González de Cardedal: “Hay más vitalidad pastoral que reflexión teológica”

Entrevista al autor de “La teología en España 1959 – 2009. Memoria y prospectiva”

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SALAMANCA, domingo 19 de diciembre de 2010 (ZENIT.org). Una parte importante de la historia de la teología y la fe de la España postconciliar acaba de exponerse en el libro La teología en España 1959 – 2009. Memoria y prospectiva (Madrid: Ediciones Encuentro. 597 páginas) de Olegario Gonzalez de Cardedal.

Doctor en Teología por la Universidad de Múnich, amplió los estudios en Oxford y Washington. Fue miembro de la Comisión Teológica Internacional creada por Pablo VI. Ha sido durante largos años catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, hasta su jubilación en 2005 y es miembro de la Rea Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Entre sus últimos libros se encuentran La gloria del hombre (1985), España por pensar (1985), Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología (1993), Madre y muerte (1994), Raíz de la esperanza (1996), Cuatro poetas desde la otra ladera. Prolegómenos para una cristología (1996), Cristología (2001), Fundamentos de cristología I-II (2005-2006) y El quehacer de la teología (2008). ZENIT lo entrevistó para hablar sobre su nueva publicación.

¿Cómo surgió la idea de escribir el libro?

Olegario González: Surge en parte por el hecho de mi jubilación como profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca y porque he cumplido 50 años de ministerio sacerdotal.

Al final de estas etapas de vida, uno siente la necesidad de responder al imperativo evangélico «dar cuenta del encargo recibido» y de preguntarse si se ha respondido al reto que enuncia la parábola de los talentos recibidos (Mateo 25, 14-30).

Por tanto, he sentido un triple deber. El primero es el de todo cristiano: dar cuenta al Señor de la misión recibida de él.

El segundo deber sentido es del teólogo, quien por encargo de la Iglesia debe responder en medio de ella y por ella al precepto de la carta de San Pedro “Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, estando siempre dispuestos a hacer la defensa ante todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (I Pedro 3, 15).

El tercer deber sentido es el que enuncia Platón al afirmar que todo el que ha ejercido una tarea y vivido una forma de vida debe poder dar razón de ella, acreditar su dignidad y verdad. Yo he sido tan feliz, viviendo apasionada y humildemente entregado a la teología, que he sentido la necesidad de decir al final de mi vida cuál es su verdad intelectual, su necesidad eclesial y su legitimidad cultural.

Deber, por tanto, como cristiano, como teólogo y como hombre. Por eso hace dos años publiqué el libro El quehacer de la teología. Génesis. Estructura y misión (Salamanca).

En él, expongo los problemas fundamentales con los que se encuentra la teología hoy como ciencia de Dios (técnica, carisma, forma de vida) desde la fe en la Iglesia.

En el libro actual, expongo (memoria e historia) el lugar que la teología ha ocupado en la Iglesia y en la sociedad española, sobre el fondo de Europa, durante los últimos cincuenta años.

– ¿Por qué quiso centrarse en la teología católica en su país?

Olegario González: En el último medio siglo de la vida española, ha habido tales transformaciones que prácticamente asistimos a una fase nueva en su historia. El libro parte de una fecha clave para nuestra Iglesia y sociedad, el año 1959, y hace el recorrido hasta el 2009, en el que yo creo que se cierra una época en la que hemos vivido a remolque de lo anterior: posfranquismo, postconcilio, postransición, postsocialismo,…

Ahora ya estamos en tierra nueva y no después de nadie sino ante todo. En este medio siglo se han transformado internamente la sociedad española, la Iglesia en relación con ella y la misión de la teología.

Como la Iglesia se ha visto muy implicada en nuestra historia nacional reciente, he querido recordar cuáles han sido sus acciones e intenciones, ya que la historia no está del todo cumplida hasta que no es interpretada por quienes la han hecho.

Y extrañamente esta historia de la Iglesia española la están interpretando ahora quienes no la vivieron o quienes viendo esa Iglesia desde fuera proyectan sobre ella intentos y proyectos que nunca tuvo.

Yo he sido en mínima medida espectador, protagonista y ahora historiador de ese medio siglo. No es fácil ser esas tres cosas a la vez. Eso expresa los límites y debilidades posibles de mi interpretación.

