CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 12 abril 2009 (ZENIT.org).- A pesar de las dificultades que vive la Iglesia, en las que algunos anuncian su hundimiento, Benedicto XVI aseguró en la Vigilia de Pascua que gracias a la Resurrección de Jesús queda fuera de la gravedad de la muerte.
En la «madre de todas las vigilias» para los cristianos, el Papa bautizó en la basílica vaticana a cinco adultos: dos hombres italianos, y tres mujeres de China, Italia y Estados Unidos.
En la homilía de la celebración, que comenzó a la 21,00 horas del Sábado Santo, el pontífice constató cómo «mientras que a fin de cuentas debería hundirse, la Iglesia entona el canto de acción de gracias de los salvados».
«Está sobre las aguas de muerte de la historia y, no obstante, ya ha resucitado», subrayó en una basílica de San Pedro del Vaticano totalmente llena.
«Cantando, se agarra a la mano del Señor, que la mantiene sobre las aguas –aseguró–. Y sabe que, con eso, está sujeta, fuera del alcance de la fuerza de gravedad de la muerte y del mal – una fuerza de la cual, de otro modo, no podría escapar -, sostenida y atraída por la nueva fuerza de gravedad de Dios, de la verdad y del amor».
«Por el momento, se encuentra entre los dos campos de gravitación. Pero desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte», explicó.
Citando a san Pablo, reconoció: «Somos… los moribundos que están bien vivos». Y añadió: «La mano salvadora del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados, el canto nuevo de los resucitados: ¡aleluya!».
La celebración comenzó en el atrio de la Basílica vaticana, con el silencio más profundo, con la bendición del fuego nuevo y el alumbramiento del cirio pascual, símbolo de Cristo, «Luz del Mundo».
Después comenzó la procesión hacia el altar mayor, en medio de una total oscuridad en el templo, iluminado poco a poco con las velas de las miles de personas que lo abarrotaban, que fueron encendidas una a una con la llama procedente del Cirio Pascual.
Cuando llegó al altar mayor se encendieron todas las luces, dejando al descubierto las maravillas que encierra el templo vaticano y comenzó el canto del «Exultet», o pregón pascual, un recorrido sintético de la historia de la salvación.
Precisamente el símbolo de la luz de Jesús le llevó al Papa a reconocer, durante la homilía «cuánta compasión debe sentir Cristo también en nuestro tiempo por tantas grandilocuencias, tras las cuales se esconde en realidad una gran desorientación».
«¿Dónde hemos de ir? ¿Cuáles son los valores sobre los cuales regularnos? ¿Los valores en que podemos educar a los jóvenes, sin darles normas que tal vez no aguantan o exigirles algo que quizás no se les debe imponer?», se preguntó, recogiendo interrogantes en boga.
La respuesta es Cristo, concluyó, él es «la Luz».