Descubriendo a Dios gracias a los africanos: Confesiones de un misionero

Por el padre Germán Arconada

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MADRID, sábado, 20 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la narración de su vocación que ha ofrecido el padre Germán Arconada, de la Congregación de los Misioneros de África (padres blancos) ofrecida en Madrid con motivo del Domingo Mundial de las Misiones.

Desde mi experiencia y camino de Damasco:
¿La vocación misionera?… una invitación al banquete de la comunión

Cuando era seminarista leí con interés el libro de Martín Descalzo “un cura se confiesa”… Creo que yo también debo confesarme. Dios ha sido, no digo excesivamente, pero si divinamente paciente conmigo.

Claro que quería ser misionero y misionero de África, pero a mi manera: haciendo muchas cosas y siendo admirado por los africanos… Todo parecía alimentar mis ansias de ser reconocido: uno que sabe en medio de los que no saben… uno que cree en medio de los que no creen… La vida misionera se presentaba como un camino de aventuras hacia la gloria en el cielo… y en la tierra. ¿Qué más podía desear?

Mi primera época fue la más larga. Quería a los africanos y me sentía querido por ellos. Conocí grandes amistades… y tuve muy buenos compañeros. Era fácil realizarse de una cierta manera en este mundo idílico africano hecho de sonrisas y de encuentros humanos.

Pero con mucha delicadeza y a veces con menos delicadeza fueron introduciendo poco a poco una duda en mí: ¿no me estaba rebuscando a mí mismo en todo lo que hacía? Pero la duda no encontraba la respuesta porque el éxito humano lo revestía con hábitos de verdad… Y como tenía éxito y hasta una condecoración me parecía que la duda no tenía sentido en mi vida. Luchaba, trabajaba pero sólo conseguía una felicidad troncada, insatisfecha, donde poco a poco aparecían las dudas sobre un futuro incierto.

No me voy a largar sobre esta época.

Pero Dios me esperaba para hablarme al corazón. Tenía ya 57 años. Estaba en unos ejercicios espirituales en Jerusalén. Vi con claridad que Dios me amaba tiernamente desde siempre a pesar de todas mis vanidades y pequeñeces. Dios era amor gratuito. Esto me inundó de gozo. Era una experiencia que no me esperaba. Para que el hombre sea feliz lo que necesita es ser consciente del amor de Dios. Esta debía ser mi nueva misión. Era como un renacer para otra misión. Enseñar el amor de Dios desde el amor recibido.

Pero estaba claro que esta experiencia no iba a liberarme de mis vanidades y pequeñeces. Esta conciencia de mi debilidad debía acercarme de mis hermanos que también tenían sus debilidades.

Tampoco se trataba de ser un místico celestial que pasa del sufrimiento de los pobres. Dios “se hizo carne” entre los humildes. Y Dios me trazó un camino inesperado de conversión.

Mi primer destino fue la guerra cruel y fratricida entre 1993 y 1995. La pregunta estaba clara de que nos servía haber construido escuelas y dispensarios si eran destruidos por la guerra? Delante de los dos cadáveres que vi arrastrados por el río Ruvubu me pregunté, hemos dado suficiente espacio para predicar el amor fraterno. En medio de la guerra viví con santos como el arzobispo Ruhuna al que acompañé rezando el rosario al lugar donde había asesinado dos misioneros Javerianos. Y cuando a los pocos días una orden de Roma me pedía abandonar el Burundi porque mi vida estaba en peligro, monseñor Ruhuna me despidió con una cena llena de ternura y no olvidaré nunca su pregunta: ¿porqué te sacan de Burundi, creen que estás tu en más inseguridad que yo?… Y cuando estaba en España me llegó la triste noticia el arzobispo Ruhuna había sido asesinado. Para él estaba claro había que predicar el amor conviviendo con los que sufren. Pero me tocaba obedecer. Tenía que dejarme guiar por Dios… y por el ejemplo admirable de monseñor Ruhuna.