En el prólogo, invito a todos (sacerdotes, obispos, seglares, religiosos y religiosas) a darnos el testimonio de su experiencia durante este periodo. Será la sinfonía de esas voces múltiples la que logrará la interpretación más objetiva de esos años.

Hacer memoria agradecida de la gracia de Dios es una sagrada tarea. San Agustín la cumplió de manera admirable en su obra Confesiones. Como él, nosotros debemos también a Dios la confesión de nuestra fe, de nuestra alabanza y de nuestros pecados.

Pero, a la vez, esa palabra la debemos también a la propia Iglesia, a la sociedad y no en último lugar a los no creyentes.

– El libro gira en torno a tres binomios: relación teología–Iglesia, Iglesia–sociedad y España–Europa. Estos tres binomios son como la rueda que internamente mueve el libro. ¿Cómo cambiado la vida de la fe en su país?

Olegario González: La historia de la España actual hay que comenzar a leerla a partir del decenio 1930–1940 por el drama que supusieron la República, la guerra civil, la postguerra y la Segunda Guerra Mundial.

Las décadas de los 50 y los 60 son decisivas: tienen lugar la reconstrucción interna de España, el Congreso eucarístico internacional de Barcelona en el 1952, el Concordato de España con la Santa Sede en 1953 y los Pactos de España con Estados Unidos.

En 1959, con la convocatoria del Concilio Vaticano II por Juan XXIII, se abre para España una nueva fase, no sólo para la Iglesia sino para toda la sociedad, por vivir entonces en un régimen en el que política, derecho, ética y religión iban casi indisolublemente unidos.

Por eso, los documentos del Concilio, siendo por su naturaleza primero y sólo textos teológicos, sin embargo tendrán una repercusión social y política decisiva para todos los órdenes en España.

El año 1959 es muy importante también por otras razones: comienzo de los planes de desarrollo y de la ulterior industrialización de España, final del mundo y economía rural con la consiguiente emigración al extranjero o del campo a la ciudad, fundación de ETA, venida de Eisenhower a España dándole así al regimen una legitimación  moral.

El Concilio Vaticano II fue para nosotros un susto y un respiro, un vuelco y una crisis. Después vinieron la transición constitucional de un régimen dictatorial a un régimen democrático, el paso de un partido socialista al poder por primera vez de forma democrática pacífica, la apertura y la pertenencia a la Unión Europea. Clave fue la separación entre Iglesia y Estado, con el comienzo de una sociedad libre y plural.

El discurso del pluralismo, la presencia de otros grupos religiosos, el laicismo, el islam, la inmigración masiva, el endurecimiento del problema regional, la pérdida de una cohesión unitaria, las nuevas posibilidades y desafíos que todo ello plantea a la Iglesia y a la teología, los problemas que hay que discernir y las primacías que hay que establecer. De todo eso, más o menos, habla el libro.

-Un libro que habla de la presencia, memoria y perspectiva de la teología en España…

Olegrario González: La primera parte, Presencia, es como una especie de fotografía hecha hoy, tanto de la Iglesia española como de la teología dentro de ella y en la sociedad.

En la segunda parte, Memoria, recojo y actualizo textos que fui haciendo en cad
a uno de los decenios: en 1965, 1978, 1986, etcétera.

Se trata de análisis elaborados sobre la marcha con la voluntad de tomar la vida en propia mano, reflexionando para no dejarme arrastrar o anegar por la inmediatez de los acontecimientos.

Allí hay, por ejemplo, un capítulo que es una mirada a la teología del siglo XX, donde elijo 100 libros y 100 autores que me parecen una expresión característica de lo que fueron la fe, la misión, la teología y la acción de la Iglesia en ese siglo.

En la tercera parte, Memoria y prospectiva, analizo lo que puede ser nuestro futuro y las responsabilidades que nos entrega.

Allí hablo de las instituciones teológicas, de la situación actual tanto del profesorado como del alumnado: aquí estamos ante urgentes decisiones drásticas si no queremos hundirnos en el abismo de una nueva decadencia similar a la que vivimos en el siglo XIX y primera mitad del XX.

Como apéndice, además de una bibliografía, hay listas de los teólogos y profesores de teología, tanto de las órdenes religiosas como del clero secular, más significativos de este medio siglo.

