Amordazar al Papa

Choque cultural y laicismo empobrecedor

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ROMA, domingo, 27 enero 2008 (ZENIT.org).- La intolerancia del laicismo radical ha mostrado su cara en las protestas que han impedido Al Papa visitar su discurso en la universidad romana de «La Sapienza». Las objeciones a la presencia del Papa han ido desde su supuesta hostilidad a la ciencia y a Galileo a argumentos antirreligiosos más específicos en contra de la presencia de la cabeza de la Iglesia católica en una universidad laica.

El incidente ha sido sólo la última muestra de una tendencia que algunos denominan «cristianofobia». Cada año, en diciembre, se repiten las prohibiciones a las escenas de Navidad y a los villancicos cristianos en lugares públicos y colegios. En Europa, durante los últimos años se han hecho numerosos intentos para quitar los crucifijos de las clases y edificios públicos.

En Gran Bretaña un tribunal de trabajo acaba de respaldar la decisión de British Airways de prohibir a Nadia Eweida llevar a trabajar una pequeña cruz en el cuello, informaba el 9 de enero el periódico británico Independent.

El obispo de Limerick, monseñor Donald Murray, en la revista «Culturas y fe» (volumen XV, número 4), publicada por el Pontificio Consejo para la Cultura, hacía una reflexión sobre los temas implicados en el conflicto entre religión y cultura laica.  

Al comenzar su comentario, originalmente un discurso dado por el obispo en una conferencia el pasado noviembre, observaba: «Muchas voces nos dicen que la religión no tiene lugar en la variedad, complejidad y sofisticación de la vida moderna».

De hecho, continuaba, muchas áreas en el mundo de hoy se han convertido en lo que se denomina «zonas libres de religión». Además, cuando la fe interviene en la vida pública, suele ser en forma de controversias, escándalos y críticas personales, presentando así la religión como algo conflictivo.

Ignorar la religión

Tras esta tendencia, monseñor Murray identificaba dos premisas subyacentes. La primera, que la religión no tiene lugar en el discurso público y que se debe ignorar la religión. La segunda, que si los puntos de vista de una persona sobre temas sociales se inspiran en una tradición religiosa, entonces no pueden presentarse en un debate racional.

Por tanto, lo que está ocurriendo, explicaba, no es un conflicto entre la religión y lo secular, sino más bien un conflicto entre quienes piensan que Dios es irrelevante y quienes creen que dicha afirmación contradice tanto la fe como una comprensión apropiada de la realidad secular. Son los que buscan imponer una ideología de laicismo quienes están causando el enfrentamiento, acusaba el prelado irlandés.

La sociedad no necesita abrazar una fe religiosa en particular, clarificaba monseñor Murray, sino que necesita comprender que la vida tiene una dimensión religiosa. La sociedad sólo se beneficiará si sus ciudadanos reflexionan sobre las cuestiones profundas de la vida que tienen que ver con nuestro destino y el significado de la existencia. La cuestión – ¿qué es un ser humano? – no puede responderse de forma adecuada con una mera lista de ingredientes químicos, aseveraba.

Desgraciadamente, los avances científicos, aunque han traído consigo muchos beneficios, nos han llevado a pensar que sólo lo que se puede probar científicamente es verdad, añadía Mons. Murray. Esta es una visión muy reduccionista de la vida humana y la religión tiene un papel importante que desempeñar para ayudarnos a descubrir el significado de la vida.

Otros comentaristas han apuntado también la tendencia a negar un papel a la religión en los debates contemporáneos. John Haldane, profesor de filosofía en la Universidad St. Andrews, escribiendo el 8 de junio en el periódico Scotsman, se refería a las objeciones que se hacen cuando la Iglesia enseña que el aborto está moralmente mal.

Hay una influencia invasora del relativismo, explicaba, según la cual no existe nada parecido a una verdad moral objetiva. Esta tendencia de la verdad objetiva a la convicción subjetiva ha empobrecido el discurso público, según Haldane.

Encontrar la verdad

«Parece perderse de vista, o quizá rechazarse, la misma idea de que la felicidad de uno puede depende de la respuesta a las cuestiones existenciales fundamentales, y que ha habido sistemas filosóficos y teológicos comprensivos que trataron de resolver esto», añadía Haldane.

En cuanto al conflicto entre religión y ciencia planteado por algunos de los que protestaron contra la visita del Papa a la Universidad de «La Sapienza», un libro publicado recientemente da luz sobre este tema. En «God’s Undertaker: Has Science Buried God» (Lion), (El Sepulturero de Dios: ¿Ha enterrado la Ciencia a Dios?), John Lennox, profesor de matemáticas en la Universidad de Oxford, sostiene que la ciencia no va tomada de la mano del ateísmo.

Galileo, Newton y la mayoría de las grandes figuras científicas del pasado no sintieron que les inhibiera la creencia en un Dios creador, apuntaba Lennox. La idea de que la fe es completamente irracional es también falsa. «De hecho, la fe es una respuesta a las evidencias, no un regocijarse en la falta de evidencias», comentaba.

Por ello, Lennox advertía en contra de ver la relación entre ciencia y religión únicamente en términos de conflicto. También observaba que es un error concebir la ciencia como algo filosófica y teológicamente neutral.

La ciencia, continuaba Lennox, no debería considerarse como el único camino para descubrir la verdad, ni como la única capaz de explicar cualquier cosa. Por ejemplo, por qué existe el universo, y por qué las leyes de la física tienen una estructura va más allá de la ciencia.

La dictadura del relativismo

Benedicto XVI ya lleva mucho tiempo advirtiendo contra la intolerancia religiosa presente en la cultura contemporánea. «Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo», observaba cuando poco antes de su elección daba la homilía para la elección del Romano Pontífice, el 18 de abril de 2005.

El relativismo, continuaba, se presenta como la única actitud acorde con las exigencias de los tiempos modernos. El peligro de esto: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas».

La Iglesia ofrece algo diferente, explicaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger. Ofrece al Hijo de Dios, y una fe adulta que no sigue las últimas tendencias, sino que se arraiga en la amistad con Cristo.

«Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la medida para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad», afirmaba.

Benedicto XVI se refería a la importancia de distinguir la verdad en el texto que debería haber sido su discurso en la Universidad de «La Sapienza». La autoridad que gobierna una universidad, insistía el Papa, debería ser la de la verdad.

Al hablar de la verdad, el Pontífice comentaba que algunos pueden objetar que sus juicios están guiados por la fe y, por tanto, no tienen validez racional. Refiriéndose a un argumento presentado por el filósofo John Rawls, el Papa mantenía que la Iglesia presenta un cuerpo de ideas y principios desarrollado durante siglos, que es parte del patrimonio de la sabiduría humana.

El cuerpo de conocimientos acumulado en las grandes tradiciones religiosas no debería ser tirado a la papelera por una razón que busca construirse a sí misma sin ninguna referencia a la historia, recomendaba Benedicto XVI.

Una gran parte del texto del Papa se dedicaba a reflexionar sobre la naturaleza de la universidad. Al final de su discurso advertía en contra del
peligro de que la cultura europea llegue a estar excesivamente preocupada por preservar una forma pura de laicismo y excluya así, de forma rígida, al cristianismo.

El Papa advertía que esto no hará que la razón sea más pura, sino que conducirá sólo a su destrucción. La Iglesia no impone su fe, sino que ofrece la luz de Cristo que ayude a la razón a descubrir la verdad, concluía.

Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado

[Cf. «El discurso que el Papa no pudo leer en la Universidad la «Sapienza»», Zenit, 25 de enero de 2008]

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ZENIT Staff

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