también en su cualidad de «gran código», portador de tanta riquezas universales? ¿Hay experiencias de diálogo intercultural con referencia a la Biblia? ¿Qué procedimientos pueden ser usados para sostener a la comunidad cristiana frente a las sectas?
[1]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 2.
[2]Rupertus Abbas Tuitiensis, De operibus Spiritus Sancti, I, 6: SC 131, 72-74.
[3]Cf. Leo XIII, Litt. Enc. Providentissimus Deus, (18 novembris 1893): DS 1952 (3293); Benedictus XV, Litt. Enc. Spiritus Paraclitus (15 septembris 1920): AAS 12(1920), 385-422; Pius XII, Litt. Enc. Divino afflante Spiritu (30 septembris 1943): AAS 35(1943), 297-325.
[4]Cf. Synodus Episcoporum, Relatio finalis Synodi episcoporum Exeunte coetu secundo: Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, (7 decembris 1985): Enchiridion del Sinodo dei Vescovi, 1, Bologna 2005, 2733-2736.
[5]Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia (16 septembris 2005): AAS 97 (2005), 957. Cf. Paulus VI, Epistula Apostolica Summi Dei Verbum (4 novembris 1963): AAS 55 (1963), 979-995; Ioannes Paulus II, Catequesis del Papa en la Audiencia general (22 maii 1985): L’Osservatore Romano edición española (26 maii 1985), 2; Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica (23 aprilis 1993): L’Osservatore Romano edición española (30 aprilis 1993), 5; Benedictus XVI, Angelus (6 novembris 2005): L’Osservatore Romano edición española (11 novembris 2005), 6.
[6]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 21.
[7]S. Hieronymus, Commentarius in Ecclesiasten, 313: CCL 72, 278.
[8]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 22.
[9] Cf. Pontificia Commissio Biblica, Le peuple juif et ses Saintes Écritures dans la Bible chrétienne (24 maii 2001): Enchiridion Vaticanum 20, Bologna 2004, pp. 507-835.
[10]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divi
na Revelatione Dei Verbum, 2.
[11]Ibidem.
[12] Ibidem.
[13]Cf. ibidem.
[14]Missale Romanum, Editio typica tertia, Typis Vaticanis, Vaticano 2002, Institutio generalis, n. 368.
[15] Paulus VI, IV Congreso de Enseñanza Religiosa en Francia. Normas y votos del Santo Padre (1-3 aprilis 1964): L’Osservatore Romano edición española (21 aprilis 1964), 6.
[16]S. Gregorius Magnus, Moralia, 20,63: CCL 143A,1050.
[17]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 3.
[18]S. Ephraem, Hymni de paradiso, V, 1-2: SC 137, 71-72.
[19]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 4.
[20]S. Irenaeus, Adversus Haereses IV, 34, 1: SC 100, 847.
[21]Origenes, In Ioannem V, 5-6: SC 120, 380-384.
[22]Cf. S. Bernardus, Super Missus est, Homilia IV, 11: PL 183, 86.
[23]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 3.
[24]Cf. ibidem, 24.
[25]Cf. ibidem, 4.
[26]Ibidem, 5.
[27] Ibidem.
[28]Cf ibidem, 2; 5.
[29]Ibidem, 2.
[30]Ibidem, 21.
[31] Isaac de Stella, Serm. 51: PL 194, 1862-1863.1865.
[32]Cf. S. Ambrosius, Evang. secundum Lucam 2, 19: CCL 14, 39.
[33]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 7.
[34]Cf. ibidem, 26.
[35]Ibidem, 8; cf. 21.
[36]Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 825.
[37]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 8.
[38]Ibidem, 7.
[39] Ibidem, 10.
[40]Ibidem, 9; cf. Conc. Œcum. Trident.: Decretum de libris sacris et de traditionibus recipiendis: DS 1501.
[41] Ibidem, 10.
[42]Ibidem, 8.
[43]Ibidem, 21.
[44]Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 120.
[45]Cf. J. Ratzinger, Un tentativo circa il problema del concetto di tradizione: K. Rahner B J. Ratzinger, Rivelazione e Tradizione, Brescia 2006, 27-73.
[46]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 9; cf. ibidem 24.
[47]Ibidem, 21.
[48]Ibidem, 11.
[49]Cf. Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15 aprilis 1993), cap. I, C.D.: Enchiridion Vaticanum 13, Bologna 1995, pp. 1555-1733.
[50]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, cc. 3-6.
[51]Ioannes Paulus II, Litt. Enc. Fides et ratio (14 septembris 1998), 13-15: AAS 91(1999), 15-18.
[52]Cf. Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15 aprilis 1993), cap. I, F: Enchiridion Vaticanum 13, Bologna 1995, pp. 1628-1634.
