OVIEDO, jueves 22 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, XVII del tiempo ordinario, 25 de julio, solemnidad de Santiago Apóstol (Mateo 20, 20-28), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
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Es un caso sorprendente el que nos relata el Evangelio de este día, festividad de Santiago. Estaban subiendo a Jerusalén el Maestro y un grupo grande de discípulos. Entre éstos estaban los Doce, que era el grupo más íntimo que Jesús había elegido llamándoles por su propio nombre en su habitual circunstancia profesional y familiar. Tomará a estos amigos más cercanos, para decirles el porqué están haciendo ese viaje de subida a Jerusalén. Y lo que les viene a decir es lo que particularmente a Él le espera en esa meta de llegada: su prendimiento, su juicio condenatorio, su muerte.
En ese trance, dos de los discípulos más próximos, los Zebedeos, aprovecharán a su propia madre para decirle al Señor: «concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Era como pedirle dos carteras ministeriales en el gobierno del cielo o, como pedirle una recomendación eficaz allí en la vida eterna, con puesto y nómina.
Con paciencia de Dios, Jesús les dirá dulcemente: «no sabéis lo que pedís». Y aprovechará el momento para hablarles del poder. Porque podrían creer los discípulos que había que organizarse como se organizan los sistemas de poder económico o político. Jesús quiere deshacer el equívoco y hablar que cómo el poderío que Él trae y que Él vive, no es el de la fuerza prepotente sino el del servicio discreto y preciso. Servir, como quien da la vida en vez de aprovecharse para obtener beneficios, esta es la clave de la entrega del Señor. Algo que entonces y siempre, necesitamos todos aprender.
Santiago se vino hasta España, que entonces era la última y más lejana provincia del Imperio Romano, para contar a nuestras gentes lo que él había encontrado. Forma parte de ese grupo de apóstoles más íntimos del Señor, y contará con el inmenso privilegio de haber visto a Jesús en su momento más luminoso y en el más oscuro de su vida. Santiago estará en el monte Tabor, cuando Jesús revestido de luz anticipe la gloria de la belleza de Dios. Santiago también estará en el huerto de Getsemaní, cuando el Señor se bata en la agonía cruda del suplicio que se le avecinaba. De todo esto es testigo Santiago, discípulo de Jesús: de cómo Dios ha querido abrazarnos en lo más hermoso de la luz y ha querido, igualmente, ser nuestro en las horas más bajas de su entrega.
Su sepulcro en Compostela ha sido visitado por innumerables peregrinos, romeros de la vida, que hasta allí se encaminan como buscadores de los senderos de Dios. Y en esa andadura van despacio, dándose tiempo para pensar y orar, para pedir y ofrecer, para comprender en su andar cómo Dios mismo se ha hecho para nosotros no sólo el Camino sino también el Caminante a nuestro lado.