CIUDAD DEL VATICANO, martes, 30 octubre 2007 (ZENIT.org).- Ofrecemos a los lectores el artículo de comentario de Carlo Di Cicco publicado en la edición del 28 de octubre de «L'Osservatore Romano», primera en la que ha asumido oficialmente su función como subdirector.

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El camino en profundidad de Benedicto XVI

El hombre en una dimensión, sin al menos una ventana abierta a la Trascendencia, no convence a Benedicto XVI. Por su naturaleza el hombre tiene una capacidad de dialogar con Dios y con una referencia a Dios, también en el respeto de la sociedad pluralista, las cosas podrían ir mejor. Y esta convicción va proponiendo el papa a la reflexión común.

Dios constituye el centro de la acción pastoral y cultural de Benedicto XVI. Intenta hablar ante todo y sobre todo de Dios como una clave posible de lectura de la realidad. El diálogo de fe y razón se mueve respecto a dos grandes interlocutores que son actores de él: Dios mismo y el hombre, antes aún que laicos y creyentes.

El humanismo de Benedicto XVI es igual a su pasión por Dios. El Dios bíblico, que ha entrado en la historia con Jesús de Nazaret, es un Dios que salva y un Dios que dialoga.

Si la razón está llamada a medirse con este anuncio, la fe está llamada a conformarse con él, conformarse al amor. Por ello el binomio de fe y razón tan querido al teólogo Ratzinger, cuando se dirige a los fieles se amplía a un tercer elemento: la oración. El nombre de Benedicto XVI fue elegido por el papa para llamar en el plano histórico a los hombres al primado de la paz y en el plano de la fe para devolver a Dios el primado de la acción: ora et labora.

Caminar en profundidad, transformarse en discípulos del Evangelio para aprender a orar, es el primer mandamiento del pontificado. El fino teólogo que actualiza la reflexión racional sobre la fe, expresa clara su convicción: los nudos históricos que hacen difícil el diálogo entre creyentes y no creyentes, las angustias que parecen endurecer en occidente credibilidad y dinamismo de las Iglesias y confesiones cristianas, se disolverán no tanto transformando a los cristianos en activistas cuanto en discípulos de la oración. Empeño político, competencias profesionales, capacidad planificadora para liberar solidaridad y libertad, que derechos y justicia no se arrinconen; pero se pide a los cristianos como a cualquier otro habitante en la ciudad del hombre. En su especificidad los cristianos elevan la oración al Dios viviente, al Dios de Jesucristo. Y esto especialmente deben practicar.

Orar, según el papa Ratzinger, no quiere decir, en cambio, repetir fórmulas a un Dios «apaga-fuegos». Representa una experiencia de vida que transforma, mejora la capacidad de amar, permite entrever el camino hacia la felicidad interior. Es un principio activo para hombres nuevos.

Benedicto XVI lo ha dicho en circunstancias importantes, como el discurso a los católicos italianos en el congreso de Verona; lo ha repetido hablando recientemente de emergencias ambientales, económicas, políticas y sociales. Junto a desarrollo sostenible, economía social que modera el lucro y rescata el trabajo, lucha contra la camorra, resistencia a la violencia con el compromiso civil y la acción no violenta, Benedicto XVI sitúa, sin falta, la oración. No como añadido que se espera de un sacerdote y más todavía de un papa. La consigna, primera entre todas las consignas a los católicos italianos y no sólo, no ha sido agitación activista alguna, sino la oración. «Antes de cualquier programa nuestro, en efecto, debe estar la adoración, que nos hace verdaderamente libres y da los criterios de nuestra actuación», afirmó en Verona.

«La fuerza que en silencio y sin clamores cambia el mundo y lo transforma en el Reino de Dios –dijo a la ciudad de Nápoles-- es la fe, y expresión de la fe es la oración. Cuando la fe se colma de amor por Dios reconocido como padre bueno y justo, la oración se hace perseverante, insistente, se convierte en un gemido del espíritu, un grito del alma que penetra el corazón de Dios. De tal modo la oración se transforma en la mayor fuerza de transformación del mundo. Frente a realidades sociales y difíciles y complejas, como ciertamente también es la vuestra, es necesario reforzar la esperanza, que se funda en la fe y se expresa en una oración incansable».

La oración nos devuelve a la vida cotidiana como hombres y mujeres convertidos, libres de intereses, dispuestos a actuar por el bien de los débiles y de los más pobres.

Relatar a Benedicto XVI saliendo de la leyenda es relatar un recorrido cultural que apunta a lo esencial. Es encontrarse así en la oración que requiere comenzar a examinarse uno mismo en lugar de señalar la paja en el ojo ajeno. Es un modo de ver cada gran cuestión del vivir y del morir no como ocasión de contienda, sino como momento para reencontrarse entre diferentes para la afirmación del bien común. Cosa que significa para cada uno dejar fuera de la puerta los respectivos atrasos y prejuicios.

El Dios al que Benedicto XVI invita a orar es un Dios liberador, que no está presente a destellos, sino que se ha introducido en nuestra existencia, garantizándonos un «despertar a la vida» más allá de la muerte. Ésta, de hecho, no logra romper el diálogo entre Dios y el hombre que, una vez iniciado, nos libera de la angustia del límite mortal.

El papa no está preocupado por una imaginaria hegemonía, sino más bien por el testimonio cristiano que ahora cuesta percibir. No se testimonia nada de Dios si antes no se ha vivido al menos algún tiempo con Él. Orar y tener experiencia de Dios. Es la experiencia la que lleva a un testimonio sin palabras. Benedicto XVI lo repite desde el momento de su elección relatando en las audiencias generales la historia de los grandes testigos de la fe, empezando por los apóstoles. El teorema ratzingeriano se presenta con toda evidencia y honestidad intelectual. Con sus consecuencias.

cdc

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]