ROMA, viernes 10 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Hoy recibe el Premio Nobel de medicina el fisiólogo inglés Robert Edwars, pionero en el procedimiento de la fecundación in vitro.
Los trabajos de este biólogo hicieron posible el histórico nacimiento de la primera «bebé probeta», Louise Joy Brown , el 25 de julio de 1978.
Sobre el costo en vidas humanas que este procedimiento implica y sobre sus implicaciones éticas, ZENIT entrevistó a Pablo Requena, Licenciado en Medicina y Cirugía, y Doctor en Teología Moral, profesor de esta materia en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.
– «Edwards inauguró una casa, pero abrió la puerta equivocada», fueron las palabras del presidente de la Academia Pontificia para la vida, monseñor Ignacio Carrasco, el día que se conoció la noticia de la designación del premio nobel de medicina a Robert Edwards. ¿Cuántos embriones se pierden por cada niño que nace en el procedimiento de la fecundación in vitro?
Pablo Requena: Es imposible saberlo exactamente. Entre otras cosas porque depende mucho de la técnica empleada y de los protocolos que utilizan en cada país. Pero ciertamente son muchos.
Algunos datos nos pueden ayudar a entender la magnitud de esta pérdida de seres humanos. En el 2009 se publicó un estudio europeo (referido a 30 países) en el que se mencionan 418.111 ciclos de reproducción asistida, con una tasa de embarazo (no de niños nacidos) que oscilaba para las técnicas más eficaces entre el 30.3 y el 30.9%.
Si se tiene en cuenta que la práctica común implica la hiperestimulación ovárica en cada ciclo, de la que se obtienen entre 10 y 20 óvulos, muchos de los cuales serán fecundados, se puede fácilmente concluir que los embriones que no han visto la luz en Europa durante el 2005, año al que se refiere el estudio, es de varios millones.
– Sin embargo hoy, el 1 o 2% de los niños que nacen en Europa o Norteamerica son niños probeta. C. Hoog, del comité nobel de medicina, dijo que «es un tratamiento seguro y efectivo, sigue unas reglas estrictas. Los estudios hechos a lo largo de estos años determinan que los niños probetas son tan saludables como cualquier otro» ¿Es cierto? ¿O sabemos si tienen mayor riesgo de contraer enfermedades congénitas las personas fecundadas in vitro?
Pablo Requena: No es de extrañar que las clínicas que se dedican a la reproducción asistida sostengan que la salud de los niños nacidos de la probeta sea igual que la de los concebidos naturalmente: es mucho el dinero que se mueve (en un artículo científico del 2010 se dice que los costes en Australia y Nueva Zelanda, se mueven alrededor de los 27.000 $ en mujeres entre 30-33 años y los 187.000 $ en mujeres entre 42 y 45).
Desgraciadamente la fecundación asistida se ha convertido en un negocio como puede ser el de la fabricación de muebles a medida, con todos los estándares propios de la producción industrial, y los controles de calidad pertinentes.
Este negocio se está separando cada vez más de la idea original, nacida en el ámbito clínico, que intentaba solucionar un problema de infertilidad. Se sigue acudiendo a las clínicas, y el aparataje e instrumental sigue siendo el propio de la medicina; sin embargo, la relación no es la tradicional entre médico y paciente, sino la del técnico-vendedor y cliente.
Volviendo a la pregunta, es claro que los vendedores han de hablar bien de sus «productos», sorprende más que las personas de ciencia, que son muy rigurosas en sus análisis y apreciaciones técnicas, hagan después comentarios tan poco «científicos» con el intento de salvaguardar estas técnicas.
Es verdad que la mayoría de los niños que nacen de la fecundación in vitro son sanos y normales. Pero también es verdad que los niños nacidos con estas técnicas tienen una posibilidad mayor de desarrollar malformaciones de diverso tipo. Esto no es una opinión o una hipótesis teórica, sino una afirmación que procede de los datos publicados en la literatura científica.
Tres ejemplos. En el 2004 se publicó en el Journal of Assisted Reproduction and Genetics un meta-análisis, que recogía los datos de 19 estudios precedentes, en el que se concluía que el 29% de los niños procedentes de la fecundación in vitro tenían algún tipo de malformación, de más o menos gravedad: desde el labio leporino a malformaciones cardiacas importantes.
En otro informe, promovido por el Ministerio de la Salud de Nueva Zelanda, en el 2005, que recoge la bibliografía internacional hasta esa fecha, procedente de los países donde se realiza fecundación in vitro, se señala que los niños producidos a través de la técnica ICSI (intracytoplasmic sperm injection), una de las más empleadas actualmente, tienen un riesgo tres o cuatro veces mayor que los niños concebidos naturalmente de anomalías cromosómicas, en buena parte, debido a los problemas genéticos paternos que se transmiten a través de esta técnica.
El último ejemplo procede de un artículo recientemente publicado en la revista Human Reproduction. Se trata de un estudio realizado en una población de más de 90.000 niños. Una de sus conclusiones es que la parálisis cerebral, que normalmente se encuentra en 1 de cada 400 nacidos, en los niños producidos in vitro se da en 1 de cada 176.
– Dejando aparte la cuestión de la salud de los niños «probeta», ¿por qué no es moralmente aceptable la fecundación in vitro?
