Existe el elixir de la vida, asegura Benedicto XVI

En la «madre de todas las vigilias», lo administra a cinco adultos y un niño ruso

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 4 de abril de 2010 (ZENIT.org).- El elixir de la vida o de la inmortalidad, que desde tiempos inmemorables busca la humanidad, existe, aseguró Benedicto XVI en la vigilia pascual, es el Bautismo.

Y el pontífice, en la «madre de todas las vigilias», administró esta panacea, buscada durante siglos por los alquimistas, a seis catecúmenos, cuatro mujeres (dos de Albania, una de Somalia y una de Sudán), un japonés, y un niño ruso de cinco años.

«Sí, esta hierba medicinal contra la muerte, este fármaco de inmortalidad existe –aseguró el Papa en su homilía–. Se ha encontrado. Es accesible. Esta medicina se nos da en el Bautismo».

«Una vida nueva comienza en nosotros, una vida nueva que madura en la fe y que no es truncada con la muerte de la antigua vida, sino que sólo entonces sale plenamente a la luz», añadió el Santo Padre.

La Vigilia Pascual o «Lucernario» comenzó a las 21.00, en el atrio de la Basílica de San Pedro, con la bendición del fuego y la iluminación del cirio pascual.

Durante la homilía, en medio del profundo silencio de los fieles que llenaban el templo levantado sobre la tumba del apóstol Pedro, el pontífice explicó por qué el bautismo es el elixir de la vida.

«También hoy los hombres están buscando una sustancia curativa de este tipo –aclaró–. También la ciencia médica actual está tratando, si no de evitar propiamente la muerte, sí de eliminar el mayor número posible de sus causas, de posponerla cada vez más, de ofrecer una vida cada vez mejor y más longeva».

Ahora bien, preguntó: «¿qué ocurriría realmente si se lograra, tal vez no evitar la muerte, pero sí retrasarla indefinidamente y alcanzar una edad de varios cientos de años? ¿Sería bueno esto? La humanidad envejecería de manera extraordinaria, y ya no habría espacio para la juventud. Se apagaría la capacidad de innovación y una vida interminable, en vez de un paraíso, sería más bien una condena».

«La verdadera hierba medicinal contra la muerte debería ser diversa. No debería llevar sólo a prolongar indefinidamente esta vida actual. Debería más bien transformar nuestra vida desde dentro. Crear en nosotros una vida nueva, verdaderamente capaz de eternidad, transformarnos de tal manera que no se acabara con la muerte, sino que comenzara en plenitud sólo con ella», afirmó.

«Sí –concluyó–, la hierba medicinal contra la muerte existe. Cristo es el árbol de la vida hecho de nuevo accesible. Si nos atenemos a Él, entonces estamos en la vida».

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ZENIT Staff

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