MADRID, domingo, 2 diciembre 2007 (ZENIT.org).- En el marco de un simposio internacional en Madrid, España, en la Fundación Pablo VI, sobre «El derecho a un desarrollo integral», el profesor de la Universidad Gregoriana de Roma y sacerdote, Dario Vitali, ha declarado a Zenit, a propósito de la nueva encíclica del Benedicto XVI, que le «parece una gran intuición hablar de esperanza hoy».
Hablar «no sólo en clave de espera del futuro sino de «escaton», es decir de realización del Reino de Dios, es retomar el centro del mensaje cristiano», ha comentado.
El profesor Vitali ha hablado en la conferencia de apertura del Seminario sobre «Recuerdo y actualidad de la encíclica Populorum Progressio. Un desafío para la Iglesia».
Un simposio internacional de Doctrina Social de la Iglesia que ha sido organizado por la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española, con motivo del 40 aniversario de la encíclica de Pablo VI Populorum Progressio, y del 20 aniversario de la de Juan Pablo II Sollicitudo Rei Socialis.
–Al hilo de su conferencia, ¿le parece que, aparte de otros nombres, el nombre de la paz es también el cuidado del medio ambiente?
–Dario Vitali: He dicho que, a la propuesta de Pablo VI, el nuevo nombre de la paz es el desarrollo, debería dársele la vuelta: el nuevo nombre del desarrollo es la paz.
Pero la paz es exactamente una cuestión de justicia y, por tanto, de respeto de las condiciones de los pueblos que no deben ser humillados ni oprimidos, a través de una voluntad de prepotencia por aquellos que tienen privilegios y riqueza. El 80% de las riquezas, incluso más, están en las manos de menos del 20% de los habitantes de la tierra. Es un escándalo que alimenta no sólo la injusticia sino la guerra.
–Pero el medio ambiente, la sostenibilidad, ¿no sería también un nombre de la paz?
–Dario Vitali: Nombre de la paz, seguramente. Porque sin justicia no hay paz. Y sin proyectos de justicia en los que la vida humana sea no sólo respetada, sino promovida con opciones inteligentes, por parte de quienes saben hacer realidad el bien de todos, el bien común, no es posible la paz sobre la tierra.
–Me ha impresionado lo que usted ha citado de personas que estudian y dicen que el Concilio Vaticano II o la Populorum Progressio son cosas «viejas». ¿Piensa que todavía hay cosas que poner en práctica del Concilio y de tantos documentos eclesiales?
–Dario Vitali: El drama de la Iglesia es muchas veces que hace documentos excepcionales y no se da luego una recepción debida.
–¿Palabras…?
–Dario Vitali: Corren el riesgo de ser palabras al viento. ¿Por qué? Porque a veces se hacen intervenciones necesarias, o se inicia la elección de un camino por varias razones, porque la Iglesia necesita reforma. Y algunos grupos dicen que alguno ha querido ser protagonista, como Juan XXIII, como Pablo VI, y luego sin embargo se trata de hacer decaer lo que debería ser un compromiso de todos, y la Iglesia corre el riesgo de haber dicho palabras y no haber vivido luego lo que el Espíritu le sugirió.
–Por último una palabra sobre la nueva encíclica de Benedicto XVI aunque, claramente no ha podido todavía leerla
–Dario Vitali: No es posible, si sale hoy, que la haya leído, evidentemente. Sin embargo, digo que me parece una gran intuición la de hablar de esperanza hoy. ¿Por qué? En la perspectiva justamente de lo que acabamos de decir, en relación a la Populorum Progressio, la destrucción del ecosistema determina que tengamos preocupación por el futuro.
No nos hacemos ya la pregunta de dónde venimos sino nos hacemos la pregunta dramática de a dónde vamos. Qué será del planeta, qué será de la humanidad, que será de nuestras vidas, que será de los niños.
En esta perspectiva, hablar de esperanza en clave no sólo de espera del futuro sino en clave de ‘escaton’, es decir de realización del Reino de Dios es retomar el centro del mensaje cristiano. Jesús ha anunciado el Reino de Dios.
En esto me parece obligado recordar una exhortación postsinodal de Juan Pablo II. Después del Sínodo para Europa, escribió una exhortación sobre la esperanza, con un texto bellísimo, que no se comprende por qué no se ha hecho circular, o no se ha convertido en patrimonio común de una Europa que, en cambio, está arriesgando perder su identidad porque ha perdido la esperanza del Reino de Dios.
Por Nieves San Martín