El representante pontificio, representante de Cristo, asegura el Papa

Recibe a los sacerdotes que se preparan para la carrera diplomática

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 14 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Los representantes pontificios y nuncios apostólicos no son simples diplomáticos, son representantes del Papa y por tanto del mismo Cristo, auténticos sacerdotes, considera Benedicto XVI.

Así lo explicó este lunes al dirigirse a los alumnos que estudian en la Academia Pontificia Eclesiástica, institución en la que se preparan sacerdotes que ofrecerán su servicio a la Santa Sede en la Secretaría de Estado y en las representaciones pontificias y nunciaturas apostólicas, así como en las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales.

Al recibir a los presbíteros, quienes llegaron acompañados por su presidente, el arzobispo italiano Beniamino Stella, quien en el pasado ha sido nuncio apostólico en Colombia y Cuba, trazó tres rasgos fundamentales del representante pontificio. 

Hombres del Papa

En primer lugar, el obispo de Roma explicó a sus futuros representantes que su misión implica una «adhesión plena interior a la persona del Papa, a su magisterio y al ministerio universal. Es decir, adhesión plena a aquel que ha recibido la tarea de confirmar a los hermanos en la fe».

Entre otros deberes del legado pontificio, enumerados en el canon 364 del Código de Derecho Canónigo, se encuentra el de «Informar a la Sede Apostólica acerca de las condiciones en que se encuentran las Iglesias particulares»; «prestar ayuda y consejo a los obispos, sin menoscabo del ejercicio de la potestad legítima de éstos»; «mantener frecuentes relaciones con la Conferencia Episcopal»; «en lo que atañe al nombramiento de Obispos, transmitir o proponer a la Sede Apostólica los nombres de los candidatos».

Hombres de unidad

En segundo lugar, ser representante del Papa, dijo, quiere decir «asumir, como estilo de vida y como prioridad cotidiana, un cuidado atento –una verdadera ‘pasión’– por la comunión eclesial».

Los representantes pontificios, en particular los nuncios apostólicos, tienen entre sus misiones fundamentales representar al Papa ante las Iglesias locales y le asisten en el proceso de nombramiento de los futuros obispos.

Esto significa, aclaró, «tener la capacidad de ser un ‘puente’ sólido, un canal seguro de comunicación entre las Iglesias particulares y la Sede Apostólica:».

Por un lado, aclaró el pontífice, los representantes pontificios deben poner «a disposición del Papa y de sus colaboradores una visión objetiva, correcta y profunda de la realidad eclesial y social en que se vive».

Por otro, los hombres del Papa «deben empeñarse por transmitir las normas, las indicaciones, las orientaciones que manan de la Santa Sede, no de manera burocrática, sino con profundo amor a la Iglesia y con la ayuda de la confianza personal pacientemente construida, respetando y valorando, al mismo tiempo, los esfuerzos de los obispos y el camino de las Iglesias particulares adonde uno ha sido enviado».

De este modo, subrayó, «el representante pontificio, junto con sus colaboradores, se convierte verdaderamente en signo de la presencia y de la caridad del Papa. Y si esto supone un beneficio para la vida de todas las Iglesias particulares, lo es especialmente en esas situaciones particularmente delicadas o difíciles en que, por diversas razones, se puede encontrar la comunidad cristiana».

Hombres de Cristo en la política

El tercer rasgo que el Papa trazó de los representantes pontificios afecta a la otra misión que tienen encomendada, la de representar al Santo Padre ante las autoridades estatales y ante las organizaciones internacionales.

«También en estos ámbitos la figura y la presencia del nuncio, del delegado apostólico, del observador permanente, es determinada no sólo por el ambiente en el que trabaja, sino antes aún y principalmente por aquél a quien se está llamado a representar», afirmó Benedicto XVI.

Según el mismo canon 364 del Código de Derecho Canónigo, la función de los nuncios apostólicos no es sólo intraeclesial. Por misión, deben «esforzarse para que se promuevan iniciativas en favor de la paz, del progreso y de la cooperación entre los pueblos; defender juntamente con los obispos, ante las autoridades estatales, todo lo que pertenece a la misión de la Iglesia y de la Sede Apostólica; ejercer además las facultades y cumplir los otros mandatos que le confíe la Sede Apostólica».

«Esto pone al representante pontificio en una posición particular con respecto a los demás embajadores o enviados. Ser portavoz del vicario de Cristo puede ser comprometedor, en ocasiones sumamente exigente, pero nunca será mortificante o despersonalizador.  Es, en cambio, una forma original de realizar la propia vocación sacerdotal», concluyó.

La Academia de los diplomáticos del Papa

Los candidatos a la Academia Pontificia Eclesiástica, fundada por el Papa Clemente XI en 1701, deben haber recibido un título universitario y otro en Derecho Canónico. El programa de estudio incluye idiomas y dura entre tres y cuatro años. En la Academia hay un promedio de 35 estudiantes provenientes de al menos 20 países.

La Santa Sede cuenta con el servicio diplomático más antiguo del mundo. Hunde sus orígenes en los primeros siglos, cuando los legados papales eran enviados para representar a los pontífices en concilios importantes o por otros motivos. De hecho, se da constancia de que hubo un legado en el Concilio de Nicea, en el 325.

Aunque la misión de los primeros representantes papales fue de carácter eminentemente espiritual, comenzó a haber cambios entre el siglo V y el VIII, cuando los Papas mandaban emisarios temporales a las ceremonias civiles especiales así como a eventos religiosos.

A mitad de siglo XV surgió la representación papal permanente y ya en el siglo XVI la historia registra el establecimiento de nunciaturas apostólicas en distintos países, con un intercambio de representantes entre esos países y la Santa Sede. La primera nunciatura apostólica se estableció en Venecia en 1500.

Como se afirma en la Convención Diplomática de Viena del 18 de abril de 1961, los Embajadores de la Santa Sede, llamados nuncios apostólicos, son considerados los decanos del cuerpo diplomático del país en el que están acreditados. 

Actualmente ascienden a 178 los Estados que tienen relaciones diplomáticas plenas con la Santa Sede. A ellos hay que añadir la Unión Europea, la Soberana Orden Militar de Malta y una Misión de carácter especial: la Oficina de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

En cuando a Organizaciones internacionales, la Santa Sede está presente en la ONU en calidad de «Estado observador», y es miembro de siete organizaciones o agencias del sistema ONU, observador en otros ocho, y miembro u Observador en cinco organizaciones regionales.

Por Jesús Colina

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ZENIT Staff

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