Santa Sede en la ONU: «La crisis medioambiental es un desafío moral»

Intervención del observador vaticano

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NUEVA YORK, miércoles, 31 octubre 2007 (ZENIT.org).- «La crisis medioambiental es un desafío moral», afirmó el arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas.

Interviniendo hace una semana en Nueva York, ante la Segunda Comisión de la 62 Asamblea General sobre «El desarrollo sostenible», el prelado recordó que la crisis medioambiental «nos llama a examinar cómo usamos y compartimos los bienes de la tierra y qué pasaremos a las generaciones futuras».

«Los poderes cada vez más amplios del ser humano sobre la naturaleza deben estar acompañados por una así mismo amplia responsabilidad respecto al ambiente», observó.

Según la delegación vaticana, «proteger el medio ambiente significa más que defenderlo».

Implica «una visión más positiva del ser humano, en el sentido de que a la persona no se la considera un problema o una amenaza para el medio ambiente, sino un responsable del cuidado y la gestión del mismo».

En tal sentido, «non sólo no hay oposición entre el ser humano y el medio ambiente, sino que hay una alianza establecida e imborrable, en la que el medio ambiente condiciona de modo fundamental la vida y el desarrollo del hombre, mientras que el ser humano perfecciona y ennoblece el medio ambiente, mediante su actividad creativa».

La preocupación primaria de la delegación vaticana es por tanto la de subrayar «la importancia de captar el imperativo moral subyacente, por el que todos, sin excepción, tienen una gran responsabilidad en la defensa del medio ambiente».

Este deber, prosiguió el arzobispo, no debe ser considerado en oposición al desarrollo pero no tiene tampoco que «ser sacrificado en el altar del desarrollo económico».

Dado que la cuestión medioambiental está directamente relacionada con otras cuestiones fundamentales, constató, la consecuencia es que las necesarias «soluciones solistas» son todavía más difíciles de encontrar.

«Mientras tratamos de encontrar el modo mejor de defender el medio ambiente y lograr el desarrollo sostenible, debemos también trabajar por la justicia en las sociedades y entre las naciones», observó el prelado.

En la mayor parte de los países, recordó, «son los pobres y los que no tienen ningún poder los que deben sostener de modo más directo el impacto de la degradación medioambiental».

«Imposibilitados de hacer otra cosa, viven en tierras contaminadas, cerca de descargas de residuos tóxicos»; «los agricultores de subsistencia eliminan bosques y forestas para sobrevivir. Sus esfuerzos para llegar a fin de mes, perpetúan el círculo vicioso de pobreza y degradación medioambiental».

La necesidad extrema es «la peor de todas las contaminaciones», observó.

El arzobispo Migliore reconoció de todos modos que existen también elementos positivos.

«Están emergiendo signos alentadores de una mayor conciencia pública de la interconexión de los desafíos que afrontamos –observó–. Y «el malestar provocado por las previsiones de las consecuencias catastróficas de los cambios climáticos despertó a individuos y a países a la necesidad de cuidar el medio ambiente».

La delegación vaticana auspició por tanto que estos signos positivos puedan llevar a la «consolidación de una visión del progreso humano compatible con el respeto a la naturaleza, y a una mayor solidaridad internacional en la que la responsabilidad por el cuidado del medio ambiente sea compartida de modo equitativo y proporcional entre los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo, entre ricos y pobres».

«Corresponde a las autoridades asegurar que estos signos prometedores se traduzcan en políticas públicas capaces de detener, invertir el sentido y prevenir la degradación medioambiental, persiguiendo el objetivo del desarrollo sostenible para todos».

Las leyes, sin embargo, no bastan para modificar los comportamientos, observó Migliore.

Un cambio de actitud exige «un empeño personal y la convicción ética del valor de la solidaridad», así como «una relación equitativa entre los países ricos y los pobres, imponiendo especiales deberes a las estructuras industriales a gran escala, ya sea en los países desarrollados, como en aquellos en vías de desarrollo, para que tomen en serio medidas para la defensa medioambiental».

Una actitud más atenta respecto a la naturaleza, comentó, puede ser además alcanzada y mantenida mediante la educación y una «campaña de conciencia constante».

«Cuantas más personas conozcan los diversos aspectos de los desafíos medioambientales que afrontan, mejor se podrá responder», concluyó el prelado.

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ZENIT Staff

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