CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 18 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Dos años después de su muerte, el sábado 19 de abril de 2008, a los 72 años de edad, vuelven a resonar las palabras del cardenal Alfonso López Trujillo, en esta entrevista póstuma en la que analizó su vida, así como la historia y el papel del Consejo Pontificio para la Familia.
El purpurado, que había nacido en Villahermosa, Colombia (diócesis de Líbano-Honda) el 8 de noviembre de 1935, había concedido esta entrevista al doctor Juan Manuel Estrella, inédita hasta hoy a causa del fallecimiento.
Nombrado arzobispo de Medellín (1979), en 1983 fue creado cardenal por Juan Pablo II y elegido presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) desde 1979 hasta 1983. El resto de su vida él mismo la cuenta en esta entrevista que ahora publica ZENIT.
–¿Cómo y porqué, a los pocos años de haber sido elegido Sucesor de Pedro, el Siervo de Dios Juan Pablo II instituyó el Consejo Pontificio para la Familia?
–Cardenal López Trujillo: El día del atentado, en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II había erigido el Consejo Pontificio para la Familia, en la mañana. Por eso he dicho que nuestro Consejo tuvo como un bautismo de sangre. Su creación fue, sin duda, un fruto claro del Sínodo de la Familia y concretamente de la Exhortación apostólica Familiaris consortio que fue la primera que elaboró con base en las proposiciones sinodales y que, muy enriquecida, representó una especie de Carta Magna no sólo sobre la familia sino sobre nuestro Consejo. Vale la pena recordar que el cardenal Joseph Ratzinger fue el Relator General. Podríamos decir que fue el primer trabajo «en equipo» entre Juan Pablo II y el hoy Benedicto XVI. Yo tuve el honor de ser elegido como uno de los relatores de los círculos menores, concretamente del hispano-lusitano y trabajé estrechamente con él.
El dicasterio para la Familia nació del Consejo para los Laicos, en el cual ocupaba una Comisión a la cual perteneció el cardenal Karol Wojtyla, muy experimentado en este tema, tanto en lo teológico como en lo pastoral, en calidad de arzobispo de Cracovia. Tenía un Instituto para la Familia que funcionaba en el mismo palacio arzobispal y que daba cursos sobre todo desde el mes de abril, aprovechando la primavera y parte del verano.
Nuestro Consejo, pues, estaba en germen y en gestación. Es tan fundamental la cuestión del matrimonio y de la familia y tal su definida importancia para la sociedad que rebasaba las posibilidades y límites del Consejo para los Laicos. Su campo propio, a tono con la Familiaris consortio, es inmenso: la familia y la vida. Son muchos los temas que le confía el Sucesor de Pedro y hizo el primer lanzamiento público, ad extra, de cara al mundo, a los pueblos, al bien común de la humanidad, a tono con algo que ha subrayado el Compendio de la Doctrina Social, del Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz.
Cuestiones como la familia como sujeto social, con su peculiar soberanía y sus tareas también políticas, dan cuenta del vasto campo que se ha comprobado como central, en una pastoral «ad extra» y no sólo «ad intra», concebida intraeclesialmente.
Nuestro Consejo fue una intuición del Papa, como también el Instituto que lleva su nombre y, mucho más tarde, la Academia para la Vida, que no es un Dicasterio de la Curia Romana y que está al servicio del Dicasterio para la Pastoral de la Salud y del Dicasterio para la Familia.
Me ha llamado la atención como la Comisión para la Familia en Francia ahora lo vincula claramente con la sociedad y en su esquema de coordinación le da una nueva nominación, algo así como la familia y lo «societario», que es difícil de traducir al castellano. La experiencia ha mostrado que la intuición de Juan Pablo II era un gran paso adelante.
–¿En qué año fue llamado usted a presidir este Dicasterio? ¿Porqué el Siervo de Dios, Juan Pablo II pensó en usted? ¿Cree usted que fue a raíz de su participación en la III Conferencia del CELAM como Secretario General?
–Cardenal López Trujillo: Inicié mi servicio en noviembre de 1990. El Santo Padre me pidió venir a Roma para dialogar sobre la cuestión y regresé a mi Arquidiócesis ya posesionado pues entendí que no podía negarme a esta colaboración, aunque representara para mí un cambio y un desafío y el Papa no me ocultó la difícil tarea del Dicasterio. Yo mismo no imaginé en el momento de la aceptación ni el desafío en su real tamaño, ni sus dificultades y posibilidades. Había puesto buenas bases el Cardenal Edouard Gagnon.
