Promover el derecho a la libertad religiosa

Por monseñor Giampaolo Crepaldi*

ROMA, viernes 11 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- En nuestro tiempo el derecho de libertad religiosa implica una serie de problemas políticos muy complejos a los que el católico no está siempre preparado. Se trata de un tema delicado y con múltiples facetas. Requiere por tanto una serie de precisiones de gran importancia, con el fin de que se pueda tener un comportamiento político correcto. Las dos primeras cosas que hay que observar es la gran falta de respeto hacia este derecho en la sociedad actual, y por otro lado su importancia para la convivencia civil. Comenzamos por el primero aspecto.

Hoy la gran mayoría de la población mundial vive en contextos políticos en los cuales no hay respeto por la libertad religiosa. Por tanto muchas personas no tiene conciencia de la existencia de este derecho y son instruidas en todo lo contrario. Esto sucede en los regímenes políticos declaradamente ateo y que luchan contra la religión desde un punto de vista ideológico como China o Cuba; sucede en regímenes fundamentalistas, como Irán o Arabia Saudí, donde el resto de religiones son prohibidas y reprimidas; sucede incluso en los regímenes democráticos occidentales cuando se ejerce un materialismo práctico que lo que combate, antes que nada culturalmente, es el hecho religioso; ocurre, finalmente, en los regímenes democráticos occidentales que han asumido un integralismo laicista y que combaten de forma legislativa o política, la religión, mediante formas verdaderas de persecución.

En los mismos países occidentales de tradición cristiana se pretende la prohibición de los símbolos religiosos en lugares públicos, el rechazo a la enseñanza de la religión en las escuelas públicas e incluso la instauración de una educación o instrucción sin ninguna referencia a Dios, la abolición de la celebración religiosa de la Navidad o la declaración del domingo como día laborable.

A menudo este hecho se realiza con la pretensión de favorecer la liberta religiosa, lo que demuestra que se necesita aclarar muchos puntos. Por lo que respecta a los cristianos, es necesario reconocer que está en proceso, desde hace mucho tiempo y en varias partes del mundo, una verdadera persecución violenta, como documentan los informes de los distintos organismos internacionales, que denuncian, en medio de la indiferencia generalizada, estos trágicos hechos.

Como contrapunto a esta imagen está el importante reconocimiento de la libertad religiosa para la convivencia social. Junto al derecho a la vida, el de la libertad religiosa es el derecho del hombre más importante, y el derecho a creer que verdugo y víctima no están en el mismo plano, derecho que sólo un principio “totalmente Otro” puede garantizar. El derecho a la libertad religiosa permite que todos los derechos no se basen sobre deliberaciones humanas, sino sobre lo absoluto de Dios, y por tanto lo sustrae a la disponibilidad humana.

Viceversa, si los derechos son sólo convencionales y no absolutos, pueden ser cambiados a nuestra discreción, sólo que en este caso no podrían fundar de manera estable la convivencia social y el respeto a la persona. En muchos estados esta dimensión absoluta es asumida por la política, haciendo referencia a Dios en la Constitución o que su Presidente jure sobre una Biblia, que en los tribunales se invoque la protección de Dios sobre la Corte, o que el nombre de Dios aparezca en los billetes. El derecho a la libertad religiosa hace que Dios entre en el espacio público como un elemento indispensable, de otra manera la sociedad sería sólo una cosa humana y por tanto frágil y limitada. Una prueba indirecta de esta dimensión pública de la religión, ocurre cuando el derecho de libertad religiosa viene prohibido por el poder político. En este caso no se puede generar una nueva religión, una religión del estado que sustituye a la religión precedente. No se puede huir de la presencia de Dios en el ámbito público.

El derecho de libertad religiosa no es absoluto como el resto de derechos. Nace de un deber, el deber de buscar toda la verdad. El hombre busca la verdad y siente una necesidad irreprimible de buscar no sólo la verdad individual sino en su total dimensión., capaz de dar un sentido completo a su vida. Esto es un deber, más que un derecho, en cuanto a que el hombre no sería tal sin esta búsqueda. El hombre es un ser racional que se interesa por el sentido de lo que hace y de lo que le pasa, por tanto tiene el deber de responder a su propia naturaleza y de buscar la verdad integral. Y para poder cumplir con este deber, necesita el reconocimiento del derecho de libertad religiosa. Sin este reconocimiento, se sentiría ahogado y restringido en los estrechos límites de lo finito, enfermaría su alma y sufriría.

También la sociedad en su conjunto debería sentir este deber y no sólo los individuos. La sociedad debe permitir la libertad religiosa, pero más que eso debería favorecerla y sostenerla. Todos los hombres buscan el sentido de su convivencia. Ya que no están juntos sólo para satisfacer sus necesidades materiales, sino que los hombres están juntos para ayudarse a ser personas. El deber de buscar la verdad es por tanto un deber común. Esto tendría que animar a la familia, la escuela, como hemos visto previamente, y la sociedad entera que debería crear espacios y ocasiones en las que las personas asuman este deber y no, como sucede a menudo, lo ignoren.

Precisamente porque nace del deber de buscar la verdad, el derecho de libertad religiosa tiene límites, dotados por la verdad que se busca. El derecho de libertad religiosa se detiene, debe ser detenido, cuando va con los principios que la razón reconoce como propios del ser humano. Una religión que predica e incita a la violencia, por ejemplo, no podría reivindicar el derecho a hacerlo en nombre de la libertad religiosa.

La razón es capaz de conocer la realidad humana, al menos hasta cierto punto, y de reconocer algunos principios de la ley moral natural, como por ejemplo que no se debe matar o robar, que el cuerpo humano ha de ser respetado y que el vínculo matrimonial protegido, que la justicia debe ser imparcial etc..Sin el respeto por estos principios la comunidad humana no puede progresar. Puede ser que una religión predique, sin embargo, principios opuestos a estos: que admita formas de violencia del hombre sobre el hombre, que no respete la igual dignidad del hombre y de la mujer, que permita el sacrificio de niños… En estos casos la razón política no puede conceder a tales religiones el derecho a expresarse libremente, porque son contrarias al bien común, que debe ser salvaguardado por la política.

Es necesario que la razón política haga dos cosas: la primera consiste en la consideración como fundamental al derecho de libertad religiosa, el segundo consiste en no considerar a todas las religiones en el mismo plano. Estas consideraciones no compiten una contra la otra: prohibir las manifestaciones de una religión inhumana que no respeta la dignidad ni la justicia no es atentar contra este derecho, ya que este está subordinado al deber de buscar la verdad.

Por tanto, una cosa es el respeto a la libertad religiosa y otra cosa es tolerar todas las religiones. Es el respeto mismo de la libertad religiosa el que exige que no se consideren todas las religiones en un mismo plano de igualdad.

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*Monseñor Giampaolo Crepaldi es arzobispo de Trieste, Presidente de la Comisión “Caritas in veritate” del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) y Presidente del Observatorio Internacional “Cardenal Van Thuan” sobre la Doctrina Social de la Iglesia.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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ZENIT Staff

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