Discurso del Papa en los 25 años del Consejo Pontificio para la Cultura

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 26 junio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI al celebrarse el 25° aniversario del Consejo Pontificio para la Cultura el 15 de junio de 2007.

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Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros hoy, en una circunstancia muy significativa: queréis recordar el 25° aniversario del Consejo pontificio para la cultura, creado por el siervo de Dios Juan Pablo II el 20 de mayo de 1982 con una carta dirigida al entonces secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli.

Saludo a todos los presentes, y en primer lugar a usted, señor cardenal Paul Poupard, a quien agradezco las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos comunes. A usted, venerado hermano, que dirige el Consejo pontificio desde 1988, le dirijo un saludo especial, lleno de gratitud y aprecio, por el gran trabajo realizado durante este largo período. Al servicio de este dicasterio usted ha puesto y sigue poniendo con provecho sus dotes humanas y espirituales, testimoniando siempre con entusiasmo la atención que impulsa a la Iglesia a entablar un diálogo con los movimientos culturales de nuestro tiempo. Su participación en numerosos congresos y encuentros internacionales, muchos de ellos promovidos por el mismo Consejo pontificio para la cultura, le han permitido dar a conocer cada vez más el interés que la Santa Sede tiene por el vasto y variado mundo de la cultura. Por todo esto le doy gracias una vez más, extendiendo mi agradecimiento al secretario, a los oficiales y a los consultores del dicasterio.

El concilio ecuménico Vaticano II prestó gran atención a la cultura, y la constitución pastoral Gaudium et spes le dedica un capítulo especial (cf. nn. 53-62). Los padres conciliares se preocuparon por indicar la perspectiva según la cual la Iglesia considera y afronta la promoción de la cultura, considerando esta tarea como uno de los problemas «más urgentes (…) que afectan profundamente al género humano» (ib., 46).

Al relacionarse con el mundo de la cultura, la Iglesia pone siempre en el centro al hombre, como artífice de la actividad cultural y como su último destinatario. El siervo de Dios Pablo VI se interesó mucho por el diálogo de la Iglesia con la cultura, y se ocupó personalmente de él durante los años de su pontificado. En su misma línea actuó también el siervo de Dios Juan Pablo II, que había participado en el Concilio y había aportado su contribución específica a la constitución Gaudium et spes. El 2 de junio de 1980, en su memorable discurso a la Unesco, testimonió personalmente cuánto interés tenía en encontrarse con el hombre en el terreno de la cultura para transmitirle el mensaje evangélico. Dos años después instituyó el Consejo pontificio para la cultura, destinado a dar un nuevo impulso al compromiso de la Iglesia para lograr que el Evangelio se encuentre con la pluralidad de las culturas en las diversas partes del mundo (cf. Carta al cardenal secretario de Estado Agostino Casaroli, 20 de mayo de 1982: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

Al instituir este nuevo dicasterio, mi venerado predecesor puso de relieve que debería perseguir sus finalidades dialogando con todos sin distinción de cultura y religión, para buscar juntamente «una comunicación cultural con todos los hombres de buena voluntad» (ib.). La gran importancia de este aspecto del servicio que presta el Consejo pontificio para la cultura ha quedado confirmada en los veinticinco años pasados, dado que el mundo se ha hecho aún más interdependiente gracias al extraordinario desarrollo de los medios de comunicación y a la consiguiente ampliación de la red de relaciones sociales.

Por tanto, resulta aún más urgente para la Iglesia promover el desarrollo cultural, cuidando la calidad humana y espiritual de los mensajes y de los contenidos, ya que también la cultura se ve inevitablemente afectada hoy por los procesos de globalización que, si no van acompañados constantemente por un atento discernimiento, pueden volverse contra el hombre, empobreciéndolo en lugar de enriquecerlo. ¡Y cuán grandes son los desafíos que la evangelización debe afrontar en este ámbito!

Por consiguiente, veinticinco años después de la creación del Consejo pontificio para la cultura, es oportuno reflexionar sobre las razones y las finalidades que motivaron su nacimiento en el contexto sociocultural de nuestro tiempo. Con este fin, el Consejo pontificio ha organizado un congreso de estudio, por una parte, para meditar sobre la relación que existe entre evangelización y cultura; y, por otra, para considerar esa relación tal como se presenta hoy en Asia, en América y en África.

¿Cómo no encontrar un motivo particular de satisfacción al ver que las tres relaciones de carácter «continental» han sido encomendadas a tres cardenales: uno asiático, uno latinoamericano y uno africano? ¿No confirma esto de forma elocuente que la Iglesia católica ha sabido caminar, impulsada por el «viento» de Pentecostés, como comunidad capaz de dialogar con toda la familia de los pueblos, más aún, de brillar en medio de ella como «signo profético de unidad y de paz»? (Misal romano, Plegaria eucarística V-D).

Queridos hermanos y hermanas, la historia de la Iglesia es también inseparablemente historia de la cultura y del arte. Obras como la Summa Theologiae, de santo Tomás de Aquino, la Divina Comedia, la catedral de Chartres, la Capilla Sixtina o las cantatas de Juan Sebastián Bach, constituyen síntesis, a su modo inigualables, entre fe cristiana y expresión humana. Pero si bien estas son, por decirlo así, las cumbres de dicha síntesis entre fe y cultura, su encuentro se realiza diariamente en la vida y en el trabajo de todos los bautizados, en esa obra de arte oculta que es la historia de amor de cada uno con el Dios vivo y con los hermanos, en la alegría y en el empeño de seguir a Jesucristo en la cotidianidad de la existencia.

Hoy, más que nunca, la apertura recíproca entre las culturas es un terreno privilegiado para el diálogo entre hombres comprometidos en la búsqueda de un humanismo auténtico, por encima de las divergencias que los separan. También en el campo cultural el cristianismo ha de ofrecer a todos la fuerza de renovación y de elevación más poderosa, es decir, el amor de Dios que se hace amor humano.

En la carta de creación del Consejo pontificio para la cultura, el Papa Juan Pablo II escribió precisamente: «El amor es como una fuerza escondida en el corazón de las culturas, para estimularlas a superar su finitud irremediable, abriéndose a Aquel que es su fuente y su término, y para enriquecerlas de plenitud, cuando se abren a su gracia» (Carta al cardenal secretario de Estado Agostino Casaroli, 20 de mayo de 1982: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

Quiera Dios que la Santa Sede, gracias al servicio prestado en particular por vuestro dicasterio, siga promoviendo en toda la Iglesia la cultura evangélica, que es levadura, sal y luz del Reino en medio de la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, expreso una vez más mi profundo agradecimiento por el trabajo que realiza el Consejo pontificio para la cultura y, a la vez que aseguro a todos los presentes mi recuerdo en la oración, invocando la intercesión celestial de María santísima, Sedes Sapientiae, le imparto de buen grado una especial bendición apostólica a usted, señor cardenal, a los venerados hermanos y a cuantos de diversas maneras están comprometidos en el diálogo entre el Evangelio y las culturas contemporáneas.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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