Dios me ha regalado tantas cosas y sé que cuando le soy fiel, mi corazón está en paz y sosiego. Después Dios me condujo con los refugiados burundeses en Tanzania, porque según alguien con autoridad religiosa sobre mí me aseguró que ya no habría espacio para mí en Burundi. Sonreí interiormente. Si Dios quiere Él se las arreglará para que vuelva a Burundi. Pasé nueve meses con los refugiados en Tanzania. Aprendí mucho a su lado. En ese lugar de sufrimiento es donde tuve la experiencia de una fecundidad espiritual inesperada. Conocí a 3 jóvenes refugiados que iniciaron su entrega a Dios y que hoy son sacerdotes. Conocí a un grupo de chicas de las cuales otras 3 son religiosas. Fue una experiencia breve donde Dios hablaba muy fuerte en medio de los que sufrían de sentirse como abandonados por todos.

Y Dios se las arregló y me abrió las puertas de Burundi, con ala autorización del que había jurado que ya no volvería a Burundi. Y de qué manera y que con qué ternura. Cuando estaba en la frontera de Tanzania, vi al obispo de Muyinga que venía a darme la bienvenida a ayudarme a pasar la frontera. Todo un regalo de Dios.

Y empecé una nueva andadura misionera y Burundesa a tres bandas: la prensa, la parroquia y las obras de misericordia. Se vivía una situación muy dura de conflicto y división. La prensa era para mí el lugar donde plasmaba una mirada sobre la realidad de Burundi a partir de las lecturas del domingo. Se trataba de una catequesis que debía irradiar esperanza y optimismo desde un Dios Padre que los ama.

En la parroquia fue quizás el lugar donde tuve la mejor experiencia de Dios actuando en el pueblo burundés. La gente estaba harta de sufrimiento y de mentira. Les habían engañado invitándolos a la guerra para solucionar sus problemas de vida y convivencia. Necesitaban otro lenguaje: el del amor y el del perdón. Y ese lenguaje lo encontró en Jesús de Nazaret. Y la gente miró a Dios esperanzada buscando su perdón generoso. Nadie podía puntarse esta vuelta a Dios. Era Dios mismo el que les hablaba y poco a poco Kanyosha reventando todos los cálculos se llenó de gente que vivía con gozo su re-encuentro con Dios. Cómo explicar que en 6 años una iglesia de 180 metros cuadrados tuvimos que agrandarla 5 veces hasta llegar a la iglesia actual de mil metros cuadrados? Era la obra de Dios. Os podría dar las estadísticas mas rastreras, las de las colectas que pasan en 6 años de 3.000 francos a mas de 200.000 francos cada semana. Vivir el amor de Dios es también practicarlo en la vida. He visto mil gestos de caridad. El último, hace 10 días, inauguración de la parroquia. Un evento esperado, deseado y pedido a Dios con muchas oraciones. Querían sacerdotes viviendo entre ellos que les recuerden el amor de Dios y la misericordia con los hombres. Y se vivió un día de mucha misericordia en una situación de carencia. Los cristianos contribuyeron con 320.000 fr. para que los pobres niños y ancianos recibieran un gesto de misericordia.

He visto una parroquia fervorosa y feliz de encontrase con el Dios fuente de gozo y paz.

Ya es hora de concluir: ¿Misionero para qué?
• Para vivir esa fe que nos une a todos los hombres en el amor. Sólo cuando todos los hombres vivamos en el amor fraterno y el compartir la paz una realidad.
• La misión no es ninguna carga dura que Dios nos impone, es una invitación a ser feliz amando a los más humildes en cualquier punto del globo donde estemos.
• Una parroquia, una comunidad sin misión, si apertura universal no puede ser cristiana. Cuando se habla tanto de globalización, una fe recortada del universalismo, es como un asesinato de la fe autentica en Jesús de Nazaret que quiere que todos juntos seamos familia.
• No somos colonialistas. El misionero se realiza cuando pasa el timón a los africanos, feliz de ver que Dios hace maravillas a través de los africanos. Esta es la experiencia que acabo de vivir con gozo.
• “Nuestro poder económico” es una tentación peligrosa y dañina que crea relaciones falsas y que sólo puede ser convertida en instrumento útil
desde el servicio leal a Dios fuente de todo bien.
• El lenguaje misionero es el testimonio alegre de lo que Dios hace donde quiera que el misionero vive. El misionero tiene una mirada aguda que sabe apreciar el trabajo de Dios en medio de los hombres, un trabajo “salvador” que es siempre una Buena Noticia.
• El misionero ama a todos los hombres porque Dios vive de cierta manera en cada hombre como semilla de salvación.

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ZENIT Staff

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