CIUDAD DEL VATICANO, viernes 4 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el texto del prefacio escrito por el Papa Benedicto XVI al Youcat, el subsidio al Catecismo de la Iglesia Católica destinado a los jóvenes, de cara a la próxima Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, difundido por L’Osservatore Romano.
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¡Queridos jovenes amigos! Hoy os aconsejo la lectura de un libro extraordinario.
Es extraordinario por su contenido pero también la forma en que se compuso, que yo deseo explicaros brevemente, para que se pueda comprender su particularidad. Youcat ha tomado su origen, por así decirlo, de otra obra que se remonta a los años 80. Era un periodo difícil tanto para la Iglesia como para la sociedad mundial, durante el cual se previó la necesidad de nuevas orientaciones para encontrar un camino hacia el futuro. Después del Concilio Vaticano II (1962-1965) y en el cambiado ambiente cultural, muchas personas ya no sabían correctamente qué debían creer propiamente los cristianos, qué enseñaba la Iglesia, si ésta podía enseñar algo tout court, y cómo todo esto se podía adaptar al nuevo clima cultural.
¿El Cristianismo en cuanto tal no está superado? ¿Se puede aún hoy razonablemente ser creyente? Estas son las preguntas que aún hoy muchos cristianos se plantean. El papa Juan Pablo II se resolvió entonces por una decisión audaz: decidió que los obispos de todo el mundo escribieran un libro con el que responder a estas preguntas.
Él me confió la tarea de coordinar el trabajo de los obispos y de velar para que de las contribuciones de los obispos naciese un libro – quiero decir un verdadero libro, y no una simple yuxtaposición de múltiples textos. Este libro debía llevar el título tradicional el Catecismo de la Iglesia Católica, y con todo ser algo absolutamente estimulante y nuevo; debía mostrar qué cree hoy la Iglesia católica y de qué modo se puede creer de forma razonable. Me quedé sustado ante esta tarea, y debo confesar que algo parecido pudiese llevarse a cabo. ¿Cómo podía suceder que autores que están desperdigados en todo el mundo pudiesen producir un libro legible?
¿Cómo podían hombres que viven en continentes diversos, y no solo desde el punto de vista geográfico, sino también intelectual y cultural, producir un texto dotado de una unidad interna y comprensible en todos los continentes?
A esto se añadía el hecho de que los obispos debían escribir no simplemente a título de autores individuales, sino en representación de sus hermanos y de sus Iglesias locales.
Debo confesar que también hoy me parece un milagro el hecho de que este proyecto al final se haya conseguido. Nos encontrábamos tres o cuatro veces al año durante una semana y discutíamos apasionadamente sobre cada una de las porciones de texto que mientras tanto se habían desarrollado.
En primer lugar hubo que definir la estructura del libro: debía ser sencilla, para que cada grupo de autores pudiese recibir una tarea clara y no tuviesen que forzar sus afirmaciones en un sistema complicado. Es la misma estructura que este libro; está tomada sencillamente de una experiencia catequética larga en siglos: qué creemos / de qué forma celebramos los misterios cristianos / de que modo tenemos la vida en Cristo / de que forma debemos rezar. No quiero ahora explicar cómo nos enfrentamos en la gran cantidad de preguntas, hasta que no resultó de allí un verdadero libro. En una obra de este género son muchos los puntos discutibles: todo lo que los hombres hacen es insuficiente y puede ser mejorado, y a pesar de ello se trata de un gran libro, un signo de unidad en la diversidad. A partir de muchas voces se pudo formar un coro pues teníamos la partitura común de la fe, que la Iglesia nos ha hecho llegar desde los apostoles, a través de los siglos, hasta hoy.
¿Por qué todo esto?
