PAMPANGA, Filipinas, domingo 13 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Los filipinos pueden ser materialmente pobres, pero tienen una riqueza para compartir con otros países: su fe católica. Así que, aunque la pobreza les fuerza a emigrar, estos emigrantes se convierten en misioneros en muchos países del planeta.
Esta es la reflexión que hace el obispo auxiliar de San Fernando, monseñor Roberto Calara Mallari en esta entrevista, en la que comparte confesiones personales como sucesor de los apóstoles.
–Usted fue consagrado obispo en su 48 cumpleaños. ¿Qué significó para usted?
–Monseñor Mallari: Para mí fue como volver a nacer porque sentí que convertirse en obispo es también como una experiencia de muerte. De hecho, cuando lo pensaba, le decía la Señor si no sería su voluntad quitarme la vida.
–¿Quiere usted decir que usted experimentó en ese momento una especie de muerte a la vida?
–Monseñor Mallari: Todos tenemos deseos en nuestro corazón. Yo sólo quería ser un simple párroco de una zona rural, en la que pudiera plantar verduras, pero convertirme en obispo significaba hacer muchas cosas totalmente diferentes de las que quería.
–Benedicto XVI le escribió un mensaje pontificio del que cito: «Enseña a los fieles de la archidiócesis de San Fernando, querido hijo, a reconocer la presencia de Cristo en todo hombre y a encontrarle en todas personas, especialmente en los pobres». ¿Qué impresión tuvo este mensaje en usted, como joven obispo?
–Monseñor Mallari: Para mí fue un verdadero desafío. A través de mi vida como seminarista y como sacerdote esto ha sido una lucha. Me preguntaba, ¿por qué me es tan fácil reconocer a Jesús en la Eucaristía? Es tan fácil arrodillarse y mostrarle lo mucho que le quiero; sin embargo es tan difícil verle en el pobre y en el que sufre cuando, de hecho, el ser humano se supone que es la obra maestra de la creación y ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Diría que es una lucha, pero intento hacer este esfuerzo de ver a Jesús en todas las personas porque es lo que creo.
–¿Así que este mensaje tocó realmente de lleno una cuestión esencial para su vida?
–Monseñor Mallari: Sí, Jesús nos pedía que le viéramos en los rostros de los pobres y muchas veces es difícil verle. La primera cosa que hice fue crear un «despacho» para pobres en mi propia oficina, porque sentí que como obispo mi puerta debía estarles abierta. Es fácil mandarlo al departamento de acción social de nuestra archidiócesis, pero sentí que mi oficina debería tener los recursos para responder de modo inmediato, en el momento de la petición, a las necesidades de los pobres que vienen.
–¿Cómo describiría usted la fe de los filipinos?
–Monseñor Mallari: Todavía estamos creciendo pero necesitamos madurar en la fe. Somos el único país cristiano de Asia pero hay demasiada corrupción. Es un desafío para la Iglesia llegar hasta los líderes políticos y para nuestros líderes laicos que son cristianos comprometidos llegar a los cargos de gobierno. Necesitamos inculcar en la gente que buscar un cargo es la última muestra de amor, que también significa sacrificio, y que es necesario lograr un cambio social y una transformación de nuestra sociedad.
–Muchos de estos líderes políticos han pasado por colegios y universidades católicas. ¿Cómo puede la Iglesia afrontar a nivel educativo el problema de la corrupción y están ustedes dando pasos en esa dirección?
–Monseñor Mallari: Estamos intentando afrontar este desafío. Hay una tendencia a pensar que, porque ya somos católicos, cualquier cosa está y estará bien, y no tenemos que hacer nada más. Ahora notamos que deberíamos acentuar el carácter católico dentro de los colegios católicos. Tenemos que recordar constantemente a nuestros estudiantes el mensaje evangélico: no sólo conocimiento sino el desafío de vivir la fe. Una cosa es estar bautizado; otra vivir la fe cada día.
–La cuestión de la pobreza y las diferencias de riqueza sigue estando presente en Filipinas. De hecho, aumenta. ¿Cómo afronta la Iglesia este problema?