[53]Cf. ibidem, cap. IV, A.B., pp. 1703-1715.
[54]Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 117.
[55]Pontificia Commissione Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15 aprilis 1993) cap .I: Enchiridion Vaticanum 13, Bologna 1995, pp. 1568-1634.
[56]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 12; cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae , 109-114.
[57]Benedictus XVI, Discurso del Santo Padre al final del encuentro con los obispos de Suiza (7 novembris 2006): L’Osservatore Romano edición española (17 novembris 2006), 4.
[58]Missale Romanum, Ordo lectionum Missae: Editio typica altera, Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 1981: Praenotanda, n. 8.
[59] Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 15-16.
[60]Cf. S. Augustinus, Quaestiones in Heptateucum, 2,73: PL 34, 623; Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 16.
[61]S. Gregorius Magnus, In Ezechiel
em, I, 6,15: CCL 142, 76.
[62]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 18-19; Ioannes Paulus II, Catequesis del Papa en la Audiencia general (22 maii 1985): L’Osservatore Romano edición española (26 maii 1985), 2.
[63]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 1.
[64]Ibidem, 21.
[65]S. Gregorius Magnus, Registrum Epistolarum V, 46, 35: CCL, CXL, 339.
[66]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 21.
[67] Ibidem.
[68]Catechismus Catholicae Ecclesiae, 115-119.
[69] Cf. Guigus II Prior Carthusiae, Scala claustralium sive tractatus de modo orandi: PL 184, 475-484.
[70]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 12.
[71] Ibidem, 23.
[72]Missale Romanum, Ordo Lectionum Missae. Editio typica altera: Praenotanda, 9.
[73]Petrus Damascenus, Liber II, vol. III, 159: La Filocalia, vol. 31, Torino 1985, 253.
[74]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 21.
[75]Cf. Congregatio Pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15 augusti 1997), 47: Enchiridion Vaticanum 16, Bologna 1999, pp. 663-665.
[76]Conc. Œcum. Vat. II, Const. de Sacra Liturgia: Sacrosanctum Concilium, 35.
[77]Ibidem, 7.
[78]Ibidem, 24.
[79]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 21.
[80]Ioannes Paulus II, Litt. Ap. Novo Millennio Ineunte (6 Ianuarii 2001), 36: AAS 93 (2001), 291.
[81]Cf. Missale Romanum, Ordo Lectionum Missae: Editio typica altera: Praenotanda.
[82]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 24.
[83]Ioannes Paulus II, Litt. Ap. Novo Millennio Ineunte (6 ianuarii 2001), 39: AAS 93 (2001), 293.
[84]Cf. CIC can. 762.
[85]Cf. Congregatio Pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15 augusti 1997), pars I, c.II: Enchiridion Vaticanum 16, Bologna 1999, pp. 684-708.
[86] Se tenga presente, in esta parte, la atención dedicada a la relación entre los ejercicios devocionales y la Palabra de Dios en el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones (9 aprilis 2002, a Congregatione de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum, nn.87-89).
[87]Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15 augusti 1997), 127: Enchiridion Vaticanum 16, Bologna 1999, p. 794.
[88] Ibidem.
[89]</sup>Cf. Ioannes Paulus II, Const. Apost. Fidei Depositum (11 octobris 1992), 4: AAS 86 (1994), 117.
[90]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 24; cf. Leo XIII, Litt. Enc. Providentissimus Deus (18 novembris 1893), Pars II, sub fine: ASS 26(1893-94), 269-292; Benedictus XV, Litt. Enc. Spiritus Paraclitus (15 septembris 1920), Pars III: AAS 12(1920), 385-422.
[91]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 12; Decretum de activitate missionali Ecclesiae Ad Gentes, 22.
[92]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Decretum de Institutione sacerdotali Optatam Totius, 16; CIC, can. 252; CCEO, can. 350.
[93]Ioannes Paulus II,Litt. Enc. Fides et ratio (14 septembris 1998), Proœmium: AAS 91 (1999), 5.
[94]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 23.
[95]S. Hieronymus, Comm. in Is.; Prol.: PL 24,17.
[96]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 25.
[97]Ioannes Paulus II, Litt. Ap. Novo Millennio Ineunte (6 Ianuarii 2001), 39: AAS 93 (2001), 293.
[98]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 25.
[99]S. Augustinus, Enarrat. in Ps 85,7: CCL 39, 1177.
[100]Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15 aprilis 1993), IV, C.3: Enchiridion Vaticanum 13, Bologna 1995, p. 1725.
[101]Cf. Guigus II Prior Carthusiae, Scala claustralium sive tractatus de modo orandi: PL 184, 475-484.
