SYDNEY, viernes, 19 de febrero de 2010 (ZENIT.org) La cofundadora de las Religiosas de San José, sierva de los pobres y analfabetos, Mary MacKillop (1842 – 1909), será canonizada el próximo 17 de octubre.
Así lo confirmó esta mañana el Papa Benedicto XVI tras el consistorio que se celebró en la Santa Sede donde se estableció la fecha de canonización de seis beatos.
“Es un momento especial no sólo para las hermanas sino también para Australia y para la Iglesia universal”, dijo la hermana Anne Derwin, superiora de esta comunidad.
“Mary ha sido reconocida verdaderamente santa y una de las auténticas heroínas australianas”, agregó la religiosa.“Era una mujer adelantada respecto a su tiempo, era audaz y tenaz, no dejaba que nada le impidiera su cuidado por los demás”.
De la excomunión a la canonización
Mary MacKillop, nació en Melbourne, una ciudad ubicada en el sur oriente de Australia en 1842, en el seno de una familia que había emigrado de Escocia.
En su adolescencia tuvo que trabajar para poder ayudar a sostener a su familia, hecho que enfrentó con profunda madurez y abnegación.
En un pequeño pueblo llamado Penola encontró en un colegio elemental católico donde conoció al párroco local J. E. Tenison-Woods quien desde hace tiempo soñaba con fundar una nueva orden religiosa. Con el nuevo hombre de Mary of the Cross, Mary se convirtió así en el primer miembro de la entonces naciente comunidad de las Sisters of St Joseph of the Sacred Heart.
“En el vasto continente australiano, la beata Mary MacKillop no se dejó vencer por el gran desierto, ni por las inmensas distancias del interior ni por el vacío espiritual que tenían tantos de sus compañeros en la ciudad”, dijo el Papa Juan Pablo II durante su beatificación en enero de 1995 celebrada en el hipódromo de Randwick en Sydney.
Su extraordinaria obra educativa le despertó los celos de muchas personas, incluso dentro de la Iglesia, y llevaron a que el obispo de Adelaida dictara su excomunión.
Mary respondió con obediencia aunque aseguraba que esta represión era “peor que una condena a pena de muerte”. El mismo obispo reconoció su grave error con humildad y la volvió a acoger en la comunión con la Iglesia.
La futura santa murió el 8 de agosto de 1909. En el momento había 109 casas organizadas por 650 hermanas que enseñaban a 12.400 niños en 117 escuelas en Australia y Nueva Zelanda.
Hoy son más de mil religiosas que siguen viviendo su espíritu con el lema: «Nunca dejar una necesidad sin hacer algo para remediarla». Están presentes en casi toda Australia así como en Nueva Zelanda, Irlanda, Perú, Escocia y Brasil
Apreciada por el Papa
Benedicto XVI durante su viaje a Australia, donde se celebró la Jornada Mundial de la Juventud de 2008, tuvo siempre muy en cuenta la figura de Mary MacKillop.
Poco antes, en la ceremonia de bienvenida que le concedieron las autoridades australianas en el palacio del Gobierno de Sydney, el Papa presentó a la futura santa como «una de las figuras eminentes de la historia de este país».
El Pontífice visitó su tumba donde tuvo la oportunidad de rezar y aseguró a la superiora de las hermanas de san José que «un día será canonizada, estamos esperando un milagro».
Dicho milagro fue aprobado mediante un decreto firmado el pasado 19 de diciembre. Se trata de la curación de cáncer de una mujer cuyo nombre ha preferido que se mantenga en reserva: “Es una noticia maravillosa”, dijo al enterarse de su canonización. “Estoy muy agradecida con Mary MacKillop y la influencia que ha tenido en mi vida”, aseguró.
Benedicto XVI resaltó, durante su viaje a Sydney «su perseverancia (de Mary MacKillop) frente a la adversidad, sus intervenciones para defender a cuantos eran tratados injustamente y su ejemplo concreto de santidad” los cuales “han llegado a ser fuente de inspiración para todos los australianos».
«Generaciones de australianos tienen motivos para agradecer a ella, a las Religiosas de san José del Sagrado Corazón y a otras congregaciones religiosas la red de escuelas que han fundado aquí, así como también el testimonio de la vida consagrada», dijo el Papa en uno de sus discursos.
Por Carmen Elena Villa