CIUDAD DEL VATICANO, lunes 17 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- La familia es “indispensable” para la cohesión y la paz sociales, por lo que se necesitan “políticas familiares responsables” de inmigración, que faciliten la reagrupación.
Es el mensaje conjunto que los Consejos Pontificios de la Familia y de la Pastoral de Migrantes e Itinerantes hicieron público el pasado viernes, con motivo de la celebración este fin de semana de la Jornada internacional de las Familias, proclamada por la ONU.
La Santa Sede, en línea con el magisterio y las intervenciones pastorales en los últimos años sobre esta cuestión (plasmadas en la instrucción pastoral Erga Migrantes Caritas Christi), insisten en la importancia de políticas que permitan la cohesión familiar de los inmigrantes, como parte del reconocimiento de sus derechos humanos.
En esta ocasión, el comunicado conjunto de los dicasterios de la Familia y de la Pastoral con Migrantes ha puesto de manifiesto la importancia que la Iglesia otorga a la familia, no sólo para el migrante, sino también para la paz social.
La familia, afirma el texto, es insustituible “para la felicidad de sus miembros, para la paz y la cohesión social, para el desarrollo educativo y el bienestar general, para el crecimiento económico y la integración social”.
“La cohesión familiar constituye el medio vital para preservar y transmitir los valores, actúa como garante de la identidad cultural y de la continuidad histórica, asegura un ambiente favorable para el aprendizaje y ofrece remedios eficaces para la prevención del crimen y de la delincuencia”.
Los movimientos migratorios, sin embargo, provoca rupturas que afectan “a los individuos, a los ciudadanos autóctonos y a los ciudadanos inmigrantes”, y “sobre todo, a las familias”.
“En el contexto migratorio, por tanto, la familia se coloca como desafío y posibilidad, no sólo para el migrante y para sus seres queridos, sino también para los colectivos de los países de partida y de llegada”.
La Santa Sede constata que en la actualidad está aumentando enormemente “el número de mujeres que deja el país de origen para buscar una vida más digna, cultivando el sueño de atraer consigo al cónyuge, a los hijos, y quizás a los parientes más cercanos”.
“También los menores de edad y los ancianos entran en la vorágine de los flujos migratorios, llevando consigo el triste bagaje de la pérdida, la soledad y del desarraigo, a veces intensificado por la explotación y el abuso”.
La unidad familiar, “disgregada por el proyecto migratorio, ambiciona recomponerse, también para un mayor éxito en el proceso de inserción en las sociedades de acogida”, por lo que se necesitan “políticas familiares responsables, que faciliten la reagrupación, que permitan a los irregulares salir de situaciones de anonimato y de precariedad mediante vías realmente practicables y que garanticen el derecho de todos a la participación y a la corresponsabilidad, social y civil, también a través del reconocimiento del derecho de ciudadanía”.
Ambos Consejos piden también la adopción de “medidas adecuadas que faciliten, por una parte, la inserción en el tejido social que acoge a los inmigrantes y a sus familias y, por la otra, las ocasiones de crecimiento – personal, social y eclesial – basadas en el respeto de las minorías, de las diferentes culturas y religiones, además del intercambio recíproco de valores”.
En este sentido, abogan por una “educación a la interculturalidad” dirigida a “instaurar relaciones más amistosas entre los individuos y entre las familias, en el ámbito de la escuela y en los de vida y trabajo, con atención prioritaria a la infancia, a los adolescentes y a los jóvenes, en un mundo de rápidos cambios”.