–Monseñor Mallari: En mi diócesis hemos seguido un programa comenzado por el primer obispo, que invita a los ricos a dar una colecta para los pobres. Las imágenes de la Virgen y la cruz viajan de una parroquia a otra y la colecta de la parroquia anterior se entrega en la siguiente parroquia y se distribuye a sus pobres. Esta es, de un modo humilde, una oportunidad para que los ricos compartan con los pobres.
–Esta pobreza ha provocado que los filipinos se vayan al extranjero como trabajadores emigrantes. Algunos han sugerido que los filipinos han sustituido a los irlandeses en la comunicación de la cultura católica por el mundo, especialmente en los países islámicos. ¿Es este todavía el caso?
–Monseñor Mallari: Sí. De hecho, actualmente hay cerca de 9 millones de filipinos viviendo en el extranjero. El año pasado eran 7 millones. Y siguen aumentando. La Conferencia Episcopal Filipina coincide en que deberíamos animar a nuestros emigrantes a ser misioneros y a ser conscientes de esta fe que tienen y de este tesoro que poseen. Aunque seamos pobres materialmente, tenemos esta riqueza que podemos compartir con la gente de otros países.
–Las Filipinas tienen la población con el crecimiento más rápido de Asia, lo que provoca que se hable de una legislación que controle la población. Una de las leyes presentadas por el gobierno ha sido la Ley de Control de Población (Ley de Sanidad Reproductiva). ¿Cuáles son las propuestas y cuál es el peligro que plantean estas propuestas para la familia?
–Monseñor Mallari: En primer lugar, la Iglesia está en contra de la introducción de la anticoncepción artificial que se contiene en la ley y contra su legalización. El gobierno acusa a la Iglesia de imponer sus ideas, pero la Iglesia lo que promueve de verdad es la libertad. El estado no debería impartir dictados a las familias sobre este tema. Es un asunto familiar. Es algo personal y cada familia debería adoptar una decisión por sí misma. El estado no tiene derecho a llevar esto a una ley, pues parece que si alguien no sigue el programa puede ser encarcelado.
En segundo lugar, sabemos que muchos de estos anticonceptivos artificiales son abortivos, causan abortos.
–¿Es el crecimiento de población la verdadera preocupación o es un problema artificial? Y, ¿es una preocupación qué alternativas puede ofrecer la Iglesia a estas leyes anticonceptivas?
–Monseñor Mallari: Este tema de la población debería considerarse dentro de una perspectiva global. Hoy muchos países tienen poblaciones «encanecidas»: en Europa, América, incluso Japón y Singapur y otras partes de Asia. Creo que debemos mirar a la población de todo el mundo y al hecho de que estamos dispuestos a emigrar. Muchas zonas de Europa, por ejemplo, necesitan a personas que den cuidados y creo que los filipinos pueden ofrecer este servicio a los países que lo necesiten.
En cuanto a las alternativas a los anticonceptivos, la Iglesia está haciendo mucho para proponer una alternativa, que es el método de «planificación familiar natural». Es natural, respeta la dignidad de la persona humana y es una ocasión para que la pareja se conozca – la dinámica de la relación. El marido tiene que implicarse en el proceso y tienen que hablar sobre el proceso por el que pasa la mujer – la perspectiva de las mujeres.
–¿Es usted optimista sobre el futuro de la Iglesia católica en Filipinas?
–Monseñor Mallari: Si, mucho. De hecho, me alegra saber que la emigración está ayudando a nuestros católicos filipinos a madurar. He estado en Nueva Zelanda y me alegró escuchar cómo el obispo de Hamilton decía que los filipinos daban vida a las parroquias de las diócesis de Nueva Zelanda. Si un sacerdote
se traslada allí para ofrecer su ayuda, nos aconsejan que no establezcamos una parroquia para la comunidad filipina, porque, como él decía, privaríamos a las demás parroquias de la presencia de los filipinos. Y escuchar esto me alegró mucho. Tuve la oportunidad de celebrar una de las misas en Auckland y me alegró mucho ver a la comunidad filipina dirigiendo el coro y el servicio litúrgico de la misa.
Esta entrevista ha sido realizada por Mark Riedemann para «Dios llora en la Tierra», un programa semanal radiotelevisivo producido por la Catholic Radio and Television Network en colaboración con la organización católica Ayuda a la Iglesia Necesitada.