Al término de su asamblea anual, el Papa recibió en audiencia a los miembros de la ROACO (Reunión de las Obras para la Ayuda a las Iglesias Orientales), comité surgido en 1968 -dependiente de la Congregación vaticana para las Iglesias Orientales- del que forman parte agencias de todo el mundo que ayudan a esas comunidades católicas.
Ante la presencia de diversos prelados orientales, el Santo Padre aludió a la «irreversibilidad de la opción ecuménica» y a la «inderogabilidad de la interreligiosa», por él mismo varias veces recalcadas.
«Me apremia subrayar en esta ocasión cuánto se nutren aquéllas del movimiento de la caridad eclesial», expresó en su discurso Benedicto XVI.
De hecho, «tales opciones no son sino expresiones de la propia caridad, la única capaz de estimular los pasos del diálogo y de abrir horizontes inesperados», confirmó.
Elevó igualmente su oración al Señor para que «apresure el día de la plena unidad entre los cristianos y el día, también muy esperado, de una serena convivencia interreligiosa animada por respetuosa reciprocidad».
«Que Él nos haga siempre atentos para que, huyendo de todo tipo de indiferencia, jamás eludamos en el ejercicio de la caridad la misión de la comunidad católica local. Siempre con su implicación y en el aprecio más cordial de las diversas expresiones rituales, deberá encontrar concreción nuestra sensibilidad ecuménica e interreligiosa», exhortó.
Y recordó la necesidad de enraizarse en la Eucaristía: «En la «medida eucarística» deberán desarrollarse las perspectivas del movimiento de la caridad eclesial».
Subrayando la importancia de que crezca el «movimiento de caridad», el Papa añadió ante los miembros de la ROACO: «Os aliento a seguir adelante, a fin de que la aportación insustituible que dais al testimonio de la caridad eclesial halle pleno desarrollo en la forma comunitaria de su ejercicio».
De hecho, la presencia de los anteriores en la reunión –expresó el Papa- «confirma la voluntad de evitar una gestión individualista de la planificación de las intervenciones y de la asignación» de las ayudas que proceden de la generosidad de los fieles.
Y es que es muy «nociva la ilusión de poder actuar más provechosamente solos», advirtió.
El esfuerzo «de la colaboración es siempre garantía de un servicio más ordenado y equitativo», y «es muestra clara de que no son los individuos, sino más bien la Iglesia la que da lo que el Señor ha destinado a todos en su providencial bondad», concluyó.