OVIEDO, jueves 30 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, 3 de octubre, XXVII del tiempo ordinario (Lucas 17,5-10), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
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Están Jesús y los discípulos frente a frente, y se plantea un tema tan básico como el de la fe. Ellos ven la desproporción entre lo que el Maestro propone y lo que de hecho sus vidas dan de sí. Por eso aquella petición con un humilde realismo por parte de aquellos hombres: «auméntanos la fe». Es la experiencia de vértigo ante Alguien grande, ante un maestro diferente en Israel.
Jesús provoca a sus discípulos de frágil fe, utilizando el recurso de la paradoja: creer hasta lo imposible -trasplante de la morera al mar-. Sin duda quedarían completamente descolocados. Porque creer no es una postura fingida, sino la adhesión de toda la persona. La fe que iba derivándose como condición para ser discípulo de Jesús, no era una cuestión periférica para los momentos de apuro y dificultad, sino una fe para todo momento, suceda lo que suceda, pinte lo que pinte: lo que es imposible para vosotros no lo es para Dios.
En segundo lugar, una fe que es un don. La adhesión a Dios que transforma en posibles los imposibles, no es fruto del empeño, ni del noble es fuerzo, sino una gracia que Dios concede a quien la pide y la acoge. De modo que es impropio ponerle un precio a lo que se ha recibido gratis. Es lo que Jesús explica con el ejemplo del criado del campo: «somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».
Hoy a nosotros también nos provoca Jesús, cuando nos asomamos a tantos imposibles como nuestro mundo tiene planteados: violencias, guerras, corrupciones, hambres, inhumanismos, increencia, desencantos… No es un desafío a nuestra habilidad o estrategia, sino a nuestra fe, porque la solución de nuestros contenciosos no pasa simplemente por nuestras estratagemas o ardides, sino por la realización del proyecto de Dios sobre la historia, es decir, el Reino.
Tener fe es adherirse a Dios y a su proyecto, haciéndolo realidad, sueño cumplido y no pesadilla a olvidar. Apasionarse por ese diseño divino, con todo el corazón y con toda la inteligencia. Al final de todo, no podremos esgrimir ante Dios que le hemos hecho un favor por haber creído en Él y haber colaborado en la realización de su proyecto. Y no podremos pasarle factura ni cobrarle honorarios, por que ser humanos y creyentes es lo que teníamos que ser, para eso nacimos. Sin duda que también nosotros, llegados a este punto de ver cómo es nuestra fe, acabamos diciendo aquello de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe».