Un párroco cuenta las alegrías y dolores de ser sacerdote hoy

El padre Luigi Pellegrini, de Santa Rita en Viareggio

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ROMA, viernes, 11 septiembre 2009 (ZENIT.org).- Según el Anuario Estadístico de la Iglesia (edición 2008) hay 407.262 sacerdotes en el mundo. De ellos, una gran parte desempeña la tarea de párroco y guía, aconseja, asiste, educa a comunidades locales de personas y familias.
 
Su papel tiene un aspecto religioso, social y civil insustituible. Y sin embargo una cierta cultura secularizada ataca, critica y trata de desacreditar a los párrocos y sacerdotes.
 
En este contexto y en pleno Año Sacerdotal, ZENIT ha entrevistado a Luigi Pellegrini, párroco desde el año 2000 de la parroquia de Santa Rita en Viareggio (12.000 habitantes), Italia.
 
Nacido en Camaiore (LU) el 17 de marzo de 1966, don Luigi se licenció en Teología Espiritual en el Instituto Pontificio «Teresianum» de Roma, en 1997, y está inscrito en el mismo Instituto en el doctorado en Teología Espiritual. Profesor en la Escuela Teológica para Laicos, imparte cursos sobre la Eucaristía para seminaristas en el Estudio Teológico Interdiocesano de Camaiore.
 
Su parroquia es una de las que más fieles atrae en Viareggio y es promotora de innumerables encuentros de alto nivel espiritual y cultural.
 
–En un mundo que parece cada vez más secularizado, ¿cómo explicaría las razones que mueven a muchas personas a seguir la vocación al sacerdocio?
 
–Don Luigi: En el momento en el que, en tu vida, la fe no se queda en algo externo sino que te interpela concretamente, crece en ti el entusiasmo de poder hacer de ella una respuesta de vida. Nuestra religión te pone frente a un encuentro personal, concreto y capaz de llenarte la existencia.
 
Es verdad, hoy el mundo está bien organizado para llevar a los corazones hacia otras perspectivas y a menudo logra confundir y debilitar, pero todo esto a algunos, en un cierto momento de la vida, ya no les basta. Encuentras a Jesús, lo conoces y en el momento en que respondes sí, la alegría que otros ámbitos te habían prometido, se hace real y por tanto verificable en tu vida diaria.
 
Quizá también nosotros, como Iglesia, hemos perdido muchas ocasiones de dirigir a los hombres hacia la dimensión espiritual de la vida. El Espíritu sin embargo a través de sendas sencillas, sabe de todos modos llevar los ánimos a volver a buscar a Dios y experimentar que el amor por El no es una utopía sino que se hace verdadero sentido de la vida.
 
–¿Cómo se produjo su llamada?
 
–Don Luigi: Tuve el gran don de una familia cristiana, pobre de cosas materiales pero rica de humanidad. Mis padres fueron capaces de acompañarme en el descubrimiento de las realidades de Dios no con muchas palabras, sino con los hechos y la profundidad de una fe sencilla, concreta y por ello todavía más incisiva. Nací el 17 de marzo de 1966, después de doce años de matrimonio de mis padres, en el año en el que, debiendo afrontar un primer tumor de mi padre, pensaban en otra cosa que en tener a toda costa un hijo.
 
Justo en el periodo menos esperado el Señor me llamó a la vida. Ellos sin posibilidades económicas, preocupados por tener que mantener también a un hijo, además de pagar el alquiler de la casa, no se rindieron y, tenazmente y con gran dignidad y fe, lograron afrontar también aquel momento.
 
A los diez años murió mi padre y a los 14 años entré en el seminario menor de Lucca. ¿Por qué a esa edad? Tenía que dejar mucho de lo que en aquel momento era importante para mí: mi madre, que se quedaba sola, mi parroquia en la que desempeñaba diversas actividades, amigos…
 
Recuerdo aún de modo claro que sentía tener que decir «sí» a una llamada que me había ayudado a discernir la oración de aquella edad, los grupos vocacionales de aquellos años, así como el entusiasmo de sentir que mi parroquia me pertenecía y yo formaba parte de ella.
 
No puedo decir que nadie me condicionara, al contrario, pensando de nuevo sobre ello me propuse prestar mucha atención para seguir las eventuales vocaciones que el Señor pusiera en mi camino.
 
Cada año que pasaba, sentía crecer la alegría del acercarme al sacerdocio; no fue todo fácil, crecía en edad y al mismo tiempo también mi espiritualidad se transformaba, adquiriendo mayor conciencia respecto a una entrega de la vida que debía ser cada vez más total y definitiva. Estaba muy impaciente.
 
Creo cada vez más que el Señor me llamó a esta vocación no porque sea mejor o caracterizado de especiales dones, sino más necesitado que otros de un camino y una respuesta fuerte que debe ser reconfirmada cada día, para poderme salvar verdaderamente. El don de la vocación se convierte en una protección y apoyo a la propia debilidad.
 
