ROMA, martes, 30 octubre 2007 (ZENIT.org).- El director de cine Franco Zeffirelli ha revelado algunas anécdotas ocurridas entre bastidores relativas al filme «Jesús de Nazaret» (1977), su obra maestra en cuanto a intensidad poética.
Entre tantas obras dirigidas por él –al menos veinte–, «Jesús de Nazaret, cuyo guión fue redactado en sólo cuatro semanas, por el escritor católico Anthony Burgess, es la que de modo más admirable supo conjugar fe, historia y técnica cinematográfica.
Por su bravura, posteriormente fue elegido para transmitir las imágenes de la apertura del Gran Jubileo del año 2000.
Zeffirelli, que modestamente se define «artesano y no filósofo o artista», reveló el 25 de octubre, en la lección magistral del nuevo año académico de la Universidad Pontificia Lateranense de Roma, algunas anécdotas ocurridas entre bastidores relativas al filme «Jesús de Nazaret» (1977), su obra maestra en cuanto a intensidad poética.
Él mismo confesó que al avanzar en su carrera se dio cuenta del «arma que tenía en la mano y de cómo podía ser decisiva para la vida de miles de personas, tanto para bien como para mal».
«Cuando tienes la posibilidad de animar a la gente que sufre y de ampliar sus horizontes de esperanza, sientes una responsabilidad excesiva para el pobre hombre que eres», confesó.
El director florentino contó que recibió ininterrumpidamente, desde el estreno de su película, cartas de agradecimiento o de simpatía por parte de miríadas de personas de todos los rincones del mundo, que se sintieron impresionadas y a menudo habían abrazado la vida religiosa tras ver su «Jesús de Nazaret».
«Yo sólo hice lo que se podía hacer como cristiano que soy hasta las entrañas del espíritu», dijo el director que, en sus tiempos de colegio, en el Convento de San Marcos en Florencia, tuvo como institutor a Giorgio La Pira.
«Todo lo que rodea a este filme es como si lleváramos viento en las velas», exclamó recordando un episodio concreto: Elisabeth Taylor, que debía hace el papel de María Magdalena, enfermó gravemente y fue sustituida fortuitamente por Anne Bancroft, que aceptó una retribución menor a lo que estaba acostumbrada, haciendo incluso ahorrar a la producción.
El director recordó el papel de monseñor Pietro Rossano, ex rector de Universidad Pontificia Lateranense, como consultor durante la preparación del filme, rodado en Marruecos y, sobre todo, la figura de Pablo VI, que tuvo la posibilidad de conocer muy bien a comienzos de los años 50.
Al Convento de San Marcos, donde se había ido formando un grupo de jóvenes cristianos universitarios cercanos a la Acción Católica, el cardenal Montini, entonces arzobispo de Milán, iba con frecuencia para, decía, «pasar las horas más felices» de su jornada.
Una vez, recordó el director, el cardenal, al conocer su vocación por el teatro, le dijo bromeando: «En otra época, te habrían impedido ser enterrado en tierra consagrada, pero ahora la Iglesia ha cambiado, tanto que te acogemos como un instrumento de difusión de buenas ideas y buena esperanza».
«Más tarde, una vez elegido, fue él el que llevó adelante con su discreta red de influencias, el proyecto del ‘Jesús’», que tenía alguna dificultad para despegar.
«Pero al final fue dada esta orden: o Zeffirelli o nadie», afirmó el cineasta florentino.
Apremiado por las preguntas de tres estudiantes del centro académico, sobre su experiencia de director y su relación con Jesús de Nazaret, Zeffirelli explicó que su fe se ha ido revigorizando con el tiempo y los muchos «signos prodigiosos» que pudo observar.
Como cuando, con motivo de la Eucaristía, durante la escena de la Última Cena del filme, el clima de silencio absoluto y de densa espiritualidad que se creó dentro, mientras fuera se desencadenaba una tormenta de arena, fue roto por los sollozos de sus colaboradores.
«Quiero pensar que había una energía fuera de nosotros, que era invocada para que se creara aquél momento sublime. Y en efecto es uno de los momentos más bellos y estremecedores del filme», dijo.
«Sospechábamos la intrusión de una fuerza suprema que nos guiaba», añadió, y por ello «todos sabían que estábamos haciendo algo muy importante».
«Curiosamente, la ‘troupe’, por la tarde tras el trabajo rompió a bailar y a divertirse, haciendo todo tipo de cosas paganas para defenderse de este asedio que te dejaba con un nudo en la garganta», contó.
«Luego, cuando Pablo VI, en 1977, me recibió en audiencia privada tras visionar el filme –concluyó Zefirelli–, me dio las gracias y me preguntó qué podía hacer la Iglesia por mí. Le respondí: “Querría que esta obra llegara también a Rusia”».
«Me miró y me dijo proféticamente: ‘Tenga fe, pronto sobre el Kremlin ondearán las banderas de Nuestra Señora, en lugar de las rojas».
«El 8 de diciembre de 1991, día de la Inmaculada Concepción, la bandera roja con la hoz y el martillo que ondeó durante decenios sobre el Kremlin, fue reemplazada por la bandera de la Federación Rusa», concluye.