“Purificar la memoria, servir a la verdad, pedir perdón”

Mensaje de los obispos vascos sobre los sacerdotes ejecutados en 1936-1937

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VITORIA, martes, 30 junio 2009 (ZENIT.org).- La catedral de Vitoria acogerá el próximo 11 de julio una celebración en memoria de los catorce sacerdotes que fueron ejecutados en los años 1936-1937 por los vencedores de la Guerra Civil.

Con el título “Purificar la memoria, servir a la verdad, pedir perdón”, los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria publicaron un mensaje sobre el tema este martes.
 
Los obispos vascos señalan que, con ocasión de la beatificación en Roma, el 28 de octubre de 2007, de 498 mártires del siglo XX en España, bastantes de los cuales eran originarios de estas diócesis, así como en otras ocasiones anteriores y posteriores, “se nos ha recordado que catorce sacerdotes -también de nuestras diócesis- fueron ejecutados en los años 1936 y 1937 por quienes vencieron en aquella contienda”.
 
Los prelados recuerdan que “no se hicieron por ellos los debidos funerales y en la mayor parte de los casos no se registró su muerte en el Boletín Oficial diocesano”.
 
Por ello, los obispos de las diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vitoria han escuchado la petición que se les ha dirigido, han reconocido las razones y han considerado oportuno cumplir este deber pendiente.
 
En consecuencia, se proponen realizar juntamente con sus comunidades diocesanas un ejercicio de “purificación de la memoria”.
 
Lo hacen siguiendo las orientaciones del Papa Juan Pablo II para nuestro tiempo, tratando de reforzar “nuestros pasos en el camino hacia el futuro, haciéndonos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al Evangelio”.
 
En primer lugar, en su mensaje, los obispos recuerdan los hechos.

“Han pasado más de siete décadas desde la trágica ruptura de la convivencia originada por la Guerra Civil, con efectos dolorosos en la entonces única diócesis de Vitoria, presidida por monseñor Mateo Múgica, a quien recordamos ante el Señor, honrando su memoria», explican.

«Sirvió a la diócesis de Vitoria como su obispo en una complicada situación que le proporcionó innumerables trabajos y sufrimientos», destacan.

«Aquella contienda provocó muchos muertos, desaparecidos, encarcelados y desterrados», prosigue el mensaje.

«La comunidad eclesial no fue en absoluto ajena al sufrimiento: a numerosos laicos, religiosos y presbíteros les fue arrebatada la vida; muchos otros sufrieron represalias y pérdidas irreparables», destaca.

Concretamente, «fueron más de setenta los sacerdotes y religiosos ejecutados en la diócesis de Vitoria, en los territorios controlados por uno u otro bando”.
 
“Centenares de personas fueron ejecutadas, víctimas de odios y venganzas”, subrayan los obispos.
 
Recordándolas a todas, la declaración «pretende traer de modo especial a la memoria a aquellos presbíteros que, habiendo sido ejecutados por los vencedores, han sido relegados al silencio».

Sus nombres son Martín Lecuona Echabeguren, Gervasio Albizu Vidaur, José Adarraga Larburu, José Ariztimuño Olaso, José Sagarna Uriarte, Alejandro Mendicute Liceaga, José Otano Míguelez, C.M.F., José Joaquín Arín Oyarzabal, Leonardo Guridi Arrázola, José Marquiegui Olazábal, José Ignacio Peñagaricano Solozabal, Celestino Onaindía Zuloaga, Jorge Iturricastillo Aranzabal y Román de San José Urtiaga Elezburu, O.C.D.
 
Los obispos vascos afirman que “no contaron con una celebración pública de exequias”.
 
Así mismo, en el Boletín Oficial y en el registro diocesano de sacerdotes fallecidos solamente constan los nombres de los dos primeros, ejecutados antes de la salida forzosa de la diócesis del obispo Mateo Múgica.

Tampoco figuran como fallecidos en los libros parroquiales correspondientes.
 
Los hechos mencionados, indican los obispos vascos, “nos interpelan a nosotros y a nuestras comunidades diocesanas”.
 
Por ello, hacen una serie de consideraciones. En primer lugar, desean “prestar un servicio a la verdad, que es uno de los pilares básicos para construir la justicia, la paz y la reconciliación”.
 
“No queremos reabrir heridas, sino ayudar a curarlas o a aliviarlas–añaden–. Queremos contribuir a la dignificación de quienes han sido olvidados o excluidos y a mitigar el dolor de sus familiares y allegados”.
 
Expresan su deseo de “pedir perdón e invitar a perdonar”.

“De ninguna manera pretendemos erigirnos en jueces de los demás –destacan–, sino reconocer ante Dios nuestras limitaciones en el pasado y en el presente. 

«Sabemos que ‘por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aun sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido’”, indican.
 
Al pedir perdón, señalan, “la Iglesia se dirige, ante todo, a Dios, fuente de la vida y de la paz.

«A Él le pedimos ‘la luz y la fuerza necesarias para saber rechazar siempre la violencia y la muerte como medio de resolución de las diferencias políticas y sociales’ –concluyen–. Que Él perdone nuestras ofensas y nos enseñe así a perdonar a los que nos ofenden”.
 
Los obispos vascos han propuesto diversas acciones en este sentido.
 
En primer lugar, la celebración de un funeral conjunto, con mención y reconocimiento especial de quienes en su día no lo tuvieron.

El acto, que estará presidido por todos los obispos vascos, tendrá lugar el sábado 11 de julio en la Catedral Nueva de Vitoria a las doce del mediodía.

A esta celebración está invitado todo el pueblo de Dios y, particularmente, los familiares de las víctimas y los presbíteros de esas diócesis.
 
En segundo lugar, está prevista la publicación de una reseña en el Boletín Oficial de cada diócesis que recoja los datos de la vida y muerte de quienes fueron ignorados.
 
Y finalmente, se incluirán sus nombres en los registros diocesanos de sacerdotes fallecidos y en los libros parroquiales correspondientes.
 
Los obispos vascos concluyen su mensaje afirmando que “purificando la memoria; sirviendo a la verdad; pidiendo, ofreciendo y acogiendo el perdón, queremos mirar al pasado para aprender a construir un presente y un mañana nuevos”.
 
Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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