CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 15 junio 2007 (ZENIT.org).- En tiempos de globalización es más urgente todavía para la Iglesia hacer que el Evangelio se convierta levadura de la cultura, considera Benedicto XVI.
Es el mensaje que dejó este viernes al recibir al presidente (el cardenal Paul Poupard), a los oficiales y a los miembros del Consejo Pontificio de la Cultura, que celebran el 25 aniversario de la creación de este dicasterio vaticano, iniciativa de Juan Pablo II.
Su sucesor en la sede del apóstol Pedro consideró que la importancia de este Consejo se ha hecho hoy decisiva para la Iglesia, «gracias al formidable desarrollo de los medios de comunicación y a la consiguiente intensificación de la red de relaciones sociales».
«Se ha hecho, por tanto, más urgente para la Iglesia promover el desarrollo cultural, valorando la calidad humana y espiritual de los mensajes y de los contenidos», aseguró.
«La cultura de hoy –consideró– se ve afectada inevitablemente por los procesos de globalización que, si no son acompañados constantemente por un discernimiento vigilante, pueden rebelarse contra el hombre, acabando por empobrecerle en vez de enriquecerle».
«Y, ¡qué grandes son los desafíos que tiene que afrontar la evangelización en este ámbito!», exclamó el obispo de Roma.
El obispo de Roma consideró que «la historia de la Iglesia es también inseparablemente historia de cultura y de arte».
En concreto, citó obras «como la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino, la Divina Comedia, la catedral de Chartres, la Capilla Sixtina y las cantatas de Juan Sebastián Bach ».
«Constituyen síntesis inigualables entre la fe cristiana y expresión humana», aseguró.
«Pero si bien son, por así decir, las cumbres de esta síntesis entre fe y cultura, su encuentro se realiza cotidianamente en la vida y en el trabajo de todos los bautizados, en esa obra de arte escondida que es la historia de amor de cada uno con el Dios vivo y con los hermanos, en la alegría y en el cansancio de seguir a Cristo en la existencia cotidiana», siguió aclarando.
«En el campo cultural –dijo al referirse a las sociedades multiculturales actuales–, el cristianismo tiene que ofrecer a todos su poderosa fuerza de renovación y de elevación, es decir, el amor de Dios que se hace amor humano».
«El amor es como una gran fuerza escondida en el corazón de las culturas para estimularlas a superar su finitud irremediable, abriéndose hacia Aquél que es su Fuente y su Cumbre, y para darles, cuando se abren a su gracia, un enriquecimiento en plenitud», dijo, citando la carta con la que Juan Pablo II instituyó el Consejo Pontificio de la Cultura.