Miopatía: Testimonio de curación tras una peregrinación a Lourdes

La señora B. prescindió de su silla de ruedas

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LOURDES, sábado, 6 diciembre 2008 (ZENIT.org).-«Cuando Dios cura a una persona, no cura sólo su cuerpo enfermo sino todo su ser», declara la señora B, miopática desde la infancia y curada por la intercesión de Nuestra Señora de Lourdes, y de la que la oficina médica del Santuario ha publicado el testimonio.

 Cuando se aproxima la celebración del año jubilar de los 150 años de las apariciones de la Virgen María a santa Bernardita en Lourdes, el próximo 8 de diciembre, la Comisión Médica Internacional de Lourdes declaró oficialmente como notables cinco curaciones ligadas a Lourdes, en una rueda de prensa, el 1 de diciembre, en los Santuarios. Además, el obispo de Tarbes y Lourdes, monseñor Jacques Perrier anunció que el 2009 será el año de «Bernardita».

 

La señora B. Ha testimoniado lo siguiente:

«En junio de 2004, participé con los enfermos en la peregrinación organizada por mi diócesis; usaba una silla de ruedas para todos mis desplazamientos fuera de casa. Era mi sexta peregrinación. El tema de ese año era «El Señor es mi roca».

Antes de la salida, durante la peregrinación, y luego al volver, un pasaje evangélico se me hizo patente en cuatro momentos, el de la curación de la mujer hemorroísa, en el evangelio de Marcos (Marcos 5, 25-44).

Al cuarto encuentro con este evangelio, el 5 de julio por la mañana, me di cuenta que tenía algo que entender por mí misma.

¿Por qué esta mujer que sólo toca el borde del manto de Jesús fué curada mientras que no llegaba nada a las personas que rodeaban a Jesús y le apretujaban por todas partes? Releí varias veces el texto y por fin comprendí de modo luminoso la fe de esta mujer, su deseo de acabar con la enfermedad, con el sufrimiento físico y moral, con la exclusión… Su fe en Jesús, quien podía curarla, su confianza sin límites, le dieron la audacia de vencer las dificultades, de aproximarse a Jesús, de tocar su manto, es decir de pedirle a través de este gesto que la sanara.

Estupefacta, me di cuenta de que regresaba por sexta vez de la peregrinación a Lourdes y que nunca había pedido para mí misma. Cada vez, había rezado por los demás y pedido fuerza espiritual, pero nunca había rezado para pedir mi curación física. Me dirigí inmediatamente a Nuestra Señora de Lourdes y le dije: «Ves que vuelvo de Lourdes y nunca te he pedido mi curación. Ahora estoy preparada, pide a tu Hijo que me cure, si es su voluntad».

Acabé la oración. No pasó nada especial. Simplemente me levanté, empecé mi jornada, trabajé, caminé, me moví…, sin parar en todo el día. No tenía fatiga, ni dolor, había recuperado todas mis fuerzas. Arrumbé mi silla de ruedas y no he tenido nunca necesidad de volver usarla. Todo pasó sin testigos y sin ruido, pero en mí produjo una alegría inexpresable y un gran cambio. Sabía con certeza que esta transformación inmediata era una respuesta de Dios a mi oración por intercesión de Nuestra Señora de Lourdes.

Desde ese instante con María, mi corazón no cesa de cantar «Magnificat». Cuando Dios cura a una persona, no cura sólo su cuerpo enfermo sino su ser, físico, espiritual, que sufría también los efectos destructivos de la enfermedad. La curación devuelve la salud, pero también la paz interior, una vida social normal, una vida relacional equilibrada… y abre a una dimensión espiritual nueva.

Luego, me pregunté por qué esto llegaba a mí. Hay tantos enfermos en Lourdes y en los evangelios, y todos no son curados. Esta curación es un signo que Dios regala, que ha pasado a través de mí, pero que es para todos los hombres.

Habrá sin duda todavía mucho por descubrir a través de este signo y la lectura de este evangelio.

Lo que puedo decir es: que el evangelio no es letra muerta, en él se encuentra al Cristo vivo, presente, en su humanidad y su divinidad, que se dirige personalmente a cada uno de nosotros; hoy Cristo está presente, pasa por nuestras vidas como por en medio de las muchedumbres del evangelio, sigue dejándose tocar y zarandear; Dios es un Dios de amor y de misericordia. Dios es todopoderoso pero espera nuestro consentimiento para actuar en nuestras vidas, y eventualmente en nuestro cuerpo. Espera pacientemente que le expresemos nuestras peticiones y nuestro sufrimientos, no hace nada contra nuestra voluntad, respeta nuestra libertad y nuestro caminar; todos necesitamos curación, o la necesitaremos mañana pues si no somos todos enfermos en el cuerpo, todos encontramos dificultades, penas, adversidades… Todos de un modo u otro somos seres heridos que necesitamos la misericordia divina: la curación física es un signo visible, una resurrección parcial, para recordarnos la otra resurrección, la del alma. Esta curación no me ha hecho inmortal, pero me da la seguridad de que es la fe la que nos salva; la fe y la oración, la confianza, el abandono, tocan el corazón de Dios. El evangelio, la Eucaristía, los sacramentos nos hacen tocar a Dios, nos lo hacen realmente presente; Dios sólo sabe por qué cura a algunos de sus sufrimientos físicos pero lo que sé es que Dios da su paz y su espíritu en abundancia a quien se entrega totalmente a Él en confianza; ¡Qué decir de la santa Virgen! Ella es mi madre y mi guía, la que me muestra al Hijo y me conduce a Él. Por Ella llega toda gracia, es la que ha intercedido por mí como lo hizo por los esposos de Caná. Como lo hace por cada uno de nosotros que nos abandonamos a su maternal y afectuosa protección».

Traducido del francés por Nieves San Martín

 

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ZENIT Staff

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