CIUDAD DEL VATICANO, jueves 20 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este jueves en la tarde durante el concierto en su honor que le ofreció Su Santidad Kirill I, patriarca de Moscú y de todas las Rusias.

En el concierto se interpretaron algunas de las grandes obras de los compositores rusos de los siglos XIX y XX y fue clausurado por la sinfonía "Canto de la Ascensión", compuesta por el metropolita Hilarion de Volokolamsk, presidente del Departamento para las Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú.



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Alabad el nombre del Señor, alabadlo, siervos del Señor. Alabad al Señor: el Señor es bueno; cantad himnos a su nombre, porque es grande. Señor, tu nombre es eterno; Señor, tu recuerdo de edad en edad. Aleluya.

Venerables hermanos, ilustres señores y señoras, queridos hermanos y hermanas:

Acabamos de escuchar, en una sublime melodía, las palabras del Salmo 135, que interpretan nuestros sentimientos de alabanza y de gratitud al Señor, así como nuestra intensa alegría interior por este momento de encuentro y de amistad con los queridos hermanos del Patriarcado de Moscú. Con motivo de mi cumpleaños y del quinto aniversario de mi elección como sucesor de Pedro, Su Santidad Kiril I, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, ha querido ofrecerme, junto a las apreciadísimas palabras de su mensaje, este extraordinario momento musical, presentado por el metropolita Hilarion de Volokolamsk, presidente del Departamento para las Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, y autor de la Sinfonía que se acaba de interpretar.

Mi profunda gratitud, por ello, se dirige ante todo Su Santidad el patriarca Kiril. Le dirijo mi fraterno y cordial saludo, deseando profundamente que la alabanza al Señor y el compromiso por el progreso de la paz y de la concordia entre los pueblos nos unan cada vez más y nos hagan crecer en la sintonía de intenciones y en la armonía de las acciones. Doy las gracias, por tanto, de todo corazón al metropolita Hilarion, por el saludo que ha querido dirigirme, felicitándole por su creatividad artística, que hemos podido apreciar. Con él saludo con profunda simpatía a la Delegación del Patriarcado de Moscú y a los ilustres representantes del gobierno de la Federación Rusa. Dirijo mi cordial saludo a los señores cardenales y a los obispos aquí presentes, en particular al señor cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y al arzobispo Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, que han organizado con sus dicasterios y en cercana colaboración con los representantes del patriarcado las "Jornadas de cultura y espiritualidad rusa en el Vaticano". Saludo, además a los ilustres embajadores, a las distinguidas autoridades y a todos vosotros, queridos amigos, hermanos y hermanas, de manera particular a las comunidades rusas presentes en Roma y en Italia, que participan en este momento de alegría y de fiesta.

Sella en esta ocasión de manera verdaderamente excepcional y sugerente la música, la música de la Rusia de ayer y de hoy, que nos ha propuesto con gran maestría la Orquesta Nacional Rusa, dirigida por el maestro Carlo Ponti, por el Coro Sinodal de Moscú, por la Capilla de Cuernos de Petersburgo. Doy gracias profundamente a todos los artistas por el talento, el empeño y la pasión con la que presentan al mundo entero las obras maestras de la tradición musical rusa. En estas obras, de las que hoy hemos escuchado significativos pasajes, está presente de manera profunda el alma del pueblo ruso y con ella la fe cristiana, que encuentran una extraordinaria expresión precisamente en la liturgia divina y en el canto litúrgico que siempre la acompaña. Se da, de hecho, un íntimo lazo, originario, entre la música rusa y el canto litúrgico: en la liturgia y de la liturgia se desencadena y comienza en buena parte la creatividad artística de los músicos rusos para crear obras maestras que merecerían un mayor conocimiento en el mundo occidental. Hoy hemos tenido la alegría de escuchar pasajes de grandes artistas rusos de los siglos XIX y XX, como Mussorgsky y Rimski-Kórsakov, Chaikovski y Rajmáninov. Estos compositores, en particular el último, han sabido recurrir al rico patrimonio musical-litúrgico de la tradición rusa, volviéndolo a elaborar y armonizándolo con motivos y experiencias musicales de Occidente y más cercanos a la modernidad. En esta estela creo que debe situarse también la obra del metropolita Hliarion.

