WASHINGTON, martes 21 de abril de 2009 (ZENIT.org).- Los obispos de Estados Unidos dan la bienvenida a la intención de Barack Obama, de un cambio de política hacia Cuba que comportaría una relajación de las sanciones, anunciado por el presidente norteamericano con motivo de la cumbre que se ha celebrado recientemente en Trinidad y Tobago.
En una carta, el obispo Howard Hubbard de Albany, Nueva York, presidente de la Comisión episcopal sobre Justicia Internacional y Paz, señaló que el consejo que preside «ha pedido durante muchos años una flexibilización de las sanciones contra Cuba».
«Estas políticas han fracasado en gran parte a la hora de promover una mayor libertad, la democracia y el respeto de los derechos humanos en Cuba», escribe monseñor Hubbard en la carta de 15 de abril. «Al mismo tiempo, las políticas contraproducentes de nuestra nación han innecesariamente alienado a muchos en el hemisferio. La mejora de la vida del pueblo cubano y el fomento de los derechos humanos en Cuba avanzarán más a través de un mayor, y no de un menor, contacto entre los pueblos norteamericano y cubano».
Obama anunció su intención de garantizar a los cubanos residentes en Estados Unidos el derecho de viajar libremente a la Isla y de enviar dinero a sus familiares, así como de levantar las restricciones a las compañías de telecomunicaciones norteamericanas, con el fin de ayudar a un futuro cambio en Cuba.
Migraciones
Otra de las cuestiones sobre las que los obispos consideran necesario un cambio es la política migratoria, para lo que piden al presidente un mayor diálogo con las autoridades mexicanas.
Monseñor John Wester, obispo de Salt Lake City (Utah) y presidente del Comité episcopal sobre Migración, mostró la preocupación de los obispos sobre la situación de la migración entre México y Estados Unidos, poco antes de la visita de Obama al presidente Felipe Calderón, durante la cual se trató este tema, entre otros.
Según explicó monseñor Wester en una nota de prensa ese mismo día, ambas naciones se benefician de la situación actual, mientras que quienes son explotados son los propios inmigrantes.
Los Estados Unidos, afirmó, «reciben el beneficio de los inmigrantes y de los impuestos sobre su trabajo sin tener que preocuparse por la protección de sus derechos, ni en los tribunales ni en los lugares de trabajo. Cuando conviene, se les convierte en chivos políticos expiatorios – tanto retóricamente como de forma efectiva, a través de redadas en sus lugares de trabajo».
Pero también México gana, añadió monseñor Wester, refiriéndose a los 20.000 millones de dólares en remesas anuales, sin la necesidad de resolver la situación de los mexicanos en los peldaños más bajos de la escala económica.
«Lo que les queda es una política de ‘ir hacia el norte’, que expone a los ciudadanos mexicanos a los estragos de los traficantes, de los agentes de la ley corruptos, y la posibilidad de morir en el desierto», se lamentó monseñor Wester.
«Los perdedores en este juego de la globalización son los propios migrantes, que no tienen el poder político y son incapaces de defenderse de los inevitables abusos y la explotación, en un sistema que se aprovecha de su desesperación y les expropia de la ética en el trabajo».