[102]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Decretum de Institutione Sacerdotali Optatam Totius, 4; Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. Post-syn. Pastores Dabo Vobis (25 martii 1992), 47: AAS 84 (1992) 740-742.
[103] Cf. Benedictus XVI, Encuentro del papa con los j
óvenes de Roma y del Lacio (6 aprilis 2006): L’Osservatore Romano edición española (14 aprilis 2006), 5-7; Mensaje del Santo Padre para la XXI Jornada mundial de la Juventud (22 februarii 2006): L’Osservatore Romano edición española (3 martii 2006), 3.
[104]Ioannes Paulus II, Litt. Ap. Novo Millennio Ineunte (6 ianuarii 2001), 39: AAS 93 (2001), 293.
[105]Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia (16 septembris 2005): AAS 97 (2005), 957.
[106]Benedictus XVI, Mensaje del Santo Padre para la XXI Jornada mundial de la Juventud (22 febrero 2006): L’Osservatore Romano edición española (3 martii 2006), 3.
[107]Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia (16 septembris 2005): AAS 97 (2005), 957.
[108]Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. Post-syn. Vita Consecrata (25 martii 1996), 94: AAS 88 (1996), 469-470.
[109]S. Cyprianus, Ad Donatum, 15: CCL III A, 12.
[110]Ioannes Paulus II, Litt. Ap. Novo Millennio Ineunte (6 ianuarii 2001), 40: AAS 93 (2001), 294.
[111]Cf. Benedictus XVI, Litt. Enc. Deus caritas est (25 decembris 2005): AAS 98 (2006), 217-252.
[112]Cf. ibidem, 20-25: AAS 98 (2006), 233-237.
[113]S. Augustinus, De doctrina Christiana I, XXXV, 39; XXXVI,40: PL 34, 34.
[114]Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 22; cf. CIC, can. 825; CCEO, can. 654 e 662 ‘1.
[115]Cf. ibidem, 25.
[116]Cf. Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15 augusti 1997), 160-162: Enchiridion Vaticanum 16, Bologna 1999, pp. 845-847.
[117]Conc. Œcum. Vat. II, Decretum de accomodata renovatione vitae religiosae Perfectae caritatis, 6.
[118]Cf. S. Ambrosius, Epist. 49, 3: PL 16, 1154 B.
[119]Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. Post-syn. Vita consecrata (25 martii 1996), 94: AAS 88(1996), 469.
[120]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Decretum de Oecumenismo Unitatis Redintegratio, 21.
[121]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 22.
[122] Cf. Ioannes Paulus II, Litt. Enc. Ut unum sint (25 maii 1995): AAS 87 (1995), 921-982. Videas etiam: Pontificium Consilium ad Unitatem Christianorum Fovendam, Directorium oecumenicum noviter compositum: AAS 85 (1993), 1039-1119.
[123]Benedictus XVI, Allocutio: Dar al mundo un testimonio común,(25 ianuarii 2007): L’Osservatore Romano edición española (2 februarii 2007), 3.
[124] Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Decretum de activitate missionali Ecclesiae Ad Gentes 22; Declaratio de Ecclesiae habitudine ad Religiones non-Christianas Nostra Aetate, 2-4.; Congregatio Pro Doctrina Fidei, Declaratio de Iesu Christi atque Ecclesiae unicitate et universalitate salvifica Dominus Jesus (6 agustii 2000), 20-22: AAS 92 (2000), 761-764.
[125] Ioannes Paulus II, Discurso al Simposio sobre Raíces del antijudaísmo en ambiente cristiano (31 octobris 1997): L’Osservatore Romano edición española (7 novembris 1997), 5.
[126]Congregatio pro Doctrina Fidei, Le peuple juif et ses Saintes Écritures dans la Bible chrétienne (24 maii 2001): Enchiridion Vaticanum 20, Bologna 2004, pp. 507-835.
[127]Cf. Conc. Œcum. Vat. II, Const. dogmatica de Divina Revelatione Dei Verbum, 14-16.
[128]Cf. Benedictus XVI, Mensajes para la Jornada Muncial de la Paz: En la verdad, la paz (8 decembris 2005): L’Osservatore Romano edición española (16 decembris 2005), 3-4; La persona humana, corazón de la paz (8 decembris 2006), L’Osservatore Romano edición española (15 decembris 2006), 5-6.
[129]Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. Post-syn. Catechesi tradendae (16 octobris 1979), 53: AAS 71(1979), 1320.
[130]Conc. Œcum. Vat. II, Const. Pastoralis de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et Spes, 4.
[131]Ibidem, 11.
[132]S. Maximus Confessor, Capitum theologicorum et oeconomicorum duae centuriae IV, 39: MG 90, 1084.
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