No hay oposición entre creación y evolución

Aclara el escritor Giuseppe De Rosa S.J.

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SANTIAGO DE CHILE, domingo, 7 junio 2009 (ZENIT.org).- «Los hombres son orientados por Cristo hacia el reino de Dios como realización de la existencia humana y todos los seres vivos encuentran en Jesús su dirección y destino», afirma el redactor de la revista italiana «La Civiltà Cattolica», el padre Guiseppe De Rosa S.J., en artículo que reproduce en español el último número de Revista Humanitas de la Pontificia Universidad Católica de Chile (www.humanitas.cl).

     «Dios creó el mundo libremente, sin estar condicionado por absolutamente nada, por lo cual el mundo existe como Él lo deseo y lo desea y se mueve de acuerdo con las leyes que Él le dio libremente, siempre sostenido en su ser y su acción por la fuerza creadora de Dios», manifiesta.

     La afirmación que hace la fe cristiana con respecto al mundo es que todo cuanto existe, tanto en el campo de la materia como del espíritu, es creado libremente y por amor por Dios. «Por este motivo, también el proceso evolutivo se desarrolla en situación de absoluta dependencia de Dios y bajo su paterna y amorosa providencia».

     Según explica el redactor de La Civiltà Católica, «la creación es continua. Dios está siempre presente en el mundo y lo sostiene continuamente en su ser y su obrar con su providencia y su amor. Permite en todo caso que la vida en el mundo se desarrolle de acuerdo con la leyes que Él le dio, por lo cual el creador no sustituye la actividad de las causas naturales, permitiendo en cambio que éstas actúen de acuerdo a su propia naturaleza, recibida de Dios».

     De Rosa, por lo tanto, afirma que no existe una oposición entre creación y evolución, puesto que no se trata de evolución o creación, sino de creación y evolución. De esta manera, no estamos obligados a elegir entre una u otra.

      «¿Hacia qué fin apunta Dios Creador al guiar el proceso evolutivo?», se pregunta el autor, a lo que responde explicando que «la teología católica aborda esta pregunta diciendo que el objetivo de Dios es la creación de un mundo en evolución, al cual ha dado la capacidad de trascenderse y superarse a sí mismo y por tanto ir de lo menos perfecto a lo más perfecto, que ha sido el hombre».

     Y es que el hombre, dice, es por una parte material por lo que, como todos los seres materiales, desciende mediante la evolución de otro ser material, y por otra parte es espiritual, es decir, inteligente y libre, y por consiguiente capaz de trascender la materia.  

     De hecho, señala, únicamente el ser humano puede dar sentido al enorme esfuerzo creativo de la evolución de los seres vivos, «ya que en su cuerpo expresa y sintetiza, con toda su sabiduría, belleza y perfección, el universo material, y en su espíritu da sentido a la realidad material, en cuanto con su inteligencia descubre la riqueza, la perfección y la belleza, poniéndolas para la alabanza y gloria de Dios Creador y en beneficio de otros seres humanos con los descubrimientos científicos y las invenciones tecnológicas».   

     Indica así que no importa que el hombre no haya aparecido en el centro del universo o que descienda de otros seres vivos. Esto porque el espíritu trasciende a la materia porque es capaz, entre otras cosas, de pensar en la misma, evaluarla y modificarla.

     «Por consiguiente, en el proceso evolutivo de los seres vivos, Dios dio a la materia la capacidad de trascenderse a sí misma y dar así origen a formas de vida cada vez más complejas hasta llegar a los homínidos, dotados de características de extraordinaria complejidad, como la vertebralización, la homeotermia y la bipedia. En cambio, en la formación del hombre, en cuanto ser pensante, autoconsciente y libre, capaz de llevar a cabo actos no materiales, superiores a las capacidades transformadoras de la materia, Dios debió crear en el cuerpo de un homínido un alma espiritual», explica el autor.

     Finalmente, en su artículo, que fue publicado originalmente en La Civiltà Cattolica número 3726, y que se encuentra en la edición 54 de Revista Humanitas, Giuseppe De Rosa S.J. señala que con la creación del alma espiritual, el hombre se convierte en imagen de Dios y de esta manera, es Jesucristo el fin del proceso evolutivo, en donde el hombre encuentra su plena y definitiva realización.                

       

Por Francisco Javier Tagle 

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ZENIT Staff

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