En la música, por tanto, ya se anticipa y en cierto sentido se realiza la confrontación, el diálogo, la sinergia entre Oriente y Occidente, así como entre tradición y modernidad. El venerable Juan Pablo II pensaba precisamente en una análoga visión unitaria y armoniosa de Europa cuando, al volver a presentar la imagen sugerida por Vyacheslav Ivanovich Ivanov de los "dos pulmones" con los que hay que volver a respirar, auspiciaba tomar de nuevo conciencia de las profundas y comunes raíces culturales y religiosas del continente europeo, sin las cuales la Europa de hoy quedaría como privada de un alma y marcada por una visión reductora y parcial. Precisamente para reflejar mejor estos problemas se celebró ayer el Simposio, organizado por el Patriarcado de Moscú, por el dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y por el de la Cultura, sobre el tema "Ortodoxos y católicos en Europa de hoy. Las raíces cristianas y el patrimonio común cultural de Oriente y Occidente".

Como he afirmado en varias ocasiones, la cultura contemporánea y particularmente la europea, corre el riesgo de la amnesia, del olvido y, por tanto, del abandono del extraordinario patrimonio suscitado e inspirado por la fe cristiana, que constituye la columna vertebral esencial de la cultura europea, y no sólo de la europea. Las raíces cristianas de Europa, de hecho, quedan constituidas no sólo por la vida religiosa y el testimonio de tantas generaciones de creyentes, sino también por el inestimable patrimonio cultural y artístico, orgullo y recurso precioso de los pueblos y de los países en los que la fe cristiana, en sus diferentes manifestaciones, ha dialogado con las culturas y el arte, las ha animado e inspirado, favoreciendo y promoviendo como nunca la creatividad del genio humano. También hoy estas raíces son vivas y fecundas, en Oriente y en Occidente, y pueden, es más, deben inspirar un nuevo humanismo, una nueva estación de auténtico progreso humano, para responder eficazmente a los numerosos y en ocasiones cruciales desafíos que nuestras comunidades cristianas y nuestras sociedades tienen que afrontar, comenzando por la secularización, que no sólo lleva a prescindir de Dios y de su proyecto, sino que acaba por negar la misma dignidad humana, en una sociedad regulada únicamente por intereses egoístas.

¡Volvamos a hacer que Europa respire con sus dos pulmones, volvamos a dar un alma no sólo a los creyentes sino a todos los pueblos del continente, volvamos a promover la confianza y la esperanza, arraigándolas en la milenaria de experiencia de fe cristiana! En este momento, no puede faltar el testimonio coherente, generoso y valiente de los creyentes para que podamos mirar juntos al futuro común, un futuro en el que la libertad y la dignidad de cada hombre y de cada muer sean reconocidas como un valor fundamental y se valore la apertura al Trascendente, la experiencia de fe como dimensión constitutiva de la persona.

En el pasaje de Mussorgsky, titulado "El ángel proclamó", hemos escuchado las palabras dirigidas por el ángel a María y, por tanto, dirigidas también a nosotros: "¡Alegraos!". El motivo de la alegría es claro: Cristo ha resucitado del sepulcro "y ha resucitado de los muertos". Queridos hermanos y hermanas, la alegría de Cristo resucitado nos anima y alie nta y nos apoya en nuestro camino de fe y de testimonio cristiano para ofrecer auténtica alegría y sólida esperanza al mundo, para ofrecer válidos motivos de confianza a la humanidad, a los pueblos de Europa, a quienes encomiendo a la maternal y poderosa intercesión de la Virgen María.

[Hablando en ruso, dijo:]

Renuevo mi agradecimiento al patriarca Kiril, al metropolita Hilarion, a los representantes rusos, a la orquesta, a los coros, a los organizadores y a todos los presentes.

[En italiano, concluyó:]

Que desciendan abundantes bendiciones del Señor sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

©Libreria Editrice Vaticana]