Todas las listas son siempre problemáticas, porque es muy difícil saber quiénes fueron los más fecundos en su momento y cuales son los más válidos hoy

– Algunos dicen que su libro es un homenaje al Concilio y a los teólogos y movimientos que lo inspiraron, promovieron y aplicaron sin reservas.

Olegario González: Soy hijo de los hombres de esa generación. En el libro hablo de muchos de ellos: de los anteriores al Concilio, de los que protagonizaron ese admirable acontecimiento de la Iglesia y de los que han surgido después.

Es muy difícil señalar algunos, ya que habría que diferenciar y enumerar a los grandes en exégesis, a los grandes historiadores, a los grandes en teología sistemática, en liturgia, en patrología, en ecumenismo, en pastoral, en espiritualidad…

Todos ellos forman el coro de la voz orante, pensante y testimonio de la Iglesia católica; unos se remiten a los otros y se completan entre sí. Ningún área ni ningún teólogo es completo ni se basta a sí mismo.

Pero si yo, que pertenezco al área sistemática de la teología, tuviera que elegir cuatro nombres como símbolo ejemplar del resto, estos serían aquellos a quienes, como ejemplos, maestros y protectores, tengo encendida una vela en el altar de mi alma: los franceses Lubac y Congar, por su sensibilidad bíblica, histórica y espiritual; y los germanos Rahner y Balthasar, por su potencia pensante, su capacidad sistemática, su sintonía con el ecumenismo, su aliento católico y su diagnosis de la conciencia actual.

Sin embargo, yo, aunque siento un inmenso agradecimiento a esas dos culturas, no soy germanófilo ni francófilo apasionado.

Estoy vuelto a la historia de la espiritualidad, filosofía y mística españolas: creo que son una fuente extraordinaria y providencial todavía para nuestra teología.

Las debemos cultivar y, sin ningún ingenuo nacionalismo, debemos ser fieles a una teología específicamente hispánica precisamente hoy, en conexión a la vez con los cuatro o cinco grandes pensadores españoles de nuestro último medio siglo. De ello se habla detenidamente en el libro.

– España, un país tres veces visitado por Juan Pablo II, y si Dios quiere será el año que viene también la tercera vez que lo visite Benedicto XVI. ¿Habla usted de la influencia de estas visitas en la fe de los españoles?

Olegario González: Juan Pablo II estuvo en Salamanca y habló en el auditorio magno de nuestra universidad que ahora lleva su nombre, desde donde se dirigió a los teólogos en España.

Guardamos en la memoria sus discursos, que tuvieron la gracia y fuerza de devolver a muchos españoles la alegría de ser católicos, la conciencia de su unidad y de la pertenencia a una Iglesia universal, que no se agota en cada lugar y que se puede enriquecer con la riqueza de todas las demás experiencias y riquezas fraternas, tanto de su unidad como de su catolicidad.

Este hecho yo lo uniría con la visita de Benedicto XVI, con sus admirables alocuciones y homilías en Santiago de Compostela sobre Dios en Europa: “Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios”. (Homilía en la plaza del Obradoiro).

“Tenemos que superar ese legado envenenado del siglo XIX. Dios no es el antagonista sino el amigo del hombre”.

En Barcelona, nos invitó a descubrir y a cultivar la relación existente entre fe y belleza, entre culto y cultura, entre gratuidad y eficacia. Un culto que tiene su centro en la Eucaristía, en la que converge todo el universo material y espiritual (tal como el arquitecto Gaudí lo ha expresado en su milagro artístico de la Sagrada Familia) y en la que se arraiga la fe y se funda la unidad de la Iglesia, pues el cuerpo eucarístico es el que suscita y sostiene el cuerpo eclesial.

Yo invitaría a asumir estos textos como un bello programa para vivir la fe con lucidez y realismo, a la vez que para redescubrir, con inmensa confianza y alegría, la responsabilidad de ser cristianos en España a la altura de nuestro tiempo.

– ¿Ve con esperanza la visita de Benedicto XVI a Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud?

Olegario González: Es muy importante para la Iglesia y para España, porque el futuro es de los jóvenes, de quienes se están preparando hoy para la fe y para el servicio al Evangelio.

De su generosidad espiritual, de su eficacia profesional, de su entrega solidaria y de su vitalidad evangélica van a depender el mundo y la Iglesia.

