CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 6 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el análisis que ha escrito Giovanni Maria Vian, director del diario de la Santa Sede, «L’Osservatore Romano», sobre los atentados atentados en Bombay (la India).
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Los trágicos acontecimientos que han afectado y trastornado la India, un gran país ya desde hace meses escenario de repetidos episodios de intolerancia y violencia especialmente contra las minorías cristianas, confirman una vez más que el diálogo entre las culturas del mundo es el único camino posible para una convivencia humana. Lo viene repitiendo Benedicto XVI desde el inicio de su pontificado y lo acaba de confirmar en una carta al senador italiano Marcello Pera. En esa carta, incluida en la introducción al libro que acaba de publicar ese destacado político italiano con el título «¿Por qué debemos llamarnos cristianos?», el Santo Padre hace algunas breves reflexiones.
Entre ellas, la afirmación de que, «a la esencia del liberalismo pertenece su radicación en la imagen cristiana de Dios: su relación con Dios, de quien el hombre es imagen y de quien hemos recibido el don de la libertad». Y resulta urgente el diálogo que -subraya con clarividencia el Papa- «profundiza las consecuencias culturales de la decisión religiosa de fondo». De este modo, una vez más, Benedicto XVI pone de relieve la importancia del diálogo entre las culturas, indicando que se trata de un camino más adecuado y susceptible de consecuencias que conviene examinar «en la confrontación pública». En efecto, precisamente aquí «son posibles y necesarios el diálogo, la corrección mutua y el enriquecimiento recíproco».
Así, también en tiempos difíciles, como los actuales, se confirma la opción de la Iglesia católica de abrirse al diálogo con las culturas del mundo, con el deseo de que este diálogo -término que solía usar Pablo VI, el cual escogió esta apertura como tema de su encíclica programática- sea auténtico y dé frutos. Por consiguiente, no se trata de un diálogo superficial que afirme principios sólo en el papel, sino de una verdadera confrontación, ante todo dentro de la Iglesia misma, que debe profundizar «la conciencia de sí misma» -como afirma precisamente la Ecclesiam suam– para luego «con cándida confianza» asomarse «a los caminos de la historia» y repetir «a los hombres: yo tengo lo que buscáis, lo que a vosotros os falta».
Las palabras de Benedicto XVI fueron comprendidas y aceptadas también más allá de los confines católicos, al igual que está dando frutos la reafirmada voluntad de confrontación y de amistad con el judaísmo y con el islamismo. El Papa sigue apelando a la razón de todos y de forma incansable pide que esta razón se abra a la confrontación con todos los interlocutores sobre temas razonables que se puedan compartir, como el de la dignidad de toda persona humana, criatura e imagen de Dios, y el de la libertad religiosa.
En efecto, estas son algunas de las «consecuencias culturales» sobre las que urge confrontarse, como ha sucedido por ejemplo después de la lección de Ratisbona. La Iglesia -escribía también Pablo VI- «no promete la felicidad terrena, sino que ofrece algo -su luz y gracia- para conseguirla del mejor modo posible. Y habla a los hombres de su destino trascendente. Y, mientras tanto, les habla de verdad, de justicia, de libertad, de progreso, de concordia, de paz, de civilización. Estas son palabras de las que la Iglesia conoce el secreto. Cristo se lo ha confiado» (Ecclesiam suam, 43).
g. m. v.