Antes de despedirse de los más de 30 mil peregrinos que participaron en la audiencia general de este miércoles, el Papa quiso saludar a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
«Hoy la liturgia nos recuerda al obispo san Antonio María Claret, quien se entregó con constante generosidad a la salvación de las almas», recordó el Papa.
«Que su glorioso testimonio evangélico os apoye a vosotros, queridos jóvenes, a la hora de tratar de ser cada día fieles a Cristo», afirmó.
«Que os aliente a vosotros, queridos enfermos, a seguir al Señor con confianza en el tiempo del sufrimiento», siguió diciendo.
Y por último, dirigiéndose a los recién casados, algunos de ellos con sus trajes de boda, les deseó que este ejemplo les ayude a «hacer de vuestra familia el lugar en el que crece el amor hacia Dios y los hermanos».
Antonio María Claret nació en 1807 en Sallent, Barcelona, Cataluña, España. Siendo niño comenzó a trabajar como tejedor. Tras entrar al seminario, fue ordenado sacerdote en 1835. En 1840 comenzó a misionar por toda Cataluña e Islas Canarias.
En 1849 fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María y en 1850 fue consagrado Arzobispo de Santiago de Cuba, realizando durante seis años una intensa obra de evangelización en la isla.
En 1857, tras un atentado, fue llamado a Madrid para servir de Confesor de la Reina Isabel II.
Desterrado por la revolución, en 1868, ejerció sus últimos ministerios en París y Roma.
Padre activísimo del Concilio Vaticano I entre los años 1869 y 1870, en 1870 volvió a conocer la persecución en el destierro, falleciendo en Fontfroide, al sur de Francia el 24 de octubre.
Sus restos mortales se trasladaron a Vic en 1897. Fue beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934. Pío XII lo canonizó el 7 de mayo de 1950.