La llamada a servir en el Pontificio Consejo para la Familia constituyó para mi una sorpresa y un desafío interesante. Colaborar con el Papa es siempre un privilegio y un cambio. Venir a Roma de una grande Diócesis, con una curia numerosa (cerca de 400 personas, pues en ella concentramos las instituciones de la Iglesia particular), a un pequeño Dicasterio fue un contraste al comienzo. Fuera tenemos muchos colaboradores, a Dios gracias.
No sé la razón por la cual el Santo Padre me designó. Nunca he pedido nada. Conocía el Santo Padre como Secretario General primero y, luego, como Presidente del CELAM y de la Conferencia Episcopal de Colombia y tuve múltiples oportunidades para visitarlo.
Lo hice con la mayor frecuencia porque pertenecía a varios dicasterios. Algún trabajo había realizado sobre la familia. Por ejemplo, constituí la Vicaría Episcopal de la Familia y, en la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín, inicié un Instituto de la Familia. En el CELAM creamos primero un Secretariado de la Familia y después la Comisión correspondiente. Le agradecí al Papa la confianza depositada en un pobre obispo creado cardenal por él mismo, conociendo su amor por la «causa» de la familia y la vida, que tanto distinguió su formidable pontificado. Le dedicó tanto esfuerzo, tiempo y decidido entusiasmo de verdad contagioso.
–En el año 1995 se publicó la carta encíclica «Evangelium Vitae». ¿Cuál fue la participación de Su Eminencia? ¿El Papa Juan Pablo II le solicitó que colaborara directamente?
–Cardenal López Trujillo: Como es bien conocido la Evangelium Vitae tuvo origen en un Consistorio Extraordinario del Colegio Cardenalicio, el cual solicitó que el Santo Padre con un Documento Pontificio de alto nivel, que de hecho fue una Encíclica, abordara el anuncio del don de Dios de la vida humana, como una buena noticia digna de ser proclamada, defendida, asumida plenamente en una cultura de la vida. Esto tuvo lugar tras de haber examinado la situación en el mundo que ofreció rasgos negativos, preocupantes, amenazantes que mostraron una cultura de la muerte como una difundida agresión en curso, sobre todo contra una categoría de los más débiles y pobres. Este fue el origen de la Evangelium Vitae. El Santo Padre tomó decididamente en sus manos tan importante cuestión y consultó personalmente los Obispos del mundo. La respuesta personal de los Obispos en esta histórica consulta, no conocida que yo sepa, en los últimos Pontificados para una Encíclica, fue estudiada con la debida seriedad. En tal estudio tuvo el honor nuestro Consejo de recibir la confianza del Sucesor de Pedro de acompañarlo en el análisis de las respuestas que suministraron, por así decirlo, la materia prima para la Evangelium Vitae. Luego, Juan Pablo II siguió bajo su personal cuidado las diversas etapas y aportes de quienes colaboraron en estrecha dependencia del Papa en su elaboración.
Nuestro Pontificio Consejo para la Familia estuvo muy activo y cercano, en colaboración con el substituto de la Secretaría de Estado, en el conjunto del proceso y en los momentos de mayor significación. Junto con la Congregación para la Doctrin
a de la Fe ofrecimos nuestra colaboración a lo largo de los años de preparación sobre los temas y puntos que fueron personalmente seguidos por el Santo Padre. También estuve presente en la consulta a unos treinta obispos del mundo reunidos en Roma para algunas cuestiones. Hubo un grande cuidado para sopesar las diversas cuestiones y tuve junto al cardenal Ratzinger la tarea de presentar la Evangelium Vitae a los medios de comunicación. Fueron útiles las lecciones de lo acontecido con la Encíclica Humanae Vitae, cuyo contenido fue asumido por Juan Pablo II.
En algún momento avanzado de la preparación, ante la duda que algunos introducían en el sentido de que era suficiente la Carta a las Familias y podría ser innecesario un nuevo documento, acompañé al Papa en su renovada decisión de que la Encíclica era necesaria y obedecía a un querer eclesial expresado claramente por el Colegio de los Cardenales primero y por el concierto de los Obispos del mundo, después. Los primeros comentarios los coordinamos en el Pontificio Consejo para la Familia, aunque fueron publicados por la Academia para la Vida que acababa de ser constituida. La Evangelium Vitae hace parte nítidamente del dominio teológico de la familia, pues de otro modo se cercenaría drásticamente la misión y comprensión del matrimonio y la familia. Fue grande nuestra alegría cuando esta Encíclica fue publicada, después de una adecuada preparación y una difícil gestación.
