Surcos de esperanza en la tierra del hambre

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

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OVIEDO, sábado, 13 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha enviado esta semana monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y Jaca.

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Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.

Siempre ha habido hambre y hambrientos en el mundo. Tanto es así que el primer mundo, pagado de sí mismo tantas veces, se acostumbró a ver el tercer y cuarto mundo -el de la penuria más terrible- como parte de un paisaje inevitable. Entonces, se echaban unas monedas en la hucha del cepillo de la hipocresía, y con una pequeña cantidad de sobrante opulento, se paliaba simbólicamente no tanto el hambre, que seguía siendo hirientemente real para tantas personas, sino la mala conciencia.

La denuncia puede ser tan osada como estéril, si no implica al propio corazón, al propio bolsillo, en una conversión real por amor a Dios hacia quienes tienen menos, mucho menos, de modo inculpable y misterioso. Una denuncia que no empieza y termina en la barricada o la trinchera, sino que sabe conciliar la fe, la caridad, la creatividad, la audacia, la esperanza y la misericordia.

Así ocurrió hace cincuenta y un años, cuando un grupo de mujeres de Acción Católica crearon la Asociación Manos Unidas. Decidieron decir basta al hambre como lacra terrible de nuestro mundo moderno, planetario, cibernético y espacial. Ya el beato Juan XXIII, aquel Papa bueno, dejó dicho que convocaba el Concilio Vaticano II porque la Iglesia estaba llamada a ser como otras veces en la historia de la humanidad una instancia crítica y misericordiosa a la vez. Reconocía Juan XXIII que junto a los avances indudables en el campo científico y técnico, no se había crecido ni evolucionado a la par en el terreno moral y humano. Un mundo de contrastes, donde grandes avances conviven con incompresibles retrocesos. Entonces el Papa dijo que la Iglesia debía volver a inyectar en las venas de la humanidad la savia del Evangelio.

Esto hicieron las mujeres de Manos Unidas: declarar la guerra al hambre. Iniciaron una obra encaminada a remediar las tres hambres que afligen al mundo: «hambre de pan, hambre de cultura y hambre de Dios». Esto es lo que distingue ya desde el inicio a Manos Unidas de tantas otras ONG no cristianas, estas tres hambres para las cuales reparten con amor ese Pan que es el mismo Dios hecho gesto de caridad, saciando el hambre material, quitando la hambruna ignorante y la de la indiferencia o lejanía del Señor.

Comenzaron con una iniciativa que por su inocencia indefensa casi daba que pensar: un ayuno y una colecta, es decir dos gestos por los que se podía participar por unos instantes en la realidad de las personas a las que se quería llegar, sentir su hambre impuesta ayunando voluntariamente, y compartir la comunión los bienes en la entrega de una limosna fraterna.

«Contra el hambre, defiende la tierra» es el lema que se ha escogido este año. Dios mismo quiso sembrar en el surco de la tierra que nos dio los recursos que nos permitan vivir dignamente. Pero si maltratamos esa «hermana madre tierra», como decía San Francisco, cultivando los egoísmos que Dios no plantó, entonces impondremos un barbecho empobrecedor a los demás mientras a costa de los pobres vallamos nuestra reserva privada de bonsáis insolidarios. Defender la tierra es defender lo que para todos el Señor nos dio, de modo que la vida de los nacidos pueda crecer con dignidad, con libertad y esperanza, sin sucumbir por el hambre de pan, de cultura o el hambre de Dios.

El Señor os bendiga y os guarde.

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ZENIT Staff

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