CIUDAD DEL VATICANO, viernes 17 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI entregó este jueves al nuevo embajador de Andorra ante la Santa Sede, Miquel Àngel Canturri Montanya, al recibirle, junto a otros cuatro embajadores, en el Vaticano con motivo de la presentación de sus cartas credenciales.
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Señor Embajador,
Estoy encantado de recibir a Su Excelencia y de acreditarle en calidad de Embajador extraordinario y plenipotenciario del Principado de Andorra ante la Santa Sede. Le agradezco las palabras amables que me ha dirigido y, a cambio, deseo transmitir a través suyo mis saludos cordiales a los dos Copríncipes, el Arzobispo de Urgell y el Presidente de la República francesa. A través suyo, saludo también al Gobierno, las Autoridades y la población andorranas.
El Principado remontándose a Carlomagno se rige por el pariatge. El Co-señorío aprobado por la Santa Sede en su momento, convertido en Co-sobiranía, que ha evocado en su discurso, es la herencia resultante de una evolución histórica que ha tenido en cuenta los intereses legítimos del pueblo andorrano y le ha garantizado la soberanía. Este sistema original y único en su género permite a la población vivir en paz, lejos de los conflictos. Es verdad que la solución institucional que ha encontrado vuestro país no puede aplicarse en otros lugares, pero sin embargo conviene sacarse de él una lección. La armonía es posible en el interior de las naciones y entre los pueblos. La inventiva jurídica y la buena voluntad permiten muy a menudo resolver numerosos problemas que surgen por desgracia entre los pueblos, y favorecen la tan deseada concordia internacional.
En este contexto, deseo destacar la excelencia de las relaciones entre el Principado y la Santa Sede. Estas relaciones, que se sitúan en una continuidad histórica de entente y de apoyo -usted ha señalado por otra parte que la Santa Sede siempre ha apoyado a Andorra cuando su soberanía estaba en peligro-, se han consolidado en primer lugar por el establecimiento de relaciones diplomáticas y después, hace dos años, por la firma de un acuerdo bilateral. Este acuerdo es el resultado y la expresión de una colaboración sana y leal entre la Iglesia y el Estado, los cuales, a títulos diversos, están al servicio de la vocación personal y social de las personas humanas. Ayer como hoy, las relaciones cordiales entre la Iglesia y Andorra sirven a estas mismas personas de manera más eficaz en beneficio de todos. Este acuerdo es una piedra suplementaria aportada a la consolidación de las relaciones entre el Principado y la Iglesia.
En las palabras que me ha dirigido, ha mencionado, Señor Embajador, la reciente evolución demográfica de su país. Ésta muestra la atracción que ejerce sobre las generaciones jóvenes. Se trata sobre todo de jóvenes andorranos que vuelven al país. Por otra parte, su nación acoge también a nuevas poblaciones. Esta apertura entraña una necesaria toma de conciencia y una responsabilidad por parte de las instituciones y de cada uno. En efecto, la armonía social que podría desequilibrarse, está vinculada no sólo a un marco legislativo justo y adaptado, sino también a la calidad moral de cada ciudadano porque “la solidaridad se presenta bajo dos aspectos complementarios: el de principio social y el de virtud moral” (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, n.109).
La solidaridad se eleva al rango de virtud social cuando puede apoyarse a la vez en estructuras de solidaridad, pero también en la determinación firme y perseverante de cada persona a trabajar por el bien común, porque todos somos responsables de todos. La virtud moral, por su parte, se expresa a través de decisiones y de leyes que se ajustan a los principios éticos. Éstas consolidan la democracia y permiten a los andorranos vivir según los valores positivos milenarios, impregnados de cristianismo, y cultivar y preservar su identidad tan marcada.
Para suscitar el sentido duradero de la solidaridad, que acabo de mencionar, la educación de los jóvenes es sin duda la mejor manera. Cualquiera que sea su nivel de responsabilidad, animo a cada uno a mostrar creatividad en este ámbito, a invertir los medios necesarios, y a sembrar generosamente para el futuro, preocupándose por darle las bases éticas necesarias. Con la educación, conviene también prestar a la familia el apoyo que merece. Célula de base de la sociedad, la familia cumple su misión cuando es fomentada y promovida por los poderes públicos como primer lugar de aprendizaje de la vida en sociedad. Dando a todos los componentes de la familia la ayuda necesaria, ella facilitará eficazmente la armonía y la cohesión social. La Iglesia puede aportar una contribución positiva a la consolidación de la familia, debilitada por la cultura contemporánea.
Durante mi reciente Viaje apostólico a Barcelona, tuve el placer de ver la presencia de una bella delegación de su país. Estos fieles de todas las edades, pero especialmente jóvenes, fueron a manifestar su adhesión al Sucesor de Pedro. Querría darles las gracias por esta presencia cálida y citarles, sin querer abusar de su intermediación, para las muy próximas Jornadas Mundiales de la Juventud.
Aprovecho la oportunidad de este encuentro, Señor Embajador, para saludar calurosamente, por su mediación, a su Arzobispo y sus colaboradores, así como al conjunto de fieles católicos que viven en su país. ¡Que ellos mantengan el deseo de dar testimonio de Cristo y, de acuerdo con todos los andorranos, de construir una vida social donde cada uno pueda encontrar los caminos de plenitud personal y colectiva! Ellos darán testimonio también de la fecundidad siempre actual de la Palabra de Dios.
En el momento en que inicia su noble misión de representación ante la Santa Sede, le dirijo, Señor Embajador, mis mejores deseos para el buen cumplimiento de su misión. Tenga la certeza de que siempre encontrará en mis colaboradores la acogida y la comprensión que pueda necesitar. El pueblo de Andorra tiene una veneración particular por la Virgen María, la Virgen de Meritxell, Patrona del Co-Principado cuya fiesta nacional se celebra el 8 de septiembre, Solemnidad mariana. Confío a las Autoridades de su país y al conjunto de su población a su protección maternal. Sobre Su Excelencia, su familia y sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo andorrano y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las Bendiciones divinas.
[Traducción del original francés por Patricia Navas
©Libreria Editrice Vaticana]