Ya entonces, en el tiempo de la redacción del CCC, tuvimos que constatar no sólo que los continentes y las culturas de sus pueblos son diferentes, sino también que dentro de cada sociedad existen “continentes” distintos: el obrero tiene una mentalidad distinta de la del campesino, y un físico distinta de la de un filólogo; un empresario distinta de la de un periodista, un joven distinta de la de un anciano. Por este motivo, en el lenguaje y en el pensamiento, tuvimos que ponernos por encima de todas estas diferencias, y por así decirlo, buscar un espacio común entre los diferentes universos mentales; con ello fuimos siendo cada vez más conscientes de que el texto requería “traducciones” en los diversos mundos, para poder llegar a las personas con sus diferentes mentalidades y problemáticas distintas. Desde entonces, en las Jornadas Mundiales de la Juventud (Roma, Toronto, Colonia, Sydney) se han encontrado de todo el mundo jóvenes que quieren creer, que están a la búsqueda de Dios, que aman a Cristo y desean caminos comunes. En este contesto nos preguntamos si no deberíamos intentar traducir el Catecismo de la Iglesia Católica a la lengua de los jóvenes y hacer penetrar sus palabras en su mundo. Naturalmente, también entre los jóvenes de hoy hay muchas diferencias; así, bajo la probada guía del arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, se compuso un Youcat para los jóvenes. Espero que muchos jóvenes se dejen fascinar por este libro.
Algunas personas me dicen que el catecismo no interesa a la juventud de hoy; pero yo no creo en esta afirmación y estoy seguro de que tengo razón. Ésta no es tan superficial como se la acusa de ser; los jóvenes quieren saber en qué consiste de verdad la vida. Una novela criminal es irresistible porque nos implica en la suerte de otras personas, pero que podría ser también la nuestra; este libro es irresistible porque nos habla de nuestro propio destino y que por ello nos afecta de cerca a cada uno de nosotros.
Por este motivo os invito: ¡estudiad el Catecismo! Este es mi deseo de corazón.
Este subsidio al Catecismo no os adula. No ofrece soluciones fáciles, exige una vida nueva por vuestra parte; os presenta el mensaje del Evangelio como “la perla preciosa” (Mt 13,45) por la cual es necesario dar cualquier cosa. Por esto os pido: ¡estudiad el Catecismo con pasión y perseverancia!
¡Sacrificad vuestro tiempo por ello! Estudiadlo en el silencio de vuestra habitación, leedlo entre dos, si sois amigos formad grupos y redes de estudio, intercambiad ideas en Internet. ¡Continuad de todas las formas posibles el diálogo sobre vuestra fe!
Debéis conocer aquello que creéis; debéis conocer vuestra fe con la misma precisión con la que un especialista en informática conoce el sistema operativo de un ordenador; debéis conocerla como un músico conoce la pieza; sí, debés estar profundamente enraizados en la fe de las generaciones de vuestros padres, para poder resistir con fuerza y decisión en los desafíos y las tentaciones de este tiempo. Necesitáis la ayuda divina, si vuestra fe no quiere secarse como una gota de rocío al sol, si no queréis sucumbir a la tentación del consumismo, si no queréis que vuestro amor se ahogue en la pornografía, si no queréis traicionar a los débiles y a las víctimas de abusos y de violencia.
Si os dedicáis con pasión al estudio del catecismo, querría daros un último consejo: sabéis todos como ha sido herida la comunidad de los creyentes por los ataques del mal en los últimos tiempos, por la penetración del pecado en el interior, incluso en el corazón de la Iglesia. No uséis esto como pretexto para huir de la mirada de Dios, ¡vosotros mismos sois el cuerpo de Cristo, la Iglesia! Llevad el fuego intacto de vuestro amor en esta Iglesia cada vez que los hombres le han oscurecido el rostro. “Con solicitud incansable y fervor de espíritu, servid al Señor” (Rom 12,11)
Cuando Israel estaba en el punto más oscuro de su historia, Dios llamó, no a las personas importantes o consideradas, sino a un jo
ven llamado Jeremías, el cual se sintió desbordado por una misión demasiado grande: “Yo respondí: ¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven”. (Jer 1,6). Pero Dios no se dejó engañar: “El Señor me dijo: No digas: Soy demasiado joven, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene” (Jer 1,7).
Os bendigo y rezo todos los días por vosotros.
Benedicto pp. XVI
[Traducción del italiano realizada por ZENIT
© Copyright 2011 – Libreria Editrice Vaticana]