CIUDAD DEL VATICANO, lunes 14 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Es necesario entablar una profunda amistad con Jesús para poder servir a los demás. Es lo que el Papa dijo el pasado sábado a los participantes a la Asamblea general de la Fraternidad sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, la cual nació hace 25 años del movimiento Comunión y Liberación.
Una realidad que cuenta con 25 casas en 16 países del mundo, 104 sacerdotes y 40 seminaristas ocupados fundamentalmente en la misión parroquial y en la enseñanza, con el testimonio, dijo el Papa, de la “fecundidad” del carisma de don Luigi Giussani.
Y propiamente en la “sabiduría cristiana” de don Giussani, y en “su amor por Cristo y por el hombre, unidos indestructiblemente”, se radican la Fraternidad sacerdotal, dijo su fundador y Superior general, Massimo Camisasca, en un breve discurso de saludo al Papa.
En concreto, explicó que “la experiencia de la comunión, de la que don Giussani ha sido para nosotros un maestro que nos ha llevado, desde el principio, a elegir la vida en común y por tanto, la casa como lugar de irradiación de la fe”.
Massimo Camisasca ha destacado del magisterio del Papa “un punto de referencia esencial para nuestra vida y nuestra misión”, sobre todo en el “reclamo al valor afectivo de la fe, la liturgia como experiencia que nos introduce en la forma definitiva de la vida, la necesidad de centrar nuestra existencia eclesial sobre lo que es esencial, sobre la confianza en Dios que guía nuestras existencias y no sobre las lógicas mundanas que nos introducen esperanzas engañosas y que luego nos desilusionan”.
En su discurso, Benedicto XVI ha afirmado primero de todo que “el sacerdocio cristiano no es un fin en sí mismo”. Y lo ha subrayado diciendo que “ Ha sido querido por Jesús en función del nacimiento y vida de la Iglesia”.
“La gloria y la alegría del sacerdocio consiste en servir a Cristo y a su Cuerpo Místico”, dijo el Pontífice. “Esto da a lugar a una vocación bellísima y particular en el interior de la Iglesia, que hace presente a Cristo, porque participa del único y eterno Sacerdocio de Cristo”.
El Papa ha destacado la importancia de la oración vivida como “un diálogo con el Señor resucitado” y sobre “el valor de la vida en común”, no sólo como respuesta a las necesidades del momento, como la carencia de sacerdotes, sino como “expresión del don de Cristo que es la Iglesia”, “prefigurada en la comunidad apostólica, que ha dado lugar a los presbíteros”.
“Ningún sacerdote – explicó – administra algo suyo, sino que participa con otros hermanos en un don sacramental que viene directamente de Jesús”.
Vivir con los otros, observó, “ aceptar la necesidad de la propia y contínua conversión y sobre todo descubrir la belleza de este camino, la alegría de la humildad, de la penitencia, y también de la conversación, del perdón mutuo, de sostenerse mutuamente”.
Además de que “la vida en común sin la oración” no es posible, es también verdad que es “imprescindible estar con Jesús para poder estar con los demás”.
“Este es el corazón de la misión – concluyó -. “ En compañía de Cristo y de los hermanos, cualquier sacerdote puede encontrar las energías necesarias para poder atender a los hombres, para hacerse cargo de las necesidades espirituales y materiales con las que se encuentra, para enseñar con palabras siempre nuevas, que vienen del amor, las verdades eternas de la fe de las que también tienen sed nuestros contemporáneos”.