El hecho de que se reúnan esos millones de jóvenes es ya un signo de la vitalidad de la Iglesia y  exigencia para  una dinamización de la fe al servicio del Evangelio como buena nueva de sentido y de justicia, de paz y de perdón para los hombres.

Tales experiencias de encuentro en la fe, de unidad, de comunión y de catolicidad han sido siempre humanas ocasiones para divinas llamadas al ministerio apostólico, a la vida religiosa, a una existencia secular transparente para Dios y para Cristo.

Durante estos meses previos vivimos expectantes y orantes, implorando de rodillas a Dios que nos dé fuerzas para responder a su esperanza y a la esperanza, explícita o implícita, de los jóvenes que vendrán a encontrase con Dios y con Cristo, ayudados por la palabra de Benedicto XVI en Madrid.

-Los últimos capítulos del libro llevan por título La teología del futuro y El teólogo del futuro. ¿Cómo ve el futuro de la fe de su país?

Olegario Gonzalez: España es un país de una rica vitalidad católica, con  viejas instituciones consolidadas y acreditadas, junto a nuevos movimientos, grupos, comunidades e  iniciativas en múltiples órdenes (social, contemplativo, misionero, asociativo).

Hoy estamos pasando por unos momentos espiritual, cultural y políticamente no fáciles: rupturas en los cauces  anteriores de transmisión de la fe sin encontrar los equivalentes nuevos, indiferencia religiosa, pérdida de aliento apostólico en la propia Iglesia, caída aguda de las vocaciones al ministerio apostólico, secularización de las conciencias, resaca de  grupos con un anticlericalismo trasnochado.

Tenemos casi cinco millones de personas sin empleo con gravísimas crisis de familias, de personas, de pequeñas empresas, de los emigrantes y de los más pobres sobre todo.

La Iglesia, a través de todas sus parroquias, de sus grupos y de instituciones como Caritas, está prestando un admirable servicio a la sociedad.

En este sentido instituciones como Manos Unidas y Caritas son un símbolo y un lugar de referencia para el servicio, atención y caridad, reconocidos por t
odos.

Junto a esto, mi impresión es que hay más vitalidad espiritual y pastoral que reflexión teológica: ésta no está a la altura de aquellas para guiarlas, nutrirlas y corregir su curso en casos necesarios.

En el cristianismo tiene que haber una correlación entre la fe y las obras, entre la razón y el corazón, la acción y la oración, la reflexión y la vida.

Si esta proporcionalidad o correlación no se da, estamos ante el peligro de que la fe sucumba a la magia o a la política y de que la Iglesia se convierta en pura institución social, moral o cultural.

En este sentido, hago una invitación a integrar la razón histórica y la experiencia eclesial, a cultivar la teología en sus diversos niveles: desde los más estrictamente rigurosos, científicos y críticos de la universidad, hasta las escuelas populares de teología en las parroquias, grupos profesionales, comunidades y movimientos; a pensar, escribir y actuar teológicamente.

Uno casi se sonroja al comprobar la baja lectura de obras teológicas serias y la proliferación de una inmensa masa de folletos, meramente psicologizantes, piadosos en forma pervertida, de mera autocomplacencia, autoayuda o autoestima. ¿Cómo se explica si no esa especie de epidemia que son los libros de Anselm Grünn  y W. Jäger?

No hablo, por supuesto, de ellos como autores, que generosamente quieren responder a necesidades sentidas por muchos, sino del fenómeno como tal, es decir, de su demanda y primacía, de su recepción y utilización.

¿Qué debilidad intelectual reina en la Iglesia en un momento que el Papa nos invita incesantemente al ejercicio riguroso de la razón, al dialogo con la Ilustración, al encuentro con la increencia?

Él precisamente acaba de escribir en su libro Luz del mundo que por algo habrá querido Dios que en este mundo un teólogo sea papa o que haya un papa teólogo.

Al final del libro, hago una especie de semblanza del profesor de teología, con su dimensión moral, intelectual y religiosa.

Hablo de la pastoral de la inteligencia y de cómo dar razón de la fe en los espacios públicos y del necesario diálogo permanente con la ciencia, la universidad y las mentalidades nuevas.

Ser humildes pero gloriosos, amigos y críticos contemporáneos de los hombres a los que les ofrecemos el Evangelio, es nuestra tarea y obligación como teólogos.

 

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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