El arzobispo de Dublín saca lecciones de la crisis financiera

Reflexión sobre ética, economía y asistencia

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DUBLÍN, domingo, 12 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las reflexiones que ha enviado a Zenit monseñor Diarmuid Martin, arzobispo de Dublín (Irlanda), a raíz de la crisis financiera global.

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La economía tiene una función social. El desarrollo económico, no importa lo importante que sea, simplemente nunca es un fin en sí mismo. Debería llevar a la equidad social, a un desarrollo equitativo de la sociedad y a mejorar a la gente y a las estructuras humanas que consolidan la sociedad. El desarrollo económico trae siempre consigo responsabilidad social. El desarrollo descontrolado rara vez ha producido sostenibilidad.

Si me pidieran una descripción del desarrollo económico descontrolado, volvería mi vista a la Torre de Babel. El relato bíblico habla de personas que sintieron que tenían la capacidad de construir una torre que pudiera unir el cielo y la tierra. Cuando la gente piensa que puede mantener un desarrollo descontrolado, con demasiada frecuencia lo que ocurre es aquello que ocurrió en Babel – la torre se colapsa y la gente acaba dividida.

No querría caer en el «ya lo había dicho»; lejos de mí. El mercado es vital, pero el mercado tiene una función esencialmente social. Sólo puede funcionar en un marco ético y jurídico donde se proteja al vulnerable y se frene la arrogancia natural del poderoso. Hoy vemos cómo la mala conducta individual burda y sin control en la actividad del mercado afecta la estabilidad de las empresas, pero también de los países y luego de los hombres y mujeres que componen la sociedad en la que vivimos. Los hombres de negocios irresponsables no sólo juegan con el futuro de una gran empresa multinacional – están afectando quizá las vidas de todas las personas del mundo.

Es necesario que el gobierno y que el mundo de los negocios trabajen juntos. El gobierno y los negocios tienen el mismo interés, en muchos sentidos, cuando se habla de desarrollo económico. Esto significa que puede haber un interés corporativo legítimo en limar aspectos del ambiente político-económico. Pero este interés puede fácilmente volverse dañino si existen insuficientes mecanismos reguladores. La especulación del mercado sin regular o la interferencia injusta en el derecho de competencia dañan la economía. Pero los gobiernos poderosos pueden también caer presas de la corrupción. Necesitamos a ambos, al mercado y al gobierno.

Necesitamos el mercado y necesitamos un mercado que tenga la libertad de operar como debe. Necesitamos también al gobierno. Un gobierno menor puede ser más deseable que algunas de las experiencias pasadas de interferencias gubernamentales masivas e improductivas en la sociedad y en el mercado. Pero la falta de un gobierno eficaz es igualmente desastrosa, tanto como un gobierno ineficaz. El gobierno es esencial para garantizar el marco ético y jurídico dentro del cual el mercado puede florecer y dentro del cual se puede fomentar un comportamiento ético en el mercado.

Algunos dirían – y, hasta cierto punto, con razón – que llevar adelante un buen negocio significa asegurar las ganancias de los accionistas, logrando un beneficio a base de proporcionar un producto o servicio de calidad y que, por supuesto, esto implica también crear empleo. El mercado implica riesgo, dirían, y nadie debe quejarse cuando la persona que asume el riesgo logre un buen beneficio. Esa ha sido la manera en que tradicionalmente los hombres de negocios han considerado los buenos negocios. Y a cualquier persona que ha desafiado dicho punto de vista se le ha recordado – y con razón – que acabar con el negocio aumentando los costes no ayuda a nadie.

Por otra parte, hay muchos, yo mismo incluido, cuya conciencia está inquieta por el malestar de los enormes beneficios y subrayan que los negocios debe estar enmarcados en la realidad de la sociedad y comparten su responsabilidad con la sociedad. De alguna forma, parte de dichos beneficios deberían dirigirse no sólo a los accionistas sino también a preocupaciones más amplias de la sociedad en la que se encuadran los negocios y de la que ellos se benefician. La inversión se verá atraída por aquellos lugares donde esté disponible una fuerza de trabajo creativa e innovadora. ¿Pero pueden simplemente los negocios dar esto por sentado y pedir menos gobierno, lo que hará que éste sea menos capaz de proporcionar la inversión necesaria en el campo de la educación e investigación que hace posible en primer lugar un desarrollo sólido? Cada uno debe asumir su responsabilidad.

Necesitamos también la ley, necesitamos la aplicación de la ley, y necesitamos ambas cosas en una arquitectura de negocios que se ha vuelto internacional y que va más allá de las fronteras nacionales- Es interesante observar que el crimen organizado fue el primero en darse cuenta de las ventajas de la globalización. No me refiero sólo a los traficantes de drogas y de armas, sino también a las nuevas formas de especulación irresponsable y comportamiento deshonesto dentro de la comunidad empresarial. Un marco ético no es sólo palabras bonitas en un pedazo de papel o la declaración de una misión sino que es algo que debe integrarse en el trabajo de la gente y en su papel en la sociedad. La nueva naturaleza globalizada de la economía requiere nuevas estructuras a nivel internacional para combatir el comportamiento irresponsable.

¿Qué puede y qué debe decir un líder religioso en la actual situación? ¿Debería dejárselo a los «expertos» y encerrarse en la sacristía? ¿Pueden influir los valores religiosos en la estabilidad económica y social?

La labor de las iglesias cristianas es predicar el mensaje del Evangelio. Este es un mensaje que va dirigido a cada individuo y que tiene implicaciones sociales para quienes siguen el mensaje de Jesucristo. El mensaje básico de las iglesias cristianas es el amor de Dios, y hay dos características del amor de Dios que creo que son especialmente interesantes en el mundo moderno. Una es la gratuidad.

Dios ama a las personas sin ninguna condición. Basta recordar el relato del Hijo Pródigo, que vuelve a casa para encontrarse que su padre está allí, esperándole. El hijo tiene preparado su pequeño discurso de excusa, pero no tiene que usarlo. El hijo es acogido – esa es la gratuidad, ir más allá de lo que se espera o de lo necesario. La otra es la sobreabundancia. El amor de Dios te sorprende – es tan generoso que te hace que caigas de cabeza.

Estos dos valores se encuentran opuestos a la sociedad de consumo dirigida por el mercado en el que cada cosa se mide de forma precisa. Si la etiqueta dice 16 onzas, no quieras una onza más. Si viviéramos verdaderamente en un ambiente como éste, donde sólo tiene lo que has pagado y nada más, ninguno de nosotros estaríamos donde estamos hoy. El mundo necesita los valores que crean generosidad; que hacen que te preocupes de otra persona aunque sea débil; que te motivan a hacer una enorme inversión en una persona.

El mercado es un instrumento extraordinariamente eficaz. Pero hay necesidades humanas básicas que no pertenecen al mundo del mercado, que no pueden comprarse o venderse como productos. Para ellas necesitamos algo más. La economía cumplirá su pape si está complementada por un gobierno eficaz, pero también por una sociedad con corazón y con generosidad. Estos últimos se necesitarán cada vez más en estos tiempos difíciles.

Traducción de Justo Amado

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ZENIT Staff

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