CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 19 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI el 8 de octubre a los miembros del cabildo de la basílica Vaticana.
* * *
Queridos miembros del cabildo vaticano:
Desde hace tiempo deseaba encontrarme con vosotros, y aprovecho de buen grado esta ocasión para manifestaros personalmente mi estima y mi afecto. Os dirijo un saludo cordial a cada uno. En particular, saludo al arcipreste, monseñor Angelo Comastri, al que agradezco las palabras con las que ha presentado a esta antigua y venerable institución. Saludo también al vicario, monseñor Vittorio Lanzani, a los canónigos y a los coadjutores. He apreciado que usted, señor arcipreste, haya recordado la presencia ininterrumpida de clero orante en la basílica vaticana desde los tiempos de san Gregorio Magno: una presencia continua, que voluntariamente no ha querido ser llamativa, sino fiel y perseverante.
Sin embargo, precisamente vosotros, queridos canónigos, sabéis bien que vuestro cabildo comenzó en el año 1053, cuando el Papa León IX confirmó al arcipreste y a los canónigos de San Pedro, establecidos en el monasterio de san Esteban el Mayor, las posesiones y los privilegios concedidos por sus predecesores. Después, en el pontificado de Eugenio IV (1145-1153), el cabildo asumió las características de una comunidad bien estructurada y autónoma. En suma, hubo un paso largo y gradual desde una estructura monástica, puesta al servicio de la basílica, hasta la actual estructura canónica.
Bajo la guía del arcipreste, la actividad del cabildo vaticano se orientó desde sus orígenes hacia diversos ámbitos de compromiso: el ámbito litúrgico, para la celebración coral y la atención diaria de los servicios anexos al culto; el ámbito administrativo, para la gestión del patrimonio de la basílica y de las iglesias filiales; el ámbito pastoral, en el que el cabildo tenía el encargo de la pastoral del barrio Borgo; y el ámbito caritativo, en el que el cabildo prestaba servicios propios de asistencia y de colaboración con el hospital del Espíritu Santo y otras instituciones.
Desde el siglo XI hasta hoy se cuentan once Papas que formaron parte del cabildo vaticano, y entre estos me complace recordar en particular a dos Papas del siglo XX: Pío XI y Pío XII. Desde el siglo XVI, cuando comenzó la construcción de la nueva basílica —el año pasado celebramos el V centenario de la colocación de la primera piedra—, la historia del cabildo vaticano se entrelaza con la de la Fábrica de san Pedro, dos instituciones separadas, pero unidas en la persona del arcipreste, que se encarga de garantizar una beneficiosa colaboración recíproca.
En el siglo pasado, especialmente durante los últimos decenios, la actividad del cabildo en la vida de la basílica vaticana se orientó progresivamente hacia el redescubrimiento de sus verdaderas funciones originarias, que consisten sobre todo en el ministerio de la oración. Si la oración es fundamental para todos los cristianos, para vosotros, queridos hermanos, es una tarea, por decirlo así, «profesional». Como dije durante mi reciente viaje a Austria, la oración es servicio al Señor, que merece ser alabado y adorado siempre, y al mismo tiempo es testimonio para los hombres. Y donde se alaba y adora a Dios con fidelidad, no falta la bendición (cf. Discurso a los monjes cistercienses de la abadía de Heiligenkreuz, 9 de septiembre de 2007: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de septiembre de 2007, p. 6). La naturaleza propia del cabildo vaticano y la contribución que el Papa espera de vosotros es recordar con vuestra presencia orante junto a la tumba de san Pedro que no se debe anteponer nada a Dios; que la Iglesia está totalmente orientada a él, a su gloria; que el primado de Pedro está al servicio de la unidad de la Iglesia y que esta, a su vez, está al servicio del designio salvífico de la santísima Trinidad.
Queridos y venerados hermanos, confío mucho en vosotros y en vuestro ministerio para que la basílica de San Pedro sea un auténtico lugar de oración, de adoración y de alabanza al Señor. En este lugar sagrado, adonde llegan cada día miles de peregrinos y turistas de todo el mundo, más que en cualquier otro lugar es necesario que junto a la tumba de San Pedro haya una comunidad estable de oración, que garantice continuidad con la tradición y al mismo tiempo interceda por las intenciones del Papa en el hoy de la Iglesia y del mundo.
Desde esta perspectiva, invoco sobre vosotros la protección de san Pedro, de san Juan Crisóstomo, cuyas reliquias se conservan precisamente en vuestra capilla, y de los demás santos y beatos presentes en la basílica. Que sobre vosotros vele la Virgen Inmaculada, cuya imagen venerada por vosotros en la capilla del Coro fue coronada por el beato Pío IX en 1854 y rodeada de estrellas cincuenta años después, en 1904, por san Pío X.
Os doy las gracias una vez más por el celo con que lleváis a cabo vuestra tarea y, a la vez que os aseguro un recuerdo especial en la santa misa, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]