–Ser párroco hoy, especialmente en una ciudad como la suya, donde durante decenios ha predominado la ideología anticlerical, no es fácil. ¿Cuáles son las mayores dificultades para difundir el Verbo de Cristo?
 
–Don Luigi: Debo subrayar que, por cuanto la ciudad de Viareggio pueda parecer inmersa en el mar y en el carnaval, y por muchos aspectos lo está, concentrada en aspectos efímeros, doy gracias de verdad cada día al Señor por mi experiencia de párroco (18 años, en cinco contextos diversos) en esta ciudad.
 
He conocido a hombres y mujeres que a través de caminos diversos de formación espiritual, han hecho del Señor y de la vida de la Iglesia el verdadero sentido de su vida. A menudo los laicos han sido para mí en estos años promotores de iniciativas y experiencias espirituales que se han manifestado luego importantes para toda la comunidad. Me he acercado al mundo del espacio parroquial juvenil, descubriendo en él un estilo que me ha ayudado a crecer como sacerdote. Una comunidad con frecuencia abierta, donde alguien te acoge y está dispuesto a hacer contigo parte del camino hacia el Reino.
 
También la realidad de los movimientos y de los laicos pertenecientes a caminos formativos y comunidades eclesiales, me han hecho conocer a hombres, mujeres y jóvenes que han hecho del anuncio del Evangelio y del propio testimonio en el mundo, el significado de su vida.
 
En estos años he comprendido que nosotros los sacerdotes no podemos encerrarnos en nuestro modo de ver la Iglesia y el mundo. Los hombres, así como nuestra vocación, necesitan radicalidad, una fuerte dimensión espiritual y formación.
 
Es verdaderamente peligroso, como sacerdotes, convencernos de que tenemos derecho a una vida privada nuestra, a un pequeño grupo nuestro de seguidores fidelísimos, y organizar una pastoral que no nos incomode. Lo que siempre me ha ayudado es el entusiasmo de poder, como párroco, moverme, promoviendo una comunidad que sirva al hombre, sobre todo porque estoy convencido de que Jesús es la verdadera respuesta a la pregunta del sentido verdadero de la vida del hombre.
 
La dificultad más grande es deber explicar a menudo con quien te encuentras el significado verdadero del ser cristianos católicos: es decir, la cercanía a los sacramentos, Eucaristía dominical, escucha auténtica de la Palabra de Dios, oración, unidad con el Papa, sobre todo cuando comprendes que sus diversos puntos de vista derivan de la amistad con un sacerdote.
 
En esos casos, siempre suponiendo que pueden haber entendido mal, trato de explicar la belleza y la necesidad del encuentro físico y real con Jesús, alimento de Vida, que podemos experimentar y donar unidos a la Iglesia.
 
–Pocos, incluso aquellos que más la frecuentan, conocen y reflexionan sobre la importancia social de la parroquia y de los párrocos. ¿Podría explicarnos cómo influyen las actividades parroquiales en la educación de los jóvenes y en la vida social de las familias y de la comunidad local?
 
–Don Luigi: Creo que podríamos tener todavía la oportunidad de una gran incidencia en la comunidad social como parroquias. Lo experi
mento hoy día, teniendo una parroquia de 12.000 habitantes… ¡cuántos encuentros y experiencias de vida difíciles! A menudo muchos, aunque poco practicantes y según ellos poco creyentes, siguen refiriéndose a nosotros sacerdotes y a nuestras comunidades. Ciertamente debemos subrayar que hoy como Iglesia tenemos menos incidencia en las estructuras sociales, pero como parroquias, podemos más que nunca volver a presentarnos como lugares de encuentro para familias e individuos para colaborar todos en hacer que nuestro mundo sea mejor.
 
No debemos desanimarnos si muchos nos consideran todavía como «distribuidores» de sacramentos a la carta. De todos modos, incluso esas son oportunidades para encontrarse e intentar una inversión de rumbo en su pensar.
 
No podemos permitirnos quedarnos atrás, esperando que algo cambie, seguros del hecho de que la gente no entiende. A menudo construimos una pastoral que quita tradiciones, ocasiones de encuentro, adoración, misas, confesión, devoción a María; en sustitución de todo ello proponemos el «vacío» o alguna iniciativa que puede ser manipulada políticamente, quizá no del todo en línea con el Santo Padre. Ciertamente, así el sacerdote tiene más tiempo libre para sí y para los pocos con los que se rodea, pero pierde la belleza de entregarse totalmente, experimentando en todo ello la alegría de la propia vocación y la identidad verdadera del propio sacerdocio.
 
–¿Cuáles son los momentos difíciles para la vida de un párroco? ¿Y cuáles los de  mayor satisfacción?
 
