SANTIAGO DE CHILE, martes, 30 octubre 2007 (ZENIT.org).- El día 28 de octubre, en la Basílica de San Pedro, fueron declarados beatos 498 mártires del siglo XX en España. Entre ellos, había un español muy vinculado a la historia de la Orden Agustina en Chile, el padre José Agustín Fariña Castro. Esta es su historia contada por alguien que le conoció.
El grupo más numeroso de estos mártires –comunica a Zenit Miguel Campo Rodríguez, defensor del Vínculo, del Tribunal Interdiocesano de Santiago de Chile–, es el de los agustinos. La razón, explica Campo, es que sólo en El Escorial, cerca de Madrid, detuvieron a 56 religiosos de la Orden.
Los agustinos tenían en El Escorial el Real Colegio de Alfonso XII, la Universidad María Cristina y el Monasterio, donde había estudios de Filosofía y Teología para los religiosos de la Orden, publicaciones, la dirección de la gran biblioteca, y apostolado parroquial y sacerdotal.
Todos los religiosos de El Escorial fueron detenidos el 6 de agosto de 1936 y conducidos a la cárcel de San Antón, un colegio escolapio en la calle Farmacia de Madrid. De allí salieron para ser fusilados en noviembre. Murieron en Paracuellos del Jarama, cerca del actual aeropuerto de Barajas.
Entre los fusilados el 30 de noviembre, estaba un religioso de 57 años estrechamente vinculado a Chile, su segunda patria, el padre José Agustín Fariña Castro.
El padre Fariña nació en Valladolid en 1879 e ingresó en el noviciado de los agustinos de Calella, Barcelona, en 1894, con 15 años. Dos años después, en 1896, pidió ser enviado a Chile.
Llegó a Talca, donde estudió, hizo su profesión religiosa y fue ordenado sacerdote en Santiago, en 1902, en la iglesia de San Agustín, de la calle Estado.
En Chile, desarrolló una intensa actividad apostólica, dentro y fuera de la Orden Agustiniana, en Talca y Santiago. En Santiago, entre otros cargos fue maestro de novicios. Este último cargo fue su principal tarea hasta 1917, que fue enviado a Roma.
En sus once años como maestro de novicios el padre Fariña formó a toda una generación de religiosos, dejando una profunda huella de espiritualidad agustiniana, que todavía se recuerda.
En Roma iba a ejercer el cargo de vicepostulador de las causas de beatificación y canonización de los siervos de Dios de la Orden.
Antes de embarcar, escribió una carta a «sus» novicios en la que –afirma Miguel Campo Rodríguez– «demuestra su nostalgia de Chile y su deseo de regresar a esta, su segunda patria».
«Llegué ayer –decía el beato José Agustín Fariña- a esta populosa ciudad, trayendo un viaje de lo más feliz. …Yo siento nostalgia de mi querido Chile. Nunca creí que lo amase tanto como ahora que me veo lejos de él… Rueguen por mi, mucho, mucho. Ya saben que los llevo en mi corazón. Que a mi vuelta los encuentre a todos. Reciban el cariño de su padre que los ama».
Desde Barcelona continuó su viaje a Roma por tierra, pero en Francia fue detenido, acusado de espía y encarcelado. Europa todavía se debatía en los coletazos de la I Guerra Mundial.
Puesto en libertad, retornó a España. Su actividad se desarrolló en Huelva, en Calahorra, donde fue de nuevo maestro de novicios, y en 1927 llegó al Monasterio de El Escorial.
En El Escorial desarrolló una de sus pasiones: las publicaciones piadosas y de espiritualidad agustiniana Ya anteriormente en Chile había publicado varias obras.
«En El Escorial conocí y traté al padre Fariña entre los años 1930-36. Era el director espiritual de mi madre, que había quedado viuda un año antes, en 1929», recuerda Campos que inició el bachillerato en el Colegio Alfonso XII, donde tuvo profesores que ahora serán beatificados.
«Prácticamente todos los días íbamos a oír la Misa que celebraba el padre Fariña, en una capilla que hay a la entrada de la Basílica, a la derecha. Allí tenía también su confesionario, siempre muy concurrido, pues uno de sus apostolados principales era la dirección espiritual», añade.
«Le visité con frecuencia en su celda. La ventana estaba en la fachada del Monasterio sobre el «Jardín de los Frailes», a lo lejos se veían los encinares de la Herrería», explica a Zenit, Miguel Campo Rodríguez.
«Mi hermana –rememora– recibió su primera comunión de manos del padre Fariña» y recuerda pintó, «en la esfera del reloj de pulsera de mi madre, un corazón de Jesús».
El padre Fariña, explica, «pintaba muy bien. Era postulador en España de la causa de beatificación de una religiosa de Granada, la madre Cristina; con frecuencia le ayudé a preparar el material de difusión de esta causa».
«En 1933, me llevó en tren al colegio de los agustinos en Valencia de Don Juan, León, donde continúe estudios durante dos años. Recuerdo que en esta época compuso unos versos para que un niño, que decía quería ser misionero, los declamara ante su familia».
«Le oí hablar con frecuencia de Chile. Sentía nostalgia por volver a este país –añade–En 1932, el superior provincial me habló de Chile y del deseo que tenían de que el padre Fariña regresara».
«En noviembre de 1936 mi madre pensó que en la cárcel de San Antón estarían pasando frío. A los agustinos del Escorial les habían detenido en agosto, en pleno verano, y ya estábamos en el frío invierno de Madrid. Reunió frazadas y ropa de abrigo y, acompañada por mí, se dirigió a la cárcel. Después de los controles de rigor nos permitieron pasar. El padre Fariña salió a un locutorio, una sala grande del ex-colegio. Yo le había visto siempre con hábito de agustino, y parecía un poco ridículo en su ropa civil, con un vestón que le quedaba grande. Nos permitieron verle durante unos minutos, le vimos contento y en paz. Es la última vez que le vi», explica Campos.
En una breve biografía anónima que ha llegado a sus manos, Campos lee que «el padre Fariña siempre siguió afiliado a la provincia agustina de Chile hasta su muerte. En un catálogo general de la Orden, en 1925, figuró como perteneciente a la provincia de Castilla, pero él escribió al general pidiendo que se corrigiera el error pues él seguía siendo de la provincia de Chile, donde había profesado de solemnes».
«Digamos nosotros que el padre Fariña es el primer beato hijo de la Provincia Agustina de Chile, y uno de los religiosos que en forma más positiva influyó en la vida religiosa de los agustinos de Chile a comienzos del siglo XX», concluye Campos.