La Palabra de Dios es camino para santificarnos, aclara el padre Cantalamessa

En su tercera meditación de Cuaresma al Papa y a la Curia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 marzo 2008 (ZENIT.org).- Camino para santificarnos: es el efecto de la Palabra de Dios, que a su vez requiere de un itinerario hasta dejarnos asimilar por ella, subrayó este viernes, ante el Papa, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap.

Es el recorrido de la lectio divina que, de la mano del apóstol Santiago (St 1,18-25), el predicador de la Casa Pontificia propuso en su tercera meditación de Cuaresma, un tiempo en el que está profundizando en la constatación paulina: «Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hebreos, 4, 12), también como preparación al Sínodo de los obispos (del 5 al 26 de octubre) sobre la Palabra.

Tres fases sucesivas configuran la lectio divina: «acoger la palabra, meditar la palabra, poner por obra la palabra», sintetizó el padre Cantalamessa.

La primera «abraza todas las formas y modos con que el cristiano entra en contacto con la Palabra de Dios».

La advertencia del predicador de la Casa Pontificia, respecto a esta fase, se dirige al peligro de hacer de «la lectura personal de la Palabra de Dios» «una lectura «impersonal»», cayendo en la «inflación hermenéutica», «mirando» la Palabra como un espejo sin llegar a «mirarse» propiamente en él.

«El otro peligro es el fundamentalismo: tomar todo lo que se lee en la Biblia a la letra, sin mediación hermenéutica alguna», apunta.

En contacto con la Palabra, hay que contemplarla, meditarla. El paso es no escrutar la Palabra, sino dejarse escrutar por ella. Entre los efectos de esta segunda etapa, siguiendo algunos que mencionó el padre Cantalamessa, está el conocimiento que se adquiere de uno mismo –porque se descubre la propia deformidad «respecto a la imagen de Dios y de Cristo»– y el conocimiento del rostro de Dios.

«Vemos el corazón de Dios» porque «Dios nos ha hablado, en la Escritura, de lo que rebosa su corazón»: «el amor», reflexionó.

Estos dos conocimientos –como decía san Agustín, «que me conozca a mí para humillarme y que te conozca a Ti para amarte»– permiten «avanzar por el camino de la verdadera sabiduría», prosiguió el predicador del Papa.

Además la Palabra de Dios «asegura a toda alma que lo desea una dirección espiritual fundamental y en sí infalible» con su meditación, «acompañada de la unción interior del Espíritu que traduce la Palabra en buena «inspiración»», recordó el padre Cantalamessa.

Con esta contemplación, la Palabra se hace «la sustancia de nuestra alma», «informa los pensamientos, plasma el lenguaje, determina las acciones, crea el hombre «espiritual»», es Palabra «asimilada» por el hombre, «aunque se trata de una asimilación pasiva (como en el caso de la Eucaristía) –precisó–, esto es, «ser asimilado» por la Palabra, subyugado y vencido por ella, que es el principio vital más fuerte».

Llegados a este punto, todo ha sido inútil si no se pone «por obra la Palabra», esto es, hay que prestarle obediencia, advirtió el predicador apostólico ante Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia, llegando a la tercera etapa de la lectio divina.

La obediencia de Jesús se ejerce «de modo particular en las palabras que están escritas sobre Él y para Él «en la ley, en los profetas y en los salmos»», señaló.

«Las palabras de Dios, bajo la acción actual del Espíritu, se convierten en expresión de la voluntad viva de Dios para mí, en un momento dado». Es la obediencia que todos -laicos, clérigos, religiosos– «podemos realizar siempre», concluyó. Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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