ROMA, martes 2 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- La escuela católica europea no es una realidad uniforme, sino que en cada país asume una forma y unos requisitos concretos, especialmente en el las naciones ex comunistas; sin embargo, todas deben afrontar el mismo reto: la secularización de la sociedad, que hace cada vez más difícil llevar a cabo su labor educativa.
Ésta es la principal preocupación manifestada durante el Congreso europeo sobre Enseñanza Católica «La escuela católica en el ámbito público europeo», que reúne desde el pasado 30 de noviembre en Roma a representantes de todos los países.
El encuentro, clausurado este martes, ha sido organizado por el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) y el Comité Europeo de Enseñanza Católica (CEEC).
Según manifestó monseñor Pero Sudar, obispo auxiliar de Sarajevo y promotor del proyecto «Escuelas católicas para Europa», la principal preocupación hoy es que a diferencia de otros continentes, la escuela católica en Europa está descendiendo en número de alumnos, hasta el punto que ha perdido en tres años casi 200.000 alumnos.
En Europa Occidental hay alrededor de 7,3 millones de alumnos de escuelas católicas, de los que casi la mitad corresponden a Francia y España, mientras que en los países del Este hay menos de 200.000 alumnos. En algunos países están cerrándose escuelas por falta de demanda.
El prelado se pregunta «cuál es la razón de este desinterés hacia la escuela católica», y apunta sobre todo a la extensión de una secularización cada vez mayor, que está generando «un clima de hostilidad» hacia los valores religiosos.
«Un fuerte grupo de promotores del espacio público europeo hoy muestra una fuerte desconfianza, por no decir hostilidad, hacia las Iglesias y las comunidades religiosas», especialmente creciente «entre los eurodiputados».
Según el prelado, «se está promoviendo un fuerte dogmatismo laico caracterizado por una sutil intolerancia hacia la religión y los creyentes», a quienes considera «obstáculos para el progreso y la convivencia pacífica», por lo que el objetivo es «liberar el espacio público de todo contenido religioso».
Sin embargo, precisamente esta situación supone un reto al que la Iglesia «debe responder», afirma monseñor Sudar, ya que la escuela «es un instrumento importantísimo» para la transmisión de los valores, especialmente en los hijos de familias católicas.
«El hecho de que la educación esté afectada por los mismos males de la sociedad: el subjetivismo, el relativismo moral y el nihilismo, hace más presente el derecho de los padres católicos a inscribir a sus hijos en escuelas en las que se garantice la educación católica», añadió.
Es más, advierte, la escuela «debe ser uno de los instrumentos de la nueva evangelización de Europa», y de «valorar la contribución histórica de las religiones al patrimonio europeo».
Cuatro desafíos
Según explicó monseñor Vincent Nichols, arzobispo de Birmingham y presidente de la comisión de enseñanza y universidad de la CCEE, la escuela católica en Europa afronta actualmente cuatro características a las que debe responder.
Por un lado, la escuela católica «tiene un lugar clave en la misión de la Iglesia de dar a conocer a Cristo a todas las gentes».
Sobre este punto, monseñor Nichols insistió en la necesidad de que el anuncio de Cristo «esté en el centro de todos los esfuerzos. Todo desarrollo personal, enseñanza y aprendizaje, formación de la cultura y de la sociedad estará bien fundada si está centrada en Él».
En segundo lugar, la escuela «asiste a los padres en la educación y formación de sus hijos», y por tanto el esfuerzo educativo debe hacerse «conjuntamente» con ellos.
En tercer lugar, señaló, la escuela «está al servicio de la Iglesia local, de la diócesis y de la parroquia». «La parroquia es el lugar de la formación religiosa y espiritual, la escuela es el lugar de la educación cultural. Ambas dimensiones deben integrarse, porque los mismos valores las inspiran», indicó.
Por último, la escuela está «al servicio del bienestar de la sociedad», por que «garantizan el derecho de los padres a que sus hijos reciban una educación conforme a sus convicciones», y porque «ayuda a desarrollar la sensibilidad religiosa, sus principios y valores», lo que es «esencial para la cohesión social».
A estas cuatro necesidades corresponden cuatro desafíos, que el prelado considera «claves en la escuela católica del futuro»: el pluralismo, el compromiso con la verdad, la libertad y la solidaridad.
Respecto al pluralismo, monseñor Nichols explicó que el reto hoy es servir «a una sociedad compleja étnica, cultural, religiosa y socialmente hablando», en la que lo difícil es precisamente «cultivar un sentimiento de unidad».
El segundo de los retos hoy es el de «garantizar la libertad», enseñando a los alumnos el verdadero sentido de este término, especialmente en el proceso de aprendizaje. El tercero, en conexión con éste, es el compromiso con la verdad y su integridad ante un proceso de conocimiento cada vez más fragmentado.
El cuarto es, añade monseñor Nichols, «enseñar la solidaridad» y el valor del sacrificio personal, a imitación del sacrificio de Cristo por los demás, como un punto importante para el crecimiento de las virtudes.
Acoger la diversidad
Para monseñor Sudar, la escuela católica hoy tiene un gran desafío, y es el de acoger en sus aulas a alumnos de otras religiones e incluso no creyentes, sin que ello suponga menoscabo a su identidad religiosa, como sucede en otros continentes.
«La centralidad de la persona, que debe caracterizar a las escuelas católica, sólo podrá ser convincente si se reconoce y tutela toda su realidad, incluida la religiosa», afirmó.
El prelado se refirió, en declaraciones a Radio Vaticano, al proyecto «Escuelas católicas para Europa», que él dirige, y que nació de la necesidad «de que la Iglesia católica sobreviva en Bosnia-Herzegovina».
«A causa de la guerra y de la emigración relacionada con ella, de 950.000 católicos hemos pasado a 460.000. El proyecto nació para animar a los padres católicos a quedarse». Por otro lado, se pretende «servir a la causa humana, en zonas muy probadas por la intolerancia».
Se trata, añadió, de «encontrar una mentalidad nueva para que las diferencias étnicas y religiosas no se vean como una amenaza sino como un desafío positivo». El prelado explicó cómo en algunas escuelas católicas se permite a los sacerdotes ortodoxos que enseñen a los niños de esta religión, y lo mismo se hace con niños musulmanes.
«Estoy seguro de que esta hoy es una oportunidad para las escuelas católicas: dar ejemplo, sin traicionar a la propia identidad religiosa, colaborando con los no católicos, en servicio a la causa humana. Este es hoy el mejor modo de evangelizar, con un testimonio vivido», añadió.
Por Inma Álvarez