CIUDAD DEL VATICANO, jueves 3 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy al nuevo embajador de Austria ante la Santa Sede, Alfons M.Kloss, en la audiencia celebrada con motivo de la presentación de sus Cartas Credenciales.
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Queridísimo embajador,
Con placer acepto las Cartas mediante las cuales el presidente de la República de Austria lo ha acreditado como embajador extraordinario y plenipotenciario en la Santa Sede. Al mismo tiempo la agradezco sus cordiales palabras con las cuales ha expresado también la cercanía del presidente y del gobierno al Sucesor de Pedro. Quiero mandar al presidente, al canciller y a los miembros del gobierno así como a todos los ciudadanos de Austria, mis afectuosos saludos y quiero expresar la esperanza que tengo en que las relaciones entre la Santa Sede y Austria continúen dando frutos en el futuro.
La cultura, la historia y la vida cotidiana de Austria, “tierra de catedrales” (Himno Nacional), están marcadas profundamente por la fe católica. Lo he podido constatar también durante mi visita pastoral a ese país y durante la peregrinación a Mariazell hace cuatro años. Los fieles, que he podido encontrar, representan a los millares de hombres y mujeres de todo el país, que con su vida de fe en la cotidianeidad y la disponibilidad a los demás, muestran los rasgos más nobles del hombre y difunden el amor de Cristo. Al mismo tiempo Austria es un país en el cual la coexistencia pacífica de varias religiones y culturas tiene una larga tradición. “En el amor reside la fuerza”, decía ya el viejo himno popular en tiempos de la monarquía. Esto también vale para la dimensión religiosa que tiene sus raíces en lo más profundo de la conciencia del hombre y por eso pertenece a la vida de cada individuo y a la convivencia de la comunidad. La patria espiritual, como punto de apoyo, de la que tienen necesidad muchas personas que viven una situación laboral de mayor movilidad y en constante movimiento, debería poder existir públicamente y en un clima de convivencia pacífica con el resto de confesiones de fe.
En muchos países europeos, la relación entre el estado y la religión está afrontando una tensión particular. Por una parte las autoridades políticas se cuidan de no conceder espacios públicos a las religiones, entendiéndolas como ideas de fe meramente individuales de los ciudadanos. Por la otra, se busca aplicar los criterios de una opinión pública secular a las comunidades religiosas. Parece que se quiera adaptar el Evangelio a la cultura y, sin embargo, se busca impedir, de un modo casi vergonzante, que la cultura sea plasmada por la dimensión religiosa.
A pesar de lo dicho, se debe tener en cuenta la actitud de algunos estados de la Europa Central y Oriental, que, buscan dar espacios a las cuestiones fundamentales del hombre, la fe en Dios y la fe en la salvación por medio de Dios, La Santa Sede ha podido observar con satisfacción algunas actividades del gobierno austriaco en este sentido, la importante posición asumida con relación a la llamada “sentencia del crucifijo” (Kreuzurteil) del Tribunal Europeo de los derechos del hombre, o la propuesta del ministro de Asuntos Exteriores “que no sólo el nuevo servicio europeo para la Acción externa, observe la situación de la libertad religiosa en el mundo, sino que también redacte regularmente un informe y lo presente al ministro de asuntos exteriores de la Unión Europea” (Austria Press Agentur, 10 de diciembre de 2010).
El reconocimiento de la libertad religiosa permite a la comunidad eclesial desarrollar sus múltiples actividades, que benefician a toda la sociedad. Se hace referencia a los varios institutos de formación y servicios caritativos gestionados por la Iglesia, que usted, señor embajador, ha citado.
El esfuerzo de la Iglesia por los necesitados hace evidente el modo en el que resulta portavoz de las personas desfavorecidas. Este esfuerzo eclesial, que en la sociedad recibe amplio reconocimiento, no se puede reducir a mera beneficencia.
Sus raíces más profundas están en Dios, en el Dios que es amor. Por esto es necesario respetar plenamente la acción propia de la Iglesia, sin convertirla en uno de los muchos servicios de prestación social. Es necesario considerarla en la totalidad de su dimensión religiosa. Por tanto siempre es combatir el aislamiento egoísta del hombre. Todas las fuerzas sociales tienen la tarea urgente y constante de garantizar la dimensión moral de la cultura, la dimensión de una cultura que sea digna del hombre y de su vida en comunidad. Por esto la Iglesia católica trabajará con todas sus fuerzas por el bien de la sociedad.
Otra intención importante de la Santa Sede es una política equilibrada destinada a la familia. Esta ocupa un espacio en la sociedad que supone los cimientos de la vida humana. El orden social encuentra un apoyo esencial en la unión esponsal del hombre y de la mujer, que está dirigida también a la procreación. Por esto el matrimonio y la familia exigen una tutela especial por parte del estado. Son para todos sus miembros una escuela de humanidad con efectos positivos para los individuos además de para la sociedad. De hecho la familia está llamada a vivir y a tutelar el amor recíproco y la verdad, el respeto y la justicia, la fidelidad y la colaboración, el servicio y la disponibilidad hacia los demás, en particular hacia los más débiles.
Sin embargo, la familia con muchos hijos es a menudo, perjudicada. Los problemas en este tipo de familias, como por ejemplo un potencial alto de conflictividad, bajo nivel de vida, difícil acceso a la formación , endeudamiento y aumento de los divorcios, hacen pensar que deberían ser eliminadas de la sociedad. Además, es necesario lamentar que la vida de los neonatos no recibe una tutela suficiente, y además a menudo se les reconoce un derecho de existencia secundario respecto a la libertad de decisión de sus padres.
La edificación de la casa común europea puede llegar a buen puerto sólo si este continente es consciente de sus propias raíces cristianas y si los valores del Evangelio además de la imagen cristiana del hombre son, también en el futuro, el fermento de la civilización europea. La fe vivida en Cristo y el amor activo por el prójimo, reflejando la palabra y la vida de Cristo y el ejemplo de los santos, deben pesar más en la cultura occidental cristiana. Sus compatriotas, proclamados santos recientemente como Franz Jägerstätter, sor Restituta Kafka, Lasdislaus Batthyány-Strattman y Carlos de Austria, nos pueden ofrecer perspectivas más amplias. Estos santos, a través de distintos caminos de vida, se ofrecieron con la misma dedicación al servicio de Dios y de su mensaje de amor hacia el prójimo. Así nos dejan un ejemplo de guía en la fe y de su testimonio de comprensión entre los pueblos.
Finalmente, señor embajador, deseo asegurarle que en el desarrollo de la importante misión que le ha sido confiada puede contar con mi apoyo y el de mis colaboradores. Le encomiendo a usted, a su familia y a todos los miembros de la embajada de Austria en la Santa Sede a la beata Virgen María, la Magna Mater Austriae, y le doy de corazón a usted y todo el amado pueblo austriaco la Bendición Apostólica.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez
©Copyright 2011 Libreria Editrice Vaticana]