ROMA, miércoles, 8 abril 2009 (ZENIT.org).- La Iglesia católica en China vive en condiciones de semiclandestinidad desde hace 50 años. Para sensibilizar sobre la situación de estos creyentes, la Fundación Lepanto organizó una conferencia, el pasado 1 de abril en Roma, sobre la persecución de los cristianos en China.
En el encuentro, moderado por el profesor de la Universidad Europea de Roma y vicepresidente del Consejo Nacional de Investigaciones Roberto de Mattei, participaron Antonello Brandi, fundador y presidente de la Fundación Italiana de Investigación Laogai (www.laogai.it) -un centro investigación que trata de informar a la opinión pública sobre los terribles campos de concentración chinos del tercer milenio-, y el padre Bernardo Cervellera, misionero del PIME (Pontificio Instituto para la Misión de Relaciones Exteriores) y director de la agencia de noticias Asianews (www.asianews.it).
Brandi presentó una investigación de su centro de investigación titulada «El laogai, las ejecuciones y la venta de órganos humanos en China».
El experto explicó que, actualmente en China, muchos millones de personas son detenidas, torturadas y explotadas en laogai.
Este término, que significa literalmente en chino «a través de la reforma laboral», designa en realidad modernos campos de concentración donde los seres humanos son obligados a trabajar, en condiciones de absoluta postración, física y moral, 16 horas diarias para fabricar productos para el régimen comunista chino, sin seguridad social.
En 2008, fueron registrados unos 1400, pero se desconoce el número exacto. Su creación se remonta a Mao Zedong (1893-1976), que los instituyó en 1950, aconsejado por sus aliados soviéticos.
En ellos están encarcelados disidentes del régimen (políticos y civiles) y todo tipo de religiosos (monjes tibetanos, obispos católicos, pastores protestantes,…), así como delincuentes comunes.
El régimen de Pekín busca un doble objetivo con los laogai: por un lado, oprimir a los disidentes políticos y debilitar la resistencia a la ideología del partido único, y por otro conseguir mano de obra gratis.
Por su parte, el padre Cervellera dijo que China «sigue siendo hoy un país comunista debido al fuerte control social sobre la vida de las personas» y se analizó cuestiones más específicamente religiosas.
Es una presión que afecta a todos los aspectos más íntimos de la vida de las personas: desde la libertad de asociación (supeditada a la autorización del gobierno) hasta la de culto (igualmente limitada), pasando por Internet (muchas webs que no se consideran en la línea de la ideología de la sistema se ocultan), explicó.
Las condiciones de vida de los obispos católicos que quieren seguir siendo fieles al Papa son particularmente alarmantes: la obediencia «espiritual» de un ciudadano chino a un Estado extranjero (la Santa Sede) es considerada como una traición a la patria y castigada con penas muy severas.
Cabe señalar que numerosos obispos han desaparecido durante décadas y no se ha tenido más noticias: lo más probable es que muchos de ellos hayan sufrido una muerte violenta y que hayan quemado inmediatamente su cuerpo para ocultar cualquier rastro del delito.
Sin embargo, en el horizonte parece surgir aún la esperanza. Cervellera destacó que en los últimos años, ante esta situación de persecución, o quizás debido a ella, se ha producido un «impresionante renacimiento religioso» que ha llenado las iglesias más que nunca.