BELÉN, sábado, 25 diciembre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Fouad Twal, durante la Misa del Gallo en la Nochebuena que presidió en la iglesia de Santa Catalina de Belén.
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«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva sobre su hombro el señorío; proclaman su nombre:
‘Consejero admirable, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz'» (Isaís 9,5)
Queridos hermanos y hermanas:
¡Feliz Navidad!
Os doy a todos la bienvenida, y, particularmente al señor presidente Mahmoud Abbas, así como al primer ministro, el señor Salam Fayaad, acompañados de su delegación: gracias por vuestra presencia entre nosotros.
Navidad es una fiesta para todos los habitantes de la Tierra Santa, y para todos los artífices de Paz.
Saludo a los peregrinos que nos acompañan en esta noche, a todos los fieles de Palestina, Jordania e Israel, y también a todos aquellos que nos acompañan en este momento gracias a los medios de comunicación.
Queridos hermanos y hermanas,
Ya desde hace milenios, nuestros antepasados en la fe rezaban: «Que los cielos destilen el rocío, y las nubes lluevan la justicia. Que se abra la tierra y germine la salvación». (Is 45, 8).
Toda la Creación sufría, gemía: ella esperaba la Salvación anunciada. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Salvador prometido nació en la Gruta de Belén. Es, entonces, que los Ángeles anunciaron la Buena Noticia a simples pastores que velaban sus rebaños, no lejos de aquí. Es a ellos que los ángeles harán oír su canto: «Gloria a Dios en lo más Alto del Cielo y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. Os ha nacido hoy un Salvador en la ciudad de David: que es Cristo, el Señor». (Lc 2, 10-11).
¡Se trata verdaderamente de una Buena Noticia, pues numerosos son los males de los que tenemos necesidad de ser salvados!
Tenemos necesidad de ser sanados de todas nuestras heridas espirituales, causa de sufrimiento para nosotros y para nuestro entorno.
El Niño de Belén, nacido en una gruta, nos da también una enseñanza de humildad, de simplicidad, de dulzura, en nuestro mundo construido sobre la fuerza y la voluntad de poder. Toda la vida de Jesús nos invita a esto: «quien quiera ser grande que se haga vuestro servidor» y también: «el que se eleve será humillado, y el que se abaje será elevado» (Mt 20, 26 y Mt 23, 12).
Este Divino Niño ha nacido en el seno de una familia unida, que tenía la experiencia del Amor y de la ternura. La familia es esencial para la vida y el buen desarrollo de la persona: el hombre nace y crece en la cuna de amor de la familia, que es también la primera célula de la sociedad. Si la familia es sana, es el conjunto de la sociedad que se beneficia. De igual modo, los desgarros en su seno y la falta de consideración que se le dirigen tienen consecuencias nefastas sobre el conjunto del cuerpo social. Cada familia está invitada por Cristo a seguir el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret.
Navidad nos recuerda el valor único de la vida humana, que es un don de Dios. Cada niño nacido o por nacer tiene una dignidad única y merece un gran respeto, pues es creado a imagen del Niño de la Gruta. ¡Cómo es doloroso constatar que millones de abortos son cometidos cada año en el mundo, a causa del egoísmo y de la dureza de corazón, a causa del rechazo de la vida que comienza desde los primeros instantes de la concepción! ¡Y cómo es doloroso el pensar en los sufrimientos de quien comete tales acciones: son heridas que destruyen a las personas en lo más profundo de su ser! Estas personas tienen necesidad de ser ayudadas y de dirigirse al Dios de misericordia.
Estamos, de igual modo, entristecidos por las difíciles situaciones en las cuales crecen alrededor del 80% de los niños de la Humanidad. Pensamos particularmente en los niños de nuestros países de Oriente Medio, que se encuentran debajo del nivel de la pobreza. Muchos conocen condiciones precarias, en los campos de refugiados, o bien, viven situaciones familiares dramáticas, privados de la ternura de sus padres.
En un mundo herido por la violencia y el integrismo, que legitima las peores acciones, llegando hasta los asesinatos en las iglesias, el Niño de Belén viene a recordarnos que el primer mandamiento es el del Amor. Él nos enseña el perdón y la reconciliación, incluso con nuestros enemigos. «Vosotros habéis oído que ha sido dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues bien, Yo os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por quienes os persiguen, a fin de ser verdaderos hijos de vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 43-45).
Jesús es, de igual modo, portador de un mensaje de unidad, para nuestras familias, nuestros barrios o entre nuestros pueblos. Esta enseñanza se dirige también a los responsables de las naciones, que tienen en mano el destino de las naciones.
El Apóstol Pablo nos recuerda esta exigencia de la unidad querida por Cristo mismo: «Yo, que estoy en prisión a causa del Señor, os exhorto a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados: con toda humildad, dulzura y paciencia, soportándoos unos a otros con amor; poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza a que habéis sido llamados» (Ef 4, 1-4).
Queridos hermanos y hermanas,
Quisiera dirigiros algunas palabras sobre el tema del Sínodo para Oriente Medio que ha tenido lugar en Roma en octubre pasado. Los padres sinodales han dirigido en dicha ocasión un Mensaje al Pueblo de Dios, así como recomendaciones que deseamos poner en práctica gradualmente. Entre los principales temas están el de la comunión, la caridad fraterna, la colaboración, la apertura a los otros, el diálogo y la ciudadanía. El diálogo es una disposición de corazón, un valor indispensable en todos los niveles: ante todo, entre las diferentes iglesias católicas de Oriente Medio, que pasa por la colaboración entre los diferentes Patriarcados, pero también a nivel interconfesional e interreligioso. Este diálogo es un imperativo, es la respuesta al ateísmo moderno y a los integrismos que amenazan al Pueblo de Dios. Así, el fanatismo ha recientemente golpeado la comunidad cristiana de Irak de una manera trágica. Tales acciones son unánimemente condenadas por cristianos y musulmanes.
El Mensaje del Sínodo invita a intensificar el diálogo con nuestros hermanos judíos y musulmanes: se trata de reunirnos en torno a nuestros valores comunes, que son numerosos, como la oración, la piedad, el ayuno, la limosna y, sobre todo, los valores éticos.
En esta Navidad, deseamos que Jerusalén llegue a ser no solamente la capital de dos Naciones, sino también un modelo para el mundo entero de buen entendimiento y de coexistencia entre las tres religiones monoteístas.
Nuestro deseo para esta fiesta es que el sonido de las campanas de nuestras iglesias cubra el ruido de las armas en nuestro Oriente Medio herido. ¡Que la alegría se dibuje sobre todos los rostros, que la alegría penetre todo los corazones!
Rezamos por la paz: deseamos que ella descienda sobre el pueblo de Israel así como sobre el pueblo Palestino y sobre todo el Oriente Medio, a fin que nuestros niños puedan vivir y crecer en un entorno sereno.
Queridos hermanos y hermanas, queridos peregrinos, queridos amigos, ¡la paz del Niño de la Gruta esté con vosotros! No nos dejéis solos en estas situaciones difíciles. Rezad por nosotros, nosotros haremos lo mismo por vosotros. ¡Feliz Navidad!