Contamos hoy con este instrumento precioso en el cual de modo personal el Papa se empeñó.
La repercusión ha sido inmensa y una hermosa herencia, que Benedicto XVI, que estrechamente colaboró en su preparación, recibe y sin rodeos se propone alentar, como se ve, junto con la prioridad de la familia. La Evangelium Vitae es providencial, especialmente hoy en los Parlamentos mundiales, con tantos avances de la ciencia pero con una «absolutización» denunciada por el Cardenal Ratzinger que pretende no conocer límites e ignorar los principios y valores morales. Se cancela a Dios de la vida social y esto no ocurre impunemente, pues se atenta contra los fundamentos de verdad de toda sociedad. Se desquicia el sentido del derecho y se llega al colmo de la confusión que deshumaniza al hombre, al convertir el delito en derecho, como lo denunció la Evangelium Vitae, o como expresó el cardenal Ratzinger, cuando el Estado se arroga prerrogativas abusivas. Zozobran la democracia y «aceptando de hecho que se violen los derechos del más débil, se acepta que el derecho de la fuerza prevalga sobre la fuerza del derecho» (L’Europa di Benedetto nella crisi della cultura, Ed. Cartagalli, pp. 68-69).
–Como presidente del Consejo Pontificio para la Familia: ¿Qué mensaje para la familia rescata del precioso y fructífero legado del Siervo de Dios Juan Pablo II? Se podría definir a Juan Pablo II como «el Papa de la Vida»? ¿Usted lo ha definido alguna vez de este modo?
–Cardenal López Trujillo: Su enseñanza y su vida, ligadas en tan admirada coherencia son un regalo para la Iglesia y para la humanidad. La fidelidad a su misión fue un mensaje al mundo.
Frecuentemente ciertos «vaticanólogos», no siempre lucidos y objetivos han pretendido introducir una oposición entre Juan Pablo II abierto a los derechos humanos, a la causa de la libertad de los pueblos, a lo social, por una parte, y, por otra, el Papa cerrado e intolerante sobre la familia, la vida, la moral sexual que no dio cabida al aborto, a la contracepción y no cedió a presiones (imposibles de tener éxito) sobre el divorcio, los divorciados vueltos a casar, etc. Con escasa penetración en las exigencias de la fe y de la obediencia a la Iglesia, crean la confusión de pensar que sobre estas materias se pueden hacer opciones a la carta. No son facultativas sino obligatorias. El Papa no buscó ahorrarse incomprensiones y ser acusado, incluso por unos teólogos caprichosos y grupos con mínima sintonía eclesial. Fue una estupenda lección: el homenaje mundial de fieles y de no cristianos y no creyentes no fueron seducidos por esta artificial dicotomía. Las multitudes vieron en él un enamorado de la verdad integral como servidor de Cristo. Las gentes se sintieron interrogadas por el Evangelio. La vida y la muerte de este servidor fiel, fueron y son una evangelización.
Yo en el Encuentro Mundial de las Familias, en el Año de la Familia lo saludé como el «Papa de la familia y de la vida». Me parece que esto caló en tantos. Es verdad que el pontífice, venido de Polonia, sobresalió en tantos campos, y que se pueden multiplicar expresiones que no agotan la riqueza de su ministerio. Sin embargo su contribución extraordinaria al evangelio de la familia y la vida fue ciertamente un sello. Jamás un Pontífice había proclamado tan vigoroso y asiduamente este evangelio que resonó por doquiera en el mundo. El conjunto de su enseñanza es monumental y un camino seguro, no sólo para los católicos.
Hay que recibir con gratitud la enseñanza por la cual el Papa se prodigó, sin hacer recortes y cómodas limitaciones. En esto el Pontificio Consejo para la Familia ha buscado ser fiel, sin escatimar energías y dificultades. Varias veces me dijo que debíamos ir contra corriente. En tal sentido me confió un Dicasterio no fácil, situado siempre en el ojo del huracán, en la casi totalidad de los temas, porque muchos no entienden que detrás de las apariencias de rigor e incomprensión hay el caudal, inmenso como las cataratas de Iguazú, de la búsqueda del respeto a la dignidad humana, al verdadero amor, que brota como un don del corazón del Dios que nos ama y nos salva en la verdad. Y la verdad se configura con los perfiles del rostro de Cristo. Por tanto es una verdad hecha vida en el Verbo Encarnado. Creemos en que este mensaje está llamado a cambiar a quienes dan cabida en su vida al Evangelio. Y esto es posible a pesar de la confusión de tantos gobiernos y parlamentos, que serán atraídos por el esplendor de la verdad.