CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 18 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de «L’Osservatore Romano», con el título «La política de la fraternidad» para comentar el mensaje de Benedicto XVI para la próxima Jornada Mundial de la Paz sobre «La libertad religiosa, camino para la paz».
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El antiguo dicho latino que exhorta a preparar las armas en función de la paz –si vis pacem para bellum– de alguna manera resuena en el mensaje de Benedicto XVI para la Jornada mundial que tendrá lugar el próximo 1 de enero. Pero son armas distintas de las «destinadas a matar y a exterminar a la humanidad», como subrayaba Pablo VI: en efecto, se necesitan «sobre todo armas morales, que den fuerza y prestigio al derecho internacional». Y entre estas hoy urge la libertad religiosa, sobre la cual el Papa reflexiona a partir de los horrendos actos de violencia e intolerancia que se suceden sobre todo en Irak, aunque no sólo allí.
En el mensaje papal al análisis mira a la situación internacional en su conjunto y afirma amargamente que en algunas regiones del mundo «no es posible profesar y expresar libremente la propia religión». En otras, en cambio, la intolerancia y la violencia se afirman mediante «formas más silenciosas y sofisticadas de prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos religiosos».
Sin abandonarse a énfasis retóricos y sin demasiados ejemplos, que lamentablemente no sería difícil enumerar, Benedicto XVI comienza con una afirmación incontestable: «Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe». Precisamente como en Irak, donde en Bagdad el «vil ataque» contra la catedral siro-católica asesinó a dos sacerdotes y exterminó alrededor de cincuenta fieles, pero también en otros países asiáticos y africanos, en perjuicio de las minorías religiosas. Mientras que en Europa numerosas fuerzas trabajan para renegar de la historia y los símbolos religiosos de la mayoría de los ciudadanos. Pisoteando pluralismo y laicidad, con el resultado de fomentar odio y prejuicio.
Negar la libertad religiosa y oscurecer la dimensión pública de la religión genera una sociedad injusta y va en contra de la paz. La afirmación se acompaña a una crítica radical del relativismo moral, que «es en realidad el origen de la división y negación de la dignidad de los seres humanos». Y rechazando fundamentalismo y laicismo -que el mensaje define «formas especulares y extremas de rechazo» del pluralismo y de la laicidad- el Papa repite que las religiones tienen un papel importante en el ámbito político y cultural porque pueden constituir «un factor importante de unidad y de paz».
La fuerza de las afirmaciones de Benedicto XVI se basa en la convicción de que el mundo «tiene necesidad de Dios» y en la razón, que todos pueden compartir (no es casualidad que se cite a Cicerón en un texto atravesado por la conciencia de la especificidad hebraica y cristiana). Y al recibir a cinco nuevos embajadores ante la Santa Sede, el Papa ha dicho con claridad que la Iglesia no actúa como una lobby y que su política es sólo una: la de la fraternidad.