CIUDAD DEL VATICANO, lunes 22 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió el pasado sábado 20 de febrero a los dirigentes y personal de la Aviación Civil y de la Asistencia en Vuelo italiana, al recibirles en audiencia en el Aula Pablo VI.
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Queridos hermanos y hermanas,
estoy contento de acogeros y de dirigiros mi bienvenida cordial a todos vosotros, que representáis al variado mundo de la aviación civil italiana. Saludo con deferencia a las autoridades civiles y militares, con un pensamiento especial para el señor Ministro de Infraestructuras y Transportes, el senador Altero Matteoli, y al profesor Vito Riggio, presidente del ENAC (Ente Nazionale per l’Aviazione Civile), a quien agradezco por las corteses palabras que me ha dirigido. Saludo al doctor Gianni Letta, Subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros, que ha querido presenciar este importante encuentro. Dirijo finalmente mi pensamiento a los dirigentes y a todos los operadores del ENAC, del ENAV (Società Nazionale per l’Assistenza al Volo) y de las demás realidades que componen el sistema de la aviación civil.
Durante el último siglo, las fronteras de la movilidad se han ampliado enormemente con el uso cada vez más frecuente del avión. Los cielos representan hoy de manera creciente las que podríamos llamar las “autopistas” de la viabilidad moderna y, en consecuencia, los aeropuertos se han convertido en encrucijadas privilegiadas de la aldea global; en ellos, cada día, como se ha recordado, transitan millones de personas. A vosotros y a la realidad que representáis se confía la gestión y la organización, cada vez más compleja, de este punto de encuentro de la vida contemporánea y de la comunicación entre personas y pueblos. Se trata de un trabajo a menudo discreto y poco conocido, que no siempre viene observado por los usuarios, pero que no escapa a los ojos de Dios, que ve el trabajo del hombre, aunque esté escondido (cfr Mt 6,6).
¡Las tareas a vosotros confiadas son verdaderamente notables! Estáis llamados a regular y controlar el tráfico aéreo y a proveer a la eficiencia del sistema nacional de transportes, en el respeto de los compromisos internacionales del país; a garantizar a los usuarios y a las empresas la seguridad de los vuelos, la tutela de los derechos, la calidad de los servicios en las escalas y la misma competitividad en el respeto del medio ambiente. En tantas múltiples tareas, es importante recordar que, en cada proyecto y actividad, el primer capital que hay que salvaguardar y valorar es la persona, en su integridad (cfr C. enc. Caritas in veritate, n. 25). Ésta, de hecho, debe constituir el fin y no el medio, al que tender incesantemente. San Ambrosio nos recuerda que “el hombre es el culmen y casi el compendio del universo, y la suprema belleza de la creación” (Exameron IX, 75). El respeto de estos principios puede parecer particularmente complejo y difícil en el contexto actual, con motivo de la crisis económica, que provoca efectos problemáticos en el sector de la aviación civil, y por la amenaza del terrorismo internacional, que tiene en el punto de mira también a los aeropuertos y los aviones para llevar a cabo sus propias tramas subversivas. También en esta situación, es oportuno no perder nunca de vista que el respeto de la primacía de la persona y la atención a sus necesidades no solo no hacen menos eficaz el servicio y no penalizan la gestión económica, sino que al contrario, representan importantes garantías de verdadera eficiencia y de auténtica calidad.
El aeropuerto de hoy parece cada vez más un espejo del mundo y un “lugar” de humanidad, donde se encuentran personas de diversas nacionalidades, culturas y religiones. Por las aeroestaciones pasan cada año millones de pasajeros para dirigirse a sus lugares de vacaciones o de trabajo, para ver a sus familiares con los que compartir momentos difíciles y dolorosos. Muchos utilizan el avión para realizar una peregrinación en búsqueda de momentos de espiritualidad y de encuentro con Dios. En estos años, el aeropuerto se ha convertido en un lugar donde emigrantes y prófugos viven situaciones de espera, de esperanza y de temores por su futuro. Además, se revela cada vez más consistente la presencia de niños y ancianos, minusválidos y enfermos, necesitados de cuidados y atenciones especiales. En las últimas décadas, también para el Sucesor de Pedro, el avión se ha convertido en un instrumento insustituible de evangelización. ¿Cómo no recordar aquí el espacio que han tenido los aeropuertos y los aviones en los Viajes apostólicos realizados por mí y por mis venerados Predecesores? ¡No puedo sino agradeceros a todos por este precioso servicio!
La Iglesia, además, reserva para el mundo de la Aviación civil un particular cuidado pastoral. De hecho, como recordaba el Venerable papa Juan Pablo II pensando precisamente en vuestro ambiente tan variado y complejo: “cuánto se desea … encontrar un rostro amigo, escuchar una palabra serena, recibir un gesto de cortesía y de comprensión concreta» (Homilía en el Aeropuerto de Fiumicinio, 10 de diciembre de 1991). A tales exigencias la Comunidad cristiana responde con el servicio de las Capillas y de los Capellanes de los Aeropuertos, dirigido principalmente al personal de vuelo y de tierra, al de policía, aduanas y seguridad, y al personal médico y paramédico, pero también a todos aquellos que pasan por os aeropuertos. Esta presencia recuerda que cada persona tiene una dimensión trascendente, espiritual, y ayuda a reconocerse como una sola familia, compuesta por sujetos que no están sencillamente uno junto a otro, sino que, poniéndose en relación con los demás y con Dios, llevan a cabo una solidaridad fraterna fundada en la justicia y en la paz (cfr C. enc. Caritas in veritate, nn. 53-54).
Queridos amigos, el 24 de marzo de 1920 mi predecesor Benedicto XV, de venerada memoria, coronando el deseo de algunos pioneros de la aviación, proclamaba a la Beata Virgen de Loreto Patrona de todos los aeronautas, con referencia al arcángel Gabriel, que bajó del cielo para llevar a María el “alegre anuncio” de la “Divina Maternidad” (Lc 1,26-38) y a la devota tradición ligada a la Santa Casa. A la Virgen Lauretana confío vuestro trabajo y cada una de vuestras iniciativas. Que ella os ayude a buscar siempre en cada cosa “el reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33). Que os acompañe la Bendición Apostólica, que imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestros seres queridos.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]