–Don Luigi: Es difícil hoy sobre todo hacer comprender el valor de la perseverancia en las decisiones de la vida y en el camino de fe. Resulta difícil acercarse a quienes, como los padres, tienen responsabilidad educativa. Mientras todavía resiste el voluntariado, es cada vez más difícil poder tener disponibilidad para la formación y la catequesis por parte de los adultos. Es muy difícil proponer y educar a los niños y jóvenes en la dimensión de la escucha, de la meditación, del sacrificio y del respeto a las personas y a las cosas. Es el gran desafío de hoy, no sólo en los ámbitos religiosos, si queremos pensar en un mundo mejor.
 
No faltan ciertamente ocasiones de gran satisfacción para un sacerdote: empezando por cada Eucaristía, que incluso aunque celebre varias el domingo, cada vez es un gran don de gracia que nos permite experimentar especialmente la unión al sacrificio de Cristo y la posibilidad cada domingo de encontrar, rezando por ellos, a todos aquellos que el Señor nos ha confiado. La otra gran oportunidad es estar a disposición de todos en el sacramento de la Reconciliación. Dios nos ha elegido precisamente a nosotros para manifestar su amor y su misericordia.
 
Otro momento de especial gracia es cuando podemos compartir con muchos hermanos y hermanas su conversión: el paso de la lejanía a compartir la alegría de su verdadero renacimiento. Experimentar la cercanía con quien sufre no como simples profesionales que reproducen frases prefabricadas, sino la capacidad para compartir que te ayuda la vivencia la entrega total a Dios.

Otra oportunidad de gran alegría es cuando alguien siente poder decir «sí» a la llamada del Señor a la propia vocación (en los últimos seis años un seminarista y dos novicias han sido un ulterior motivo de alegría en mi vida sacerdotal).
 
–Si tuviera que explicar a un joven la belleza del sacerdocio, ¿que le diría?
 
–Don Luigi: Antes que nada, estar seguro de que tal llamada no es por sus méritos sino porque constatas un amor especial de Jesús. Cuando esto lo experimentas como invitación, no puedes seguir permaneciendo indiferente.
 
Luego, los años de estudio y de formación son una ocasión para conocer a Aquél por el que das la vida y que te hace más seguro de convertirte en anunciador no de tus verdades, sino de la única Verdad que puede salvar a toda la humanidad. Cuando sientes que es verdad para ti, nada te puede detener y por tanto la característica incluso espontánea de un joven se vuelve hacia los otros. Lo que luego te refuerza y confirma tu decisión es descubrir la presencia de María y la intercesión especial de toda la Iglesia del cielo que, a través de los escritos de los santos y su testimonio de vida, te ayuda a crecer en la dimensión espiritual y en la oración.
 
Y, por último y no por importancia, recomendaría sentir intensamente la unidad con el Papa, que dirige y da significado a nuestro sacerdocio, convirtiéndose en signo de unidad con Cristo y entre nosotros. Quiero tratar, de modo especial, también otro aspecto de la vida sacerdotal: el celibato. Puede parecer que limite el amor y quizá que reduzca las vocaciones. No es así. Puedo comprender que esto lo diga quien no vive la experiencia de la Iglesia, pero me resulta difícil de comprender que tales afirmaciones puedan derivar de nuestros contextos.
 
Siento poder testimoniar por el contrario que es un don grande que la Iglesia católica tiene para los propios sacerdotes. Es la consecuencia natural de una consagración, enriquece la propia elección en la totalidad de la entrega y se convierte cada vez más en un reclamo constante para todos hacia las realidades del cielo.
 
¡Qué verdad es que la exclusividad de la propia vida por el Señor no te quita nada sino que te enriquece! Afirmar lo contrario empobrece el valor sacrificial de nuestro ser sacerdotes.
 
–¿Cuáles son las iniciativas culturales y religiosas que propondría para reforzar la identidad y la fraternidad sacerdotal?
 
–Don Luigi: Dar a los sacerdotes ocasiones para afirmarse en la fe a través del intercambio de experiencias, no para juzgar al otro sino para enriquecerse mutuamente, de manera que se crezca en la amistad y en la estima recíproca. Por ejemplo aprovechar la gran ocasión que nos ha ofrecido en este año Benedicto XVI, a través del Año Sacerdotal.
 
Debería introducirnos a todos, ayudados por los obispos, en el redescubrimiento de la propia identidad de hombres y de llamados. Redescubrir la esencialidad de una vida entregada totalmente, sin componendas, siempre orientados a reconocer la benevolencia de Dios y por esto capaces de renovar a Jesús, sin temor, el propio amor.
 
No creo para nada que el sentido de nuestro ser sacerdotes haya que buscarlo en el vivir sólo lo que resulta sencillo, fácilmente aceptado por todo el mundo, sino que debemos hacer crecer nuestra pertenencia a la Iglesia, que nos ha acogido, nos ha formado, nos manda a través de los obispos, sigue vigilando, dirigiendo y corrigiendo eventuales visiones nuestras menos católicas y demasiado personales.
 
La Iglesia es madre y en la Iglesia local debo experimentar que no estamos solos sino que compartimos y afrontamos los eventuales desafíos del mundo de hoy.
 
Por Antonio Gaspari

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ZENIT Staff

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