CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 28 octubre 2007 (ZENIT.org).- Al concluir la beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa que vivió España en los años treinta del siglo pasado, Benedicto XVI presentó la lección que dejan al mundo de hoy: «la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica».
La alocución del Papa con motivo de la oración mariana del Ángelus sirvió de broche de oro a la celebración, en la plaza de San Pedro del Vaticano, en la que participaron unos 50 mil peregrinos, presidida, en su nombre, por el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
«Damos gracias a Dios por el gran don de estos testigos heroicos de la fe que, movidos exclusivamente por su amor a Cristo, pagaron con su sangre su fidelidad a Él y a su Iglesia», reconoció el pontífice hablando español desde la ventana de su estudio, al concluir la beatificación del mayor número de mártires de la historia.
Se trata de hombres y mujeres, laicos, religiosas, religiosos y sacerdotes, que fueron asesinados en 1934, durante la Segunda República Española, y entre 1936 y 1939, en pleno estallido de la Guerra Civil.
«Con su testimonio iluminan nuestro camino espiritual hacia la santidad, y nos alientan a entregar nuestras vidas como ofrenda de amor a Dios y a los hermanos», aseguró Benedicto XVI en su alocución.
«Al mismo tiempo, con sus palabras y gestos de perdón hacia sus perseguidores, nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica», añadió.
«Que la fecundidad de su martirio produzca abundantes frutos de vida cristiana en los fieles y en las familias; que su sangre derramada sea semilla de santas y numerosas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras», deseó por último al concluir sus palabras en español.
El Papa recordó que en este mes de octubre la Iglesia ha proclamado a otros beatos mártires, como es el caso de Franz Jägerstätter, campesino austriaco que desafió a Adolf Hitler, elevado a la gloria de los altares este 26 de octubre en la catedral austriaca de Linz.
El 20 de octubre fue beatificada en la plaza de la catedral de Tubarão (Brasil) Albertina Berkenbrock, nacida en 1919 y martirizada a los doce años, porque quiso preservar su pureza y virginidad.
Al día siguiente, también en tierras brasileñas, fueron beatificados Manuel Gómez González, sacerdote diocesano español, y su acólito, el jovencísimo laico brasileño Adilio Daronch, ambos martirizados por un grupo de soldados combatientes y anticlericales el 21 de mayo de 1924 cerca de Nonai.
«Su ejemplo testimonia que el Bautismo compromete a los cristianos a participar con valentía en la difusión del Reino de Dios, cooperando si es necesario con el sacrificio de la misma vida. Ciertamente no todos están llamados al martirio cruento», explicó el Papa hablando en italiano.
«Ahora bien, también existe un “martirio” incruento, que no es menos significativo», añadió, recordando que este sábado fue beatificada en la basílica de San Juan de Letrán, en Roma, la polaca Celina Chludzinska Borzecka, (1833-1913), esposa, madre de cuatro hijos, viuda, fundadora de la Congregación de las Hermanas de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, dedicada a la educación de niñas y jóvenes pobres.
«Es el testimonio silencioso y heroico de los muchos cristianos que viven el Evangelio sin compromisos, cumpliendo su deber y dedicándose generosamente al servicio de los pobres», indicó el obispo de Roma.
«Este martirio de la vida ordinaria es un testimonio particularmente importante en las sociedades secularizadas de nuestro tiempo. Es la pacífica batalla del amor que todo cristiano», concluyó, «tiene que combatir incansablemente; la carrera por difundir el Evangelio que nos compromete hasta la muerte».