Un sacerdote y dos jóvenes brasileños mártires, nuevos beatos de la Iglesia

El padre Manuel Gómez González, Adilio Daronch y Albertina Berkenbrock

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TUBARÃO/FREDERICO WESTPHALEN, martes, 23 octubre 2007 (ZENIT.org).- Como representante del Papa, el cardenal José Saraiva Martins proclamó beatos, el pasado fin de semana, a tres mártires brasileños del siglo XX: un sacerdote y un laico y una laica muy jóvenes.

El sábado, en la plaza de la catedral de Tubarão (Brasil), elevó a los altares a Albertina Berkenbrock, nacida en 1919 y martirizada a los doce años.

Al día siguiente, también en tierras brasileñas, el purpurado presidió en el parque municipal de las Exposiciones de Frederico Westphalen la beatificación de Manuel Gómez González –español, sacerdote diocesano, nacido en 1877– y Adilio Daronch –brasileño, laico, nacido en 1908–, ambos martirizados Feijão Miúdo en 1924.

«Un sacerdote y un monaguillo asesinados porque llamaban al deber de la paz»: así titula la edición del 22-23 de octubre del diario de la Santa Sede «L’Osservatore Romano» el caso de estos dos últimos, «asesinados por odio a la fe».

Para Albertina Berkenbrock reserva el periódico el titular: «»No quiero el pecado»: el mensaje de una joven a los coetáneos de hoy».

La nueva beata «con su ejemplo de vida radical lanza un fuerte mensaje a muchos chicos y jóvenes de hoy que fácilmente pueden buscar la felicidad en muchos fuegos fatuos», apuntó el cardenal Saraiva en su homilía, aludiendo, por ejemplo, «a los paraísos artificiales de la droga».

Albertina creció en un ambiente sencillo, en el seno de una familia cristiana. Ayudaba a sus padres en el trabajo. Se confesaba con frecuencia, participaba regularmente en Misa, comulgaba con fervor. De hecho, se había preparado con mucha diligencia para su Primera Comunión, un día del que hablaba como del más feliz de su vida.

Fue martirizada a los doce años de edad porque quiso preservar su pureza y virginidad.

Albertina «será para los jóvenes un modelo de que no se puede tener miedo de ser santo», apuntó a Zenit el obispo de la diócesis de Tubarão, monseñor Jacinto Bergmann.

En su opinión, Albertina fue una joven que «se atrevió a ser santa» para defender su pureza ante un agresor, y, en consecuencia, defender su dignidad de mujer.

Su apertura de corazón y espíritu misionero llevó, en cambio, al padre Manuel Gómez González en 1913 a Brasil. En 1924 el obispo de Santa María le pidió acudir a la parroquia vacante de Palmeira das Missões para celebrar la Pascua de los militares en Alto Uruguay, así como la misa, algunos bautizos y matrimonios en la nueva comunidad de Linha Três Passos.

El sacerdote invitó a Adilio Daronch, de sólo quince años, para que le acompañara en este viaje de evangelización.

La región de Rio Grande do Sul vivía en agitación ese tiempo post-revolución. Después de la mencionada celebración de la Pascua, cuando siguieron su viaje, el padre Manuel y Adilio fueron ejecutados por «revolucionarios». Se les llama «mártires de Nonoai».
Los colonos encontraron sus cuerpos atados a un árbol y los enterraron. En la cruz, sobre la sepultura, escribieron: «Mártires de la fe, verdaderos santos de la Iglesia, asesinados el 21 de mayo de 1924».

«El padre Manuel no temió anunciar la Buena Nueva de Jesucristo. Nos sirve de ejemplo a todos», comentó a Zenit el padre Luiz Dalla costa, administrador de la diócesis vacante de Frederico Westphalen.

En su homilía, durante la Eucaristía de beatificación, el cardenal Saraiva destacó de Benedicto XVI cuanto recuerda: «santo es aquél que está de tal modo fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que es por ellas progresivamente transformado».

«Por la belleza y verdad de Cristo y de su Evangelio, los dos nuevos beatos renunciaron a todo, también a sí mismos, a su propia vida, que es el mayor tesoro que Dios nos da», recalcó el purpurado.

«Al padre Manuel le podemos aplicar las palabras de San Cipriano dirigidas al mártir Sixto, «era un sacerdote bueno y pacífico» –describió–. También en cuanto a su acólito, Adilio, podemos invocar la gloria de Tarcisio, mártir de la Eucaristía, en el servicio de la Majestad Divina».

Poco antes de tres estas beatificaciones, «Radio Vaticana» entrevistó al prefecto de la Congregación vaticana para el Clero, el cardenal brasileño Claudio Hummes. Éste aludió a su «profundo significado» para la Iglesia en Brasil, «que quiere hoy sobre todo retomar de manera más fuerte la nueva evangelización».

«El martirio es un gesto supremo de evangelización –subrayó, recordando el ejemplo del sacerdote y los dos laicos–, porque no se puede hacer más que dar la propia vida para proclamar la propia fe», especificó.

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ZENIT Staff

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