ROMA, martes, 22 mayo 2007 (ZENIT.org).- En cuanto a principios cristianos, el modelo actual de globalización fracasa, pero se pueden rescatar determinados elementos que, adecuadamente potenciados, pueden conducir a otra globalización, la de la solidaridad, apremia el secretario general de «Caritas Internationalis» (CI).
Duncan MacLaren aportó este martes, en Roma, su experiencia a la sesión de estudio «La Santa Sede: una cara de otra globalización – El trabajo por la Justicia y la Paz», organizada con ocasión del 60º aniversario de la federación «Pax Romana» ( www.paxromana.org).
Y lo hizo trazando el perfil de CI, «una de las mayores redes de ayuda humanitaria y de desarrollo del mundo», como confederación de 162 agencias católicas orientadas a tal objetivo, que desarrollan su labor sin distinción de religión, raza, creo u orientación política en más de 200 países y territorios.
CI, expresión socio-pastoral de la Iglesia católica, también contempla, según principios cristianos, el actual modelo de la globalización, y de ésta constata su fracaso, expresó MacLaren.
Un análisis -en primer lugar- desde «la opción preferencial por los pobres» obliga a considerar que, aunque se han producido algunos avances económicos, de alfabetización y de expectativas de vida en países anteriormente pobres, «el número de personas que viven con menos de un dólar al día en esta era de la globalización de la economía aún supera los mil millones», recordó.
Y «veintiocho mil niños mueren cada día por causas relacionadas con la pobreza», denunció.
En segundo lugar advirtió que «cualquier sistema de globalización que lleve a la exclusión» -como está ocurriendo- lesiona el principio «de unidad de la familia humana».
Por su parte, la aplicación del tercer principio, el del «destino universal de los bienes de la creación», buscaría seriamente cómo gestionar el bien común de la comunidad global de forma que los derechos de todos se respeten.
Pero, siguiendo a MacLaren, «el sistema de globalización en marcha ha llevado a una mayor concentración de la riqueza en menos manos, con un 60% de la población del mundo subsistiendo con el 5,6% de su renta».
«También ha llevado a un menor acceso a la toma de decisiones -añadió-, no sólo respecto a ciudadanos, sino a la participación de países pequeños o débiles en instituciones multilaterales».
La alternativa es la «globalización de la solidaridad», una expresión –retomada por MacLaren- con la que Juan Pablo II buscaba definir la forma de contrarrestar los efectos perjudiciales del fenómeno globalizador, sustituyéndolo con la «cultura de la solidaridad que dé prioridad a las necesidades de los más vulnerables».
«La doctrina de la opción preferencial por los pobres enseña que los efectos de la globalización deben medirse no por cómo los ricos se han convertido en tales, sino por cómo se ha fomentado la dignidad humana», y esto es «solidaridad sin exclusión», recalcó.
La traducción de esta propuesta a efectos prácticos «significa una economía que tenga entre sus objetivos centrales la eliminación de la deshumanizadora pobreza» -trazó Duncan MacLaren-; «significa una sociedad incluyente» en lugar de aquella que rechaza «al pobre, enfermo o anciano»; significa el fortalecimiento de la comunidad y de la participación ciudadana, en lugar del individualismo desenfrenado; significa creer en la paz, no en la guerra, como medio de resolución de las diferencias entre naciones.
Llevar adelante un programa así «requiere promover un discurso ético en la vida política internacional» -confirma-, subrayando que «existe una obligación moral en todos nosotros de impulsar objetivos de desarrollo social».
Recién llegado de un viaje con una delegación de cardenales y obispos para encontrar a líderes del G8, el secretario general de «Caritas Internationalis» aprovechó para aludir también a los «Objetivos de Desarrollo del Milenio».
«Todos los líderes mundiales los firmaron en 2000. No son utópicos –dijeron que reduciríamos la pobreza a la mitad en 2015, no que acabaríamos con ella», apuntó.
A pesar de ser políticamente factibles, tales objetivos se ven, cada vez más, fuera de alcance, y MacLaren adelantó perspectivas: la evolución presente en África subsahariana sugiere que la educación primaria para todos no se conseguirá hasta el año 2130, o sea, 115 años más tarde; reducir la pobreza a la mitad, 135 años más tarde; desterrar el fenómeno de la mortalidad infantil evitable, 150 años más tarde.
«Con todo, estos objetivos eran un lazo de confianza entre el mundo rico y el pobre, y es obvio que sin una gigantesca presión pública la reunión del G8 en junio en Alemania no seguirá sus promesas ni liderará al resto del mundo respecto a una situación inhumana que no puede continuar», concluyó.