El Papa destaca la necesaria autonomía de la Iglesia para lograr la unidad

En la homilía de la misa de Pentecostés

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo 23 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- La Iglesia necesita permanecer autónoma de todo Estado y de toda cultura particular para ser signo e instrumento de unidad.

Lo afirmó Benedicto XVI este domingo, en la homilía de la misa de la solemnidad de Pentecostés, que presidió en la Basílica Vaticana.

La Iglesia «responde a su vocación, de ser signo e instrumento de unidad de todo el género humano sólo si permanece autónoma de todo Estado y de toda cultura particular. Siempre y en todo lugar la Iglesia debe ser verdaderamente, católica y universal, la casa de todos en la que cada uno se puede volver a encontrar», dijo.

El Pontífice destacó que la apertura del cristianismo a distintos pueblos de la tierra desde sus orígenes «confirma aún más la novedad de Cristo en la dimensión del espacio humano, de la historia de las gentes».

«El Espíritu Santo implica a hombres y pueblos y, a través de ellos, supera muros y barreras», explicó

En su homilía, el Papa invitó a invocar al Espíritu Santo. «Hagamos nuestra, por tanto, y con particular intensidad, la invocación de la Iglesia misma: Veni, Sancte Spiritus! Una invocación tan simple e inmediata, pero también extraordinariamente profunda, que brota ante todo del corazón de Cristo», exhortó.

Y destacó que «el Espíritu, de hecho, es el don que Jesús ha pedido y continuamente pide al Padre para sus amigos; el primero y principal don que nos ha obtenido con su Resurrección y Ascensión al Cielo».

La oración de Jesús pidiendo el Espíritu Santo «llega a su cenit y a su cumplimiento en la cruz, donde la invocación de Cristo es una unidad con el don total que Él hace de sí mismo» y "continúa también en el Cielo».

Benedicto XVI recordó que el Espíritu Santo «crea unidad y comprensión» y permite a las personas abrirse a la «experiencia de la comunión, que puede implicarlas hasta el punto de hacer de ellas un nuevo organismo, un nuevo sujeto: la Iglesia».

«Éste es el efecto de la obra de Dios: la unidad; por eso la unidad es la señal de reconocimiento, el «tarjeta de visita» de la Iglesia a lo largo de su historia universal», añadió.

En ese momento, constató, «la Iglesia ya no es prisionera de fronteras políticas, raciales ni culturales; no se puede confundir con los Estados ni con las Federaciones de Estados, porque su unidad es de otro tipo y aspira a atravesar todas las fronteras humanas».

«De esto, queridos hermanos, deriva un criterio práctico de discernimiento para la vida cristiana: cuando una persona, o una comunidad, se cierra en su propio modo de pensar y de actuar, es signo de que se está alejando del Espíritu Santo», añadió.

«El camino de los cristianos y de las Iglesias particulares debe confrontarse siempre con el de la Iglesia una y católica, y armonizarse con él», dijo.

Y añadió: «La unidad del Espíritu se manifiesta en la pluralidad de la comprensión. La Iglesia es por su naturaleza una y múltiple».

Por Patricia Navas


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ZENIT Staff

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