Pablo Requena: El problema de la infertilidad es un problema muy serio, que tiene graves repercusiones en la vida de muchos matrimonios, y origina gran sufrimiento. En este sentido es lógico que las parejas que no consiguen tener hijos, acudan a una ayuda técnica para conseguirlo.
El problema moral de la fecundación in vitro no está en la artificialidad de las técnicas, y mucho menos en una sospecha hacia la ciencia. Es más, en un importante documento de la Santa Sede sobre estas cuestiones se afirma que la Iglesia «mira con esperanza la investigación científica, deseando que sean muchos los cristianos que contribuyan al progreso de la biomedicina y testimonien su fe en ese ámbito» (Dignitas personae, n. 3).
La medicina utiliza continuamente instrumentación artificial, y no decimos que sea malo. Se piense, por ejemplo, a la sustitución una válvula cardiaca dañada por otra mecánica, que puede salvar la vida de un paciente: no sólo no decimos que no presenta problemas éticos, sino que desde el punto de vista moral es algo muy bueno, y por tanto se debe hacer cuando sea posible.
¿Cuál es la diferencia con las técnicas de fecundación artificial? Aquí el problema fundamental es que se considera a un ser humano, al hijo, como un «producto», como algo que de alguna forma me pertenece y puedo programar, seleccionar, manipular… y destruir. Pero esto no es adecuado para los seres humanos: puede serlo para las máquinas, puede serlo – en algunos casos – para los animales, pero nunca para el hombre. Este es demasiado importante para poder ser «fabricado».
Por eso decimos que el único lugar adecuado para dar origen a un ser humano es el acto de amor de sus padres. Esto ciertamente no significa que la dignidad de los niños concebidos in vitro, como los que pudieran proceder de una violencia, sea menor que la de los hijos de un matrimonio. Y es justamente por la gran dignidad que tienen, por lo que resultan inadecuados estos últimos modos de «llamarlos a la existencia».
Además, no se debe olvidar la gran cantidad de vidas que se pierden por el camino, y los innumerables embriones congelados que actualmente llenan los depósitos de las clínicas de fecundación asistida. Y esta razón no es válida sólo para la persona de fe, sino para todo el que quiera proteger en la sociedad la vida humana en todas sus formas.
– ¿Qué tanto influy
e en esto la ideología de la maternidad y paternidad como derecho y no como don?
Pablo Requena: En la sociedad actual ha cambiado mucho la percepción del hijo. Durante mucho tiempo se ha considerado como un don, como un regalo. Esta visión está muy unida a una concepción religiosa de la existencia, que ve a los padres como colaboradores de Dios, y en cierto modo como sus ministros en la tarea de cuidar y educar a los hijos.
En todo caso, el hijo no se veía ciertamente como un derecho, como algunos lo consideran ahora, porque no puede serlo. Ninguna persona tiene el «derecho» de poseer a otra: se puede poseer una casa, un coche… pero no una persona. Por este motivo la esclavitud es un mal, porque ningún hombre puede ser «dueño» de otro.
Si se afirmara que existe un derecho al hijo, se estaría diciendo que alguien (la comunidad) tiene el deber, la obligación, de darme aquello; y se estaría así mismo diciendo al hijo que es el «producto» de un derecho de sus padres. Pero esto supone quitar al hijo la dignidad propia de la persona, y el derecho de ser concebido a través de un acto de amor.
– Como médico, sacerdote y profesor, ¿qué le diría a usted a una pareja de esposos que quiere tener familia y no puede hacerlo de manera natural?
Pablo Requena: En primer lugar les diría que acudieran a un centro de ayuda a la procreación, como puede ser el Gemelli aquí en Roma, donde puedan realizar un estudio a fondo de las causas del problema, para ver si existen posibilidades terapéuticas moralmente adecuadas para su situación. En no pocos casos existen, sin necesidad de acudir a la fecundación in vitro.
Sin embargo, en otras ocasiones, los esposos descubrirán que no es posible realizar su deseo, tan legítimo y bueno, de tener hijos. En ese caso, con la ayuda de toda la comunidad eclesial, pueden descubrir que esta imposibilidad no es ajena a su camino vocacional cristiano.
La Iglesia siempre ha enseñado que «los esposos que se encuentran en esta dolorosa situación están llamados a descubrir en ella la ocasión de participar particularmente en la cruz del Señor, fuente de fecundidad espiritual» (Donum vitae, n. 8). No se trata ciertamente de un camino fácil, pero sabemos bien «es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida» (Mt 7, 14).
Quizá será necesario un tiempo, un tiempo largo, para entender el modo de vivir la llamada de Dios a la paternidad y maternidad de una manera distinta, pero no menos eficaz y feliz. Hay muchos ejemplos de padres que nunca han podido tener hijos, y que se sienten muy unidos y muy realizados en su matrimonio.
– Finalmente, ¿cree usted que Robert Edwards debería recibir este premio?
Pablo Requena: Personalmente no se lo habría dado; pues, aunque se trata de un gran técnico, y sin duda alguna la finalidad de ayudar a las parejas que no pueden tener hijos es muy loable, los medios que ha utilizado no son adecuados.
Además, el mismo Edwards ha manifestado en ocasiones la necesidad de utilizar estas técnicas en un sentido eugenético, cosa que me parece muy negativo a nivel social. Pienso que la buena voluntad, y los éxitos técnicos no deberían ser suficientes para dar este tipo de premios…, pero ciertamente no todos piensan lo mismo.
